viernes, 31 de diciembre de 2010

¿Quién sabe dónde?


Alguien entró por teléfono y dijo que había visto a Miriam, Toni y Desirée en el bar "Las nieves", de Clara del Rey, en Madrid. Eso llamó la atención de mi abuela e incluso la mía, porque el barrio es el barrio es el barrio. "¿Está usted seguro?", decía Paco Lobatón, mientras los padres de las tres niñas ponían una cierta cara de incredulidad. Nacía el periodismo en el que la confirmación de la fuente consistía en preguntarle: "¿Está usted seguro?" y Lobatón sonreía orgulloso. Había llevado al estrellato un programa mediocre que empezara a presentar Ernesto Saenz de Buruaga algo más de un año atrás.

Por supuesto, las niñas de Alcasser nunca estuvieron en el barrio de Prosperidad. Llevaban meses muertas y descomponiéndose en algún descampado valenciano. Antonio Anglés se supone que murió en alta mar mientras huía a Dublín. Una de esas muertes que una buena teoría de la conspiración consideraría como "sospechosamente conveniente" para la investigación y Miguel Ricart quedó como único encarcelado. ¡Ah, la teoría de la conspiración! Antonio Anglés le dio unos excelentes réditos a Lobatón y a la inefable Nieves Herrero pero a nadie como a Pepe Navarro, que montó su Mississippi sobre Florentino Fernández, el padre de Miriam y un abogado con perilla que si no me equivoco acabó en la cárcel por todo aquello.

Puede que me equivoque.

Puede que incluso el padre de Miriam acabara en la cárcel, o arruinado, o en cualquier caso en manos de la justicia.

Es decir, todos menos Pepe Navarro.

El caso de Alcasser fue el gran caso de violencia de los noventa porque tenía todo: infancia, dolor y sexo. Hasta ese momento sabíamos quiénes éramos pero no lo mostrábamos con tanto orgullo. Alcasser batió récords de audiencia y de morbo y dio pie a varios programas de sucesos escabrosos que a su vez dieron paso a los programas de corazón. Diría que la cronología de la basura fue esa. Dentro de lo que cabe, en ese sentido, "¿Quién sabe dónde?" era un programa aceptable. Ahora mismo, por ejemplo, un programa así sería inconcebible aunque solo fuera porque el presentador era un soso. Mejor poner a Jesús Vázquez o Jordi González, dónde va a parar.

El programa se vendió hipócritamente -era una época muy hipócrita- como "servicio público" porque ayudaba a encontrar a gente. Había casos desgarradores pero también había muchos en los que uno se preguntaba si el "desaparecido" realmente tenía el más mínimo interés en ser encontrado. Daba igual. La maquinaria del morbo se ponía en acción y ya había programa para la semana siguiente. Y si alguien quería llamar para promocionar su bar a costa del sufrimiento de tres familias, mucho mejor.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

The Auteurs- Showgirl



Mi eterna fascinación por las chicas guapas, las chicas despampanantes, como ese personaje de "Beautiful girls" que tiene su habitación empapelada de posters de supermodelos. La fascinación de toda una generación, supongo, o al menos hasta cierto tiempo. La decadencia de Schiffer, Campbell y McPherson. Drogas, sexo y sonrisas prefabricadas. Un universo de plástico y cirugía y apariencias. Por eso nos gustaba Bret Easton Ellis, en parte.

Había un submundo dentro del submundo y era el de las "wannabes". A mí el propio concepto de "wannabe" ya me pone la piel de gallina hasta el punto de haber escrito una novela llena de wannabes solo que cuando me preguntan de qué va no puedo decir "de wannabes" porque quedaría muy pedante. Las chicas decadentes que querían formar parte de la decadencia sin conseguirlo. Las aspirantes a supermodelos y portada de Vanity Fair. Paul Verhoeven hizo una película un poco demasiado obvia con Elizabeth Berkley que se llamaba "Showgirls" y hablaba de sueños frustrados, peleas baratas y de cómo ser guapa no da la felicidad.

Obvio, ya lo he dicho antes.

The Auteurs sacaron una canción mucho más sutil, que decía "I took a showgirl for my bride, thought my life would be brighter". Ahí me movía yo. Mi vida, sin duda, sería mucho más brillante con una modeluqui del brazo. "Took her bowling, got her high, got myself a showgirl bride". No fui nunca un gran conocedor de la música de los Auteurs más allá de esa canción y del muy sugerente título de uno de sus discos: "Now, I´m a Cowboy", que yo, en mi diario de adolescente, sustituía a veces por "Now, I´m a Star" dependiendo del caso que me hicieran la Chica Langosta y sus amigas.

Cuando uno mide su popularidad enfrentándola a una Chica Langosta está condenado a meterse en problemas a corto, medio y largo plazo. No lo hagan. Nunca.

En fin, aunque ella no tenía nada de decadente, yo pensaba en la Chica Langosta cuando cantaba ese final "Don´t you recognize us?" y por supuesto hacía hincapié en el "us", en el punto machito de "soy el novio del pibón de la clase, míranos". Años después, me paso las noches viendo programas de la MTV en los que monstruitos con acné intentan ser los reyes de la fiesta de graduación y les ponen un entrenador personal para la tarea. Lo que hubiera mejorado mi adolescencia con un entrenador personal que me dijera a qué chica tenía que pedirle una cita y tocara su bocina cada vez que cometiera un error.

Dios, ¡si no salíamos del Desert!

Todo esto les puede parecer una tontería o no, pero escuchen la canción, háganse ese favor. Es una canción suave, elegante, preciosa e irónica. ¿Qué más quieren para estas Navidades?

lunes, 13 de diciembre de 2010

Un scud para el Joventut


Habíamos perdido el partido de ida por una diferencia de 12 o 13 puntos, vete a saber. El caso es que a la vuelta les preparamos una encerrona: aunque llevábamos ya cuatro temporadas jugando en el Palacio de los Deportes, aquel partido de la Korac lo mandamos al Magariños, alegando no sé qué impedimentos. Lolo Sainz se enfadó muchísimo, por supuesto: él sabía lo que era jugar allí y entrenar allí. Sabía del bote irregular del balón, de los aros duros, del público casi gritándote al oído.

Para la Demencia, en cambio, fue un gran día, un día glorioso. No es que nos jugáramos demasiado ni tuviéramos demasiada fe. Aquel Estudiantes estaba en plena era post-David Russell y formado por jovencitos prometedores que empezaban a responder: Antúnez, Azofra, Herreros, Orenga, Winslow... todos ellos acompañados por los míticos Pinone, Pedro Rodríguez o Carlos Montes. Los viejos del lugar.

El Joventut, en cambio, era un equipo hecho. Jofresa y Villacampa se habían cansado de perder finales contra Barcelona y Real Madrid y se habían hecho con un buen entrenador, un buen par de extranjeros -Harold Pressley y Corney Thompson-, un pívot clave como Ferrán Martínez y había conseguido que el espídico Tomás Jofresa diera aún más resultado que el pesetero Montero, criado, a su vez, en la cantera del Estudiantes.

El partido se jugó en enero-febrero de 1991, en plena guerra de Irak, en cualquier caso. Nunca he vivido un ambiente igual: desde horas antes todo el mundo gritando y puesto en pie, aquello parecía Grecia. Las chilabas y los turbantes aparecían por todos lados  recuerden que la Demencia nació en 1976 pero se consagró a la vez que la revolución de los Ayatollahs y si el primer líder fue Gavioto, a su lado estuvo durante años Jomeini. No sé qué nos hizo enloquecer, pero enloquecimos. En la primera parte ya habíamos remontado la diferencia y en la segunda empezamos a vernos clasificados.

Ganar por 15 puntos a aquel Joventut era un milagro, pero era nuestro milagro. En un tiempo muerto, todo el mundo, 2000 o 2500 personas agolpadas en los pasillos donde por las mañanas yo corría el Test de Cooper empezamos a saltar y a gritar "Sadam Husseín, Husseín, Husseín". Señores bien informados, que sabían que era un dictador malvado con cientos de miles de muertos a sus espaldas, bla, bla, bla... cayeron en el rapto de la masa y empezaron a corear el cántico y otros similares: "Sadam Husseín arrasa Tel-Aviv" o el que se hiciera popular "Un scud para el Joventut".

Lo nuestro no era locura, era demencia. Un buen puñado de irresponsables coreando enfebrecidos el nombre de un asesino de masas. Querría sentirme culpable por ello pero de alguna manera adolescente no puedo.

Ganamos el partido pero perdimos la eliminatoria. No voy a decir que nos diera igual, pero casi. Meses más tarde nos cruzamos en la Copa y les pasamos por encima. "Un scud para el Joventut" tituló El País al día siguiente en portada. Habíamos eliminado al CAI, anfitrión aquel año, ahora a la Penya y solo nos quedaba el Barcelona en la final. Por un momento, fuimos campeones, luego Epi, Solozábal y Piculín Ortiz decidieron que no, que mejor ellos. Herreros pudo ganar el partido con un último triple... pero lo falló.

Eso sí dolió. Mucho.

Al año siguiente, el año de Estambul, el año de las dos prórrogas en Badalona para perder la segunda de tantas semifinales consecutivas, les volvimos a coger en Granada y les volvimos a ganar. Villacampa falló el último tiro y Winslow lanzó el balón al techo del pabellón como si supiera que era imposible que fuéramos a perder la final del día siguiente, también, curiosamente, contra el CAI. No la perdimos. Hizo falta algo de Azofra y muchísima Demencia. Chilabas, turbantes y pañuelos palestinos. Todo lo que me incomoda ahora. Decididamente, éramos tan felices.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Caro Diario



A la gente le aburría la escena de Moretti con la Vespa por toda Roma. La gente es muy impaciente y eso que ni siquiera estábamos en esta época de combustión espontánea donde cualquier cosa tiene cinco segundos para demostrar lo que vale. Love it or leave it. Si les soy sincero, a mí también me aburría esa escena. La perdonaba por el baile a ritmo de Juan Luis Guerra y porque Roma es muy bonita, hay que reconocerlo. Yo era muy fan del capítulo de los médicos, como buen hipocondríaco. Me parece que el capítulo de "Caro diario" sobre los médicos es el mejor reportaje sobre medicina práctica que he visto en mi vida.

Por supuesto, también me gustaba el segundo capítulo porque anunciaba cosas. Moretti a veces se empeña en lanzar grandes mensajes fallidos pero acierta en lo que parecen pequeños detalles. De entrada, la dictadura de los niños que cogen teléfonos. Aquello era fantástico: centenares de adultos incomunicados porque los niños habían tomado las riendas de sus vidas. Niños tomando las decisiones de hombres y tratados con veneración y respeto. La cosa ha ido a peor, no sé si en Italia, pero desde luego aquí, donde la infantilización en general es el principal rasgo de la sociedad, desde el niño dictador al presidente que razona como Mafalda, es decir, Mafalda como fin y no como medio, que es lo que pretendía Quino.

También estaba la televisión y su relación con el mundo de la cultura. Aquel solitario bohemio entrado ya en los cincuenta que acaba enganchado a un serial americano hasta el punto que perderse un episodio acaba siendo un desastre. Quiten "televisión" y pongan "Facebook" o "Twitter". Nos hemos convertido en nuestros propios seriales y vivimos atrapados en la vaselina. En cualquier otro caso, el moralismo me hubiera repateado, mucho más el moralismo acertado. A nadie le gusta que le señalen sus vergüenzas, pero Moretti lo hacía con gracia, como si estuviera señalando a cualquier otra parte.

Y aquellos médicos chinos. Y aquel rey de los dermatólogos. Si yo les contara...

En fin, Moretti para muchos era una estrella política, sobre todo después de "Aprile" y para mí simplemente era un amigo con el que hacernos unas risas aunque no siempre pensara lo mismo que él. Me gustaba su tono Woody Allen, que permite la disidencia, es decir, que no te obliga a que sufras con él, a que te indignes con él, a que te rías con él sino que deja espacio para no tomarle en serio. Como Ken Loach pero justo al revés. Por eso nunca me gustó Ken Loach.

Pero sí Moretti.

En 1992 empecé un diario y lo acabé en 1996. Era compulsivamente puntual. Más o menos como ahora.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

David Geffen


Para nosotros, David Geffen era el grunge. el dueño de la discográfica de Kurt Cobain, ni más ni menos, un tío en sus cincuenta años, abiertamente homosexual -llegó a fingir una boda con Keanu Reeves en pleno estupendismo noventero, la época pre-River Phoenix- y que salía mencionado varias veces en el mítico Unplugged de la MTV. Una especie de mecenas. No sabíamos, por supuesto, que la carrera de Geffen venía de los 70 con Asylum Records (The Eagles, Tom Waits, Bob Dylan...) y los 80 ya con Geffen Records, donde consiguió el disco semi-póstumo de John Lennon con Yoko Ono además de firmar a Pat Metheny, Peter Gabriel, Guns and Roses, etc.

No solo eso. Co-produjo "Risky business", lo que ya le convierte en un ídolo para mí, aunque eso nos desvía peligrosamente hacia los 80.

En los 90, que es donde estamos, David Geffen se puso las botas con Sonic Youth, Nirvana y la rentrée de Aerosmith. En Doctor CD buscábamos lo que sacara su discográfica como garantía de calidad: Hole, Black Crowes, Counting Crows (los 90 fueron muchas cosas, pero originales, no, ni siquiera en los nombres de los grupos), Weezer, Beck... Nos gustaba prácticamente todo lo suyo y lo que no era suyo normalmente era de Caroline Records (Pavement, Kevin Ayers, Smashing Pumpkins, el primer disco de Hole, Primus...). Se forró hasta tal punto que Spielberg y Katzenberg le invitaron a unirse a su proyecto Dreamworks, que no abandonó hasta 2008. Supongo que se convirtió en uno de los tíos más ricos del planeta.

Sin embargo, uno no pasa  la historia por ser rico, así, sin más. Al menos es muy, muy complicado y hay que ser muy, muy rico. Geffen para mí siempre será el tío al que se le acercó un familiar de Leadbelly para venderle a Kurt Cobain una guitarra del famoso músico negro de blues de principios de siglo por una cantidad astronómica. Así lo dijo Kurt en la MTV y así nos enteramos todos de que Geffen era el que manejaba los hilos detrás de todo ese bombazo de heroinómanos autodestructivos me temo que fácilmente timables.

A día de hoy, David Geffen sigue siendo millonario y homosexual pero ha dejado DreamWorks y ha vendido su discográfica a Universal. Roza los 65 años y algo me dice que guarda una bala en algún lugar. Pronto sabremos dónde y de qué calibre.

jueves, 25 de noviembre de 2010

El doblete del Atleti



El gol de Caminero lo marcó Roberto Fresnedoso. Pasa a veces, por ejemplo, el gol de Redondo en Old Trafford lo marcó Raúl. Son jugadas parecidas. El Atlético de Madrid visitaba Barcelona con solo tres puntos de ventaja sobre el equipo de Johan Cruyff y la sensación en el ambiente de que, una vez más, se quedaría a las puertas de la gloria. A escasa distancia acechaba también el Valencia de Luis Aragonés y Pedja Mijatovic.

Caminero recibe en el costado derecho del área barcelonista, pisa la bola para protegerla, amaga con salir por un lado, Nadal se come el amago y se va para la izquierda. Una humillación en toda regla. Se va a línea de fondo, casi directamente a por el árbitro, que tiene que salir huyendo, y centra rasita para que Roberto empuje. No fue el gol decisivo del partido porque después empató Jordi Cruyff y la cosa tuvo que acabar 1-3 con goles de Vizcaíno y Biagini. El Atlético de Madrid es el único equipo del mundo que puede ganar un doblete con goles de Roberto Fresnedoso, Vizcaíno y Biagini, ahora que lo pienso.

El caso es que la jugada no decidió el partido y ni siquiera decidió la liga porque semanas después el Atleti perdió en casa contra el Valencia y se complicó la vida muchísimo, tanto que tuvo que esperar a la última jornada contra el Albacete para proclamarse campeón.

Era un equipo fantástico, con un once tipo que se repetía con pocas variedades: Molina; Geli, Santi, Solozábal, Toni; Vizcaíno, Simeone, Caminero, Pantic; Kiko y Penev. Con los años fueron llegando todo tipo de estrellas como Vieri, Lardín, Juninho, Valerón, Baraja, Hasselbaink... y entre todos consiguieron bajarlo a Segunda División solo cuatro años después del éxito absoluto, la plaza de toros de Las Ventas llena hasta la bandera y los elefantes desfilando por las calles de Madrid en uno de esos alardes circenses del difunto Jesús Gil.

No sé cuántos años hacía que el Atleti no ganaba un título de liga, sí recuerdo dos títulos de Copa seguidos a principios de la década: uno frente al Madrid en el Bernabéu -goles de Futre y Schuster- y otro creo que contra el Mallorca, pero puedo equivocarme.

Parecía un traspaso de poderes: Cruyff había dominado del 90 al 94 y ahora le tocaba a Antic. Once días antes los dos entrenadores se habían vuelto a enfrentar en Zaragoza, final de la Copa del Rey. Un tostón de partido que se decidió en la prórroga con gol de Milinko Pantic de cabeza. A Pantic se le daba de lujo el Barça, el año siguiente le metió cuatro goles en el Camp Nou en otra eliminatoria de Copa pero perdieron igualmente en los últimos minutos, 5-4.

Al final, el doblete del Atleti fue una especie de oasis que dejó varios mitos por el camino. El primero, el propio Pantic, a quien aún se venera en el Calderón con un ramo de flores pegado a uno de los corners. El segundo, diría, ese regate de Caminero en el Camp Nou. Incluso Almodóvar lo sacó en "Carne Trémula". Liberto Rabal -¡Liberto Rabal!- y Javier Bardem pelean en el suelo a muerte, creo que por una mujer, cuando de repente, de reojo, ven la jugada, cantan el gol y se abrazan. Luego siguen peleando.

Para mí, eso es el fútbol.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Más que amigos


Yo me identificaba con Chemita.

Chemita era el feo del grupo de la manera que se puede ser feo en una serie de post-adolescentes, es decir, no siendo escandalosamente guapo y musculoso. Andaba detrás de Paz Vega y Elena Ballesteros de una manera un tanto aleatoria. A la que caiga. Intentaba hacerlas reír y mostraba su inteligencia y ellas se iban con el primer Javi Martín que aparecía por la pantalla.

La idea era muy sencilla pero muy resultona: hay un grupo de veinte-treintañeros más o menos en crisis pero son amigos, muy amigos, amantes en ocasiones, y se juntan en un bar de la Plaza de los Cubos para festejar su amistad y leer el periódico con Iñaki Miramón y Emilio Línder. Junta unos cuantos embarazos, crisis matrimoniales, amores no correspondidos y recuperaciones para septiembre con un verano de piscinas, bikinis y abdominales y tienes la serie ideal para el chico de 20 años que yo era en 1997.

La serie triunfó -hasta cierto punto: empezó como serie veraniega y duró hasta marzo del año siguiente- por los actores. Eran guapos, divertidos y muy buenos. Ya he mencionado a Paz Vega y Elena Ballesteros, debutando en televisión las dos, además teníamos a Alberto San Juan, Melanie Olivares, Ana Risueño -siempre estuve enamorado de Ana Risueño-, Armando del Río, Leire Berrocal y Jordi Bosch, que interpretaba al mencionado y golpeado por la vida Chemita.

Uno se hace mayor el día que se entera de que Elena Ballesteros tiene un hijo y está casada con un amigo tuyo.

Es terrible.

Casi todos han hecho carrera, más o menos exitosa, incluso con coqueteos hollywoodienses. Creo que ahí estaban en su salsa. Soy un firme defensor de los relatos generacionales aunque todas las generaciones tengan los mismos problemas. Entre "Compañeros" y "Física o química" hay una diferencia de grado pero no de modo. De lenguaje y de formas pero no de fondo. Chicas guapas y chicos atractivos. Sueños de una realidad maravillosa y perfecta que no se parece en nada a la que te rodea. "Friends", en una palabra. Toda nuestra generación vivió enamorada de Jennifer Aniston y Courtney Cox y así nos va a todos.

martes, 9 de noviembre de 2010

R.E.M.- Out of time


En 1991 también había premios de la MTV. Los echaban en Antena 3, la vieja Antena 3, y los comentaba José Ramón Pardo. Creo que con eso lo digo todo. Pardo se perdía entre raperos y hiphoperos y primeros grunges desaliñados y manifestaba su estupor porque a REM, en Estados Unidos, "se les llame algo así como Arem". Lean conmigo en inglés las iniciales del grupo y sabrán de qué demonios les estoy hablando. Pardo no fue capaz.

El caso es que aquel fue el año de REM, quienes, efectivamente, arrasaron en aquellos premios y en muchos otros con "Losing my religion". Para nosotros era su primer disco. Para los que sabían algo de música era el séptimo. Como en el colegio yo ya era un excéntrico resultaba que era el único que los escuchaba. Y además me gustaban. Por mi cumpleaños, casi con cierta sorna, me regalaron la cinta entera. Creo que ya había salido por entonces "Shiny happy people" como single. Una canción detestable, por cierto.

Recuerdo escuchar la cinta aquella una vez tras otra en un viejo transistor gris que tenía mi abuela en la cocina. Era nuestra idea de clase media-baja de lo que era un radiocassette. Me resultaba un disco triste y alegre a la vez. Pesimoptimista, que diría Albert Sans. Mi canción favorita se llamaba "Near wild heaven" y a mí me parecía que hablaba de alguien enamorado. Yo tenía 14 años y estaba enamorado hasta las trancas, el primer amor, ya saben, y tarareaba en algo parecido al inglés: "Whenever we hold each other", sin reparar en el "there´s a feeling that´s gone" ni en el "something has gone wrong" porque, sencillamente, no me interesaban.

Michael Stipe era alegre y colorido. Hasta cierto punto me recordaba a un Parker Lewis con problemas de caída de pelo. Luego se hizo más profundo y serio. Y se acostó con Courtney Love, o eso dicen. Le seguí hasta "Automatic for the people", más por "Drive" que por "Man on the moon" -nunca fui de segundos singles- y empecé a abandonarle en "Monster", justo cuando conocí a una chica completamente enamorada de la banda.

Le compré un disco de rarezas en una tienda que no era Doctor CD pero igual estaba cerca de los cines Luna.

Eso fue todo. Una vez, ya por 1996, compré una entrada para un concierto suyo en Las Ventas pero no vinieron. En su lugar tocaron The Cure, junto a Oasis, Belly y Anphetamine Discharge. A mí me dio una insolación o algo parecido a un ataque de ansiedad y me fui a la tercera canción de Robert Smith. No sé a quién se le ocurrió cambiar a REM por The Cure, visto desde la distancia parece una tontería enorme. Lo que queda de todo aquello es el recuerdo de Liam Gallagher escupiendo a las primeras filas.

La chica no estaba mal, tampoco, nos vimos medio año después pero yo ya estaba enamorado de otra.

lunes, 1 de noviembre de 2010

American Beauty



Jugaba con el esperpento, es decir, podía resultar genial y ridícula según la interpretación. Por ejemplo, la escena de la bolsa flotando y el monólogo del chico raro: "(...)Video's a poor excuse, I know. But it helps me remember... and I need to remember... Sometimes there's so much beauty in the world I feel like I can't take it, like my heart's going to cave in". A veces, hay tanta belleza en el mundo que siento que mi corazón va a derrumbarse. Me pasa a menudo.

La escena, en cuestión: ¿a ustedes, qué les parece? Para algunos era una obra maestra dentro de una obra maestra, para otros era una simple chorrada pretenciosa. Con 20 años tendía a pensar lo segundo; con 33, me inclino a algo parecido a lo primero. Lo más fácil con la película era acudir al tópico: es una devastadora crítica de la sociedad americana. Cada año estrenan cinco películas con ese tópico, deberían incluirlo dentro de los géneros: comedia, drama, musical, devastadora crítica... Huyo de lo general y me quedo en lo concreto. En la historia. En la enloquecida historia. En Kevin Spacey sirviendo hamburguesas y toda esa sucesión de personajes absolutamente perdidos y frágiles.

Tenía algo de película sobre peterpans.

Volvamos a Spacey: venía de "Sospechosos habituales". No sólo eso, era el puto Keiser Sozée en "Sospechosos habituales". Creo que he visto a pocos actores ganar dos Oscars de manera tan merecida en tan poco tiempo. Esta película para mí era Spacey y por supuesto era la muy inquietante Mena Suvari, cubierta de pétalos de rosas. La sonrisa de Mena Suvari. La sonrisa de la cheer-leader. El mundo de "American Beauty" es un mundo en el que uno puede dejar su trabajo, ponerse a servir hamburguesas y enamorarse locamente de una cheer-leader, aunque te acerques peligrosamente a los cincuenta.

No sé si ese mundo es un mundo americano. Por el título diría que sí, pero en realidad casi todo el cine se define por oposición o parentesco al modelo americano, así que me da igual. Mi equipo de baloncesto puso animadoras en un partido de presentación, allá por 1995, y la cosa acabó muy mal. Sin embargo, sé perfectamente lo que significa ser el quarterback del equipo, la cara de orgullo de tu padre cuando consigues un home-run o los nervios incontrolables cuando presientes que no vas a conseguir la chica que quieres para el baile de promoción.

Mena Suvari y sus miedos. La belleza americana opuesta a la belleza durmiente -Sleeping Beauty-. Esa concatenación de catástrofes del final y la bolsa de plástico dando vueltas en el aire sin ningún sentido. Tratando de dar sentido a lo que no tiene sentido. O deleitándose, sin más: hay tanta belleza en el mundo...

Puede que en el fondo la película fuera una cursilería y yo no esté mostrando aquí más que una debilidad, pero recuerden que soy un esteta, y en los 90 lo era mucho más, así que me temo que van a tener que disculparme de nuevo.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Miguel Ángel Blanco


Recuerdo pasar la noche entera escuchando la SER. No tenían previsto un especial pero el especial se los llevó por delante. Era uno de esos programas de llamadas desoladas que se empezaban a poner de moda. No creo que fuera "Hablar por hablar" porque era un domingo y desde luego la chica no era Gemma Nierga. Sería cualquier otra cosa. Todas las llamadas eran sobre Miguel Ángel Blanco, deseando que se recuperara, dándole ánimos, pidiendo soluciones pero sobre todo mostrando cariño. Pocas veces hemos estado todos tan juntos, absolutamente todos.

Miguel Ángel no estaba muerto. Estaba en estado crítico en un hospital de Guipúzcoa. Nos lo recordaban los servicios informativos cada hora, junto a alguna declaración ad-hoc. Era nuestro Miguel Ángel, un chico que no llegaba a 30 años, hijo de inmigrantes gallegos, miembro de una banda de rock con una novia guapísima que no hacía más que derrumbarse. Todos se derrumbaban menos la hermana. Vivimos el ultimátum de 48 horas como nuestro ultimátum: las concentraciones del viernes, las manifestaciones del sábado, la larga espera del domingo por la mañana. Todos los presos de ETA tenían que estar en cárceles vascas a la hora de comer o el chico moriría. Matones de serie B.

Hablábamos de ello todo el rato. Yo lo hablaba con T., con mi madre, con mi abuela... no solo era indignación, era un punto de incredulidad, de decir: "Venga, es imposible, está todo el mundo en la calle, no pueden atreverse a matarlo". Pero se atrevieron. A eso de las 4 saltó la noticia: han encontrado un cuerpo con una bala en la cabeza en un bosque. Aten cabos. La última imagen de Miguel Ángel vivo es un Miguel Ángel entubado e inconsciente entrando en camilla. Una de esas imágenes furtivas que acaban pasando a la historia.



Pero no había muerto, aún no había muerto y pasaban los boletines horarios y la indignación -ahora sí, declarada- de las llamadas y la solidaridad por una vez de los nacionalistas, casi sin excepciones, y los gritos al viento de los no nacionalistas, hartos de funerales y de entierros y de tiros en la nuca. El programa se alargó todo lo que hizo falta. A eso de las 5 y algo, Miguel Ángel Blanco se murió. En parte, fue un alivio, pero desde luego fue una derrota. Una de esas cosas que aún trece años después te llenan los ojos de lágrimas de impotencia y rabia y te preguntas cómo es posible que nadie hiciera ninguna salvajada.

Diario 16 tituló "Hijos de puta". A mí me pareció algo incorrecto y poco periodístico, pero reflejaba bastante bien el pensamiento mayoritario. Bajé de la Sierra para ir solo a la manifestación de Madrid. Me asombra recordar cuánta gente iba sola, con la mirada ausente, sin saber muy bien qué esperar. Por supuesto, no esperábamos nada, absolutamente nada, quizá que los ertzainas se siguieran quitando los pasamontañas en señal de libertad o que los lehendakaris mantuvieran sus promesas de aislar por completo a los "violentos", el eufemismo preferido en el País Vasco. No esperábamos mucho más, pero pronto descubrimos que era demasiado: exactamente un año después, Arzalluz y Otegi, sonrientes, firmaban el Pacto de Lizarra.

miércoles, 13 de octubre de 2010

El tiburón/el venao



Uno no puede hablar de su postadolescencia noventera y obviar el "Caribe Mix" y sus sucedáneos de verano. Yo creo que con los años se han ido cargando el verano musical o más bien lo han ido colapsando de sexo explícito. Apenas hay sitio para las sutilezas y con "sutilezas" no me refiero a Georgie Dann hablando de atributos raciales sino a determinadas metáforas.

Veamos, la cosa empezó en 1995 con "El tiburón", de Proyecto Uno. A esa edad, yo iba a discotecas y aunque decía que iba a bailar, por supuesto la idea de "conseguirme una fresca" no me disgustaba en absoluto. El problema eran "los profesionales". En toda discoteca o en toda fiesta, en general, te acabas encontrando con "profesionales" del ligoteo que saben siempre lo que decir y lo que hacer y que se van a acabar llevando a tu chica porque se la merecen, simplemente son mejores. Revolotean por ahí, ves la aleta asomarse y sabes que la presa está perdida, mejor búscate otra zona de pesca.

Oh, my God, ese tiburón no es fácil...

Lo único realmente irritante de esa canción era el "No pares, sigue, sigue" que era un preludio del molestísimo "Follow the leader, leader, leader" de años después. Lo demás se lo perdono, incluso el "un poquito más suave/un poquito más duro" más que nada porque era todo un disparate y los disparates me encantan. Aunque, efectivamente, ahora que lo pienso, sutil era lo justo.



Visto el éxito de Proyecto Uno, al año siguiente, Wilfredo Vargas (y varios otros) lo intentaron con otro animal entrañable: "El venao". A mí el tipo me daba mucha pena. Igual que el tiburón era un vencedor prepotente, este hombre era de una ternura desoladora. El pobre hombre todo enamorado, cornudo y además apaleado. Todos los amigos allí detrás dejándoselo claro y él, don erre que erre, creyendo la explicación de la chica.

En Malasaña, fiestas del PCE, etcétera, la bailábamos como debía ser, llevándonos las manos a la cabeza y haciendo el gesto de los cuernos. Había algo cómico y a la vez trágico en la canción, incluyendo un castellano muy improbable. Al año siguiente esperábamos algo parecido: bailongo, real como la vida misma y con altas dosis de cinismo. Sin embargo nos encontramos a Raúl o algo así y ya nos vinimos abajo.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Ay, qué calor



Veíamos porno codificado. Todos lo veíamos. Entornando los ojos o no, masturbándonos o no. Los recuerdos de mi primera película porno en Canal Plus ya en abierto son recuerdos de madrugada prohibida y baño recién pintado. Estábamos de obras en casa, yo dormía en el cuarto de la televisión. Las cadenas privadas nos habían golpeado directamente en el corazón: tetas y fútbol. Imaginábamos posturas -en los recreos se oían auténticas barbaridades sobre la anatomía femenina y el concepto de "vagina"- e imaginábamos goles en Atocha y Las Gaunas. Retiren la llave, decían, como si la realidad no existiera.

Recuerdo "Ay, qué calor" como uno de los primeros escándalos. Ahora sería un programa inocente, tan inocente que nadie lo vería. Ahora, cualquiera Lapiedra enseña las tetas en prime-time y anuncia su puticlub sin problemas pero en 1991 no era tan fácil. Hasta donde yo me acuerdo, "Ay, qué calor" era un concurso que copiaba la estética italiana: un presentador feo y una co-presentadora modelo, en este caso, Luis Cantero y la jovencísima Eva Pedraza. En medio, supongo que alguien quería ganar algo acertando preguntas o haciendo el ganso y unas muchachas probablemente también italianas cantaban "chin-chin, chin-chin, ven a jugar conmigo; chin-chin, chin-chin, seremos muy amigos", se abrían el corsé o lo que fuera y enseñaban su buen par de tetas latinas.

El sueño de Bigas Luna.

En fin, piensen en ello: teníamos 13 años y esas chicas nos decían esas cosas a nosotros los pajeros de noche. ¿Cómo no pensar que de mayores todo sería así? Te harías muy amigo de chicas semidesnudas dispuestas a enseñarte las tetas de la manera más gratuita del mundo y sin codificaciones de por medio. Aquello era una receta para la frustración post-adolescente, por supuesto, esos pechos jamás llegaron.

Uno se acuerda de la televisión de los 80 y le parece un paraíso de la cultura y el entrenimiento intelectual porque existió la televisión de los 90. Sin la televisión de los 90 como elemento de comparación todo ese rollo "qué-buena-era-la-bola-de-cristal-y-cuánto-aprendían-los-niños" quedaría en nada. De hecho, visto en perspectiva, la televisión de antes de las Mamaciccio, las chicas Chin-chin, José Luis Moreno, los focos derruidos y los trajes rancios de Antena 3 TV y las rayas prometedoras de Canal Plus, sería irreconocible para cualquier chaval que ahora tenga 15-20 años.

Como para nosotros los seriales radiofónicos. Un enorme anacronismo. Incluso esa actitud tan cordial de los pibones primonoventeros les resultará sospechosa. Ahora las modelos son estatuas desafiantes e inalcanzables. Everything is broken. Everyone is broken. Why can´t you forget?

lunes, 4 de octubre de 2010

Hole- Live through this



"Live through this", de Hole, fue un disco a la vez oportunista y desgraciado. Oportunista porque salió a la venta días después del suicidio de Kurt Cobain y demasiada gente vio una relación causa-efecto que, efectivamente, pudo provocar un aumento de ventas, pero a la vez tapó por completo la calidad del disco y sus canciones, el talento compositor de Courtney Love, su energía, su rabia...

Yo, que viví el grunge de una manera apasionada a mis 16-17-18 años, siempre pensé que aquel disco era el mejor de todos. Lo sigo pensando. Por supuesto, la carrera en global de Nirvana es superior, Pearl Jam tiene unas cuantas buenas canciones, Sonic Youth abrieron caminos, Soundgarden hizo "Black Hole Sun", que era algo más que un himno, los Stone Temple Pilots nos enredaron en la vaselina, Alice in Chains nos recordaron los 70 y así sucesivamente... pero como disco y como expresión de rabia, "Live through this" me parece incomparable.

Eso nos lleva a la figura de Courtney Love. Difícil de analizar. Se la comparó a menudo con Yoko Ono por razones obvias: temperamento complicado, demasiado control sobre su genial marido, cierto morbo al utilizar al difunto en beneficio propio... pero Yoko Ono no tenía ni la mitad del talento de Courtney. Es una auténtica pena que todo el mundo se fijara en la viuda y nadie en la cantante. Es una pena que la propia cantante se empeñara en asumir el papel de viuda mártir y luego viuda alegre.

No hubo un antes ni un después de "Live through this", eso también es cierto. Quiero decir, no sé si tiene sentido hablar de Hole como grupo o si basta con hablar de este disco. Por supuesto, sé que en 1990 -antes de conocer a Kurt Cobain o justo mientras le conocía- sacaron "Pretty on the inside", pero aquel disco es una excusa punk para llegar a la última canción: un minuto y medio desgarrador que repite slut kiss girl won´t you promise her a smack, is she pretty on the inside, is she pretty from the back? y después el obsesivo mantra there is no power like my pretty power. Probablemente sea una de las mejores canciones de un minuto y medio de la historia.



Pero "Pretty on the inside" era demasiado sucio, demasiado punk. Lo que diferenciaba el grunge del punk era el paso por el pop. El grunge era un punk triste, rabioso, brutal... pero con un punto elegante y sofisticado. "Pretty" no tenía nada de sofisticación, desde luego, igual que "Celebrity Skin" no tenía nada de rabioso ni de brutal y todo era asquerosamente artificial, pero claro, ya eran tiempos de power pop y se tenía que notar.

Hace mucho que no se sabe nada de Courtney Love. Lo último que vi de ella fue un capítulo de Muchachada Nui y dudo que la información fuera muy fiable (guiño, guiño). Creo que todo el mundo debería revisar "Live through this" ahora que nadie se acuerda de quién fue viuda de quién y podemos escuchar con los oídos más limpios. Todas las canciones son buenas. Algunas son magistrales. Las letras son de lo mejor que se ha escuchado en años.

Might last a day, might be forever...

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Chimo Bayo



Polígonos de las afueras de las capitales. Ruta del bakalao. Pantalones ceñidos y cadenitas. Macarras empastillados y niñas con primeros piercings. Discotecas de carretera. Me gustan las pastillas, blancas, rojas y amarillas (qué buenas, qué ricas, están las pastillitas). Valencia pero no solo Valencia, también Costa Polvoranca antes de las peleas y el asesinato y el declinar de la cultura de hormigón. Bloques gigantescos de hormigón en medio de ningún lado donde la gente podía perderse un viernes por la tarde y aparecer a rastras el domingo por la noche, o el lunes por la mañana.

Jamón, Jamón. A mí, Jamón, Jamón me parece una película interesantísima más allá de Javier Bardem y Penélope Cruz. Me parece una película mediterránea, con olores y sabores, bestia, valenciana, muy valenciana. Una película con aroma a pólvora y a fiesta de pueblo y a odios ancestrales y a maneras de resolver las cosas y a cojones del toro de Osborne castrados a pedradas y dos chicos exhaustos tirados en la arena después de casi matarse a base de jamonazos.

Obviamente, yo nunca estuve ni en Polvoranca ni en Requena, cuestión de edad. Y de gustos, supongo, porque puede que edad sí tuviera, al menos, edad legal. Yo lo veía desde fuera y con desprecio, un desprecio absoluto como el que uno puede sentir ahora por Belén Esteban, por ejemplo. Un desprecio casi de clase. Los pijos éramos grunges, los bakaladeros eran más bien "working class". Nada que ver con nosotros. Lo mirábamos con superioridad pero también con miedo, ojo, como dice el chiste "una epidemia que mate a todos los ricos no alarmaría a ningún pobre pero una epidemia que matara a todos los pobres asustaría inmediatamente a los ricos". ¿Qué demonios estaba pasando, por qué necesitaban cargarse la música, mirarse las pupilas contrayéndose y dilatándose, poner esas caras, sufrir esos infartos, pelearse a navajazos en lo que nosotros suponíamos era arena porque yo siempre he imaginado estos polígonos con una capa de polvo y arena levantándose?

El gran líder era Chimo Bayo. El primer gran líder. Fíjense: canciones sobre drogas -"Bombas, bombas", "Exta sí... exta no..."-, DJ valenciano de nombre inconfundible y banda sonora original de "Jamón, jamón". Chimo Bayo era lo más lejos que queríamos estar de la música pero a la vez era lo único que tolerábamos de todo aquello, sería incapaz de nombrar a un solo músico de aquella época salvo quizás a Paco Pil si es que alguien se tomaba a Paco Pil en serio, que lo dudo, porque para mí Paco Pil era una chiste comparado con lo que yo veía y oía del bakalao.

No sé si fue 1990 o 1991 cuando salió el "Así me gusta a mí". Hay que reconocer que era un temazo incluso aunque fueras a base de Coca-Colas. Música laberíntica que te lleva por donde quiere, rimas pegadizas, estribillo concluyente y fuerza de voluntad por todos los poros. Así me gusta a mí. Así me gusta a mí. Así... me gusta a mí. Y la parte incomprensible que aun veinte años después todos recordamos: chiquidam-chiquidam-chiquididamdamdam- que tumbambam- que tumbam que tebebetamtamtam- que tumbamquetem... un poeta, Chimo Bayo. Se aprovechó del desconcierto. Chimo Bayo nos pilló relajados, por sorpresa y luego quiso entrar por ahí todo tipo de mierda pero cerramos a tiempo el esfínter.

Lo que no quiere decir que no tuviéramos recaídas -"Eins, zwei, polizei", "Short dick men", "Lick it" y la transición hacia un ritmo discotequero más pop del estilo "Dance cherokee", "Scatman" o "I like to move it, move it..."- y no gritáramos de vez en cuando "Química, química", pero con muy poca fe, créanme.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

José Antonio Botella, "Chapis"


El odio se sabe dónde empieza pero no dónde acaba. La primera versión del odio, de hecho, fue la risa. Hablo de Telecinco, claro. Las persecuciones en "Qué me dices" eran divertidas, novedosas, el tono, desenfadado, menos crispación que en "Tómbola", primer paradigma de la telebasura noventera. Los presentadores eran frescos y se llevaban bien entre ellos y Belinda Washington estaba buena pero no demasiado. Como contrapunto, Chapis, con sus orejas de soplillo, su naturalidad, un cierto macarrismo al hablar, voz cazallera, y guiones inteligentes.

Nos caía bien a todos, incluso a los filósofos adolescentes.

Chapis y Belinda Washington, ya digo, el origen de la desgracia. Después de ellos, el caos. Después de ellos, Salsa Rosa y Aquí hay Tomate. Es indudable que el formato de Aquí Hay Tomate era una copia del de Qué Me Dices, pero ahí estaba Jorge Javier Vázquez, el hombre que cuando era pequeño y le preguntaron qué quería ser de mayor dijo "miserable" y no ha dejado de intentarlo en toda su vida hasta acabar consiguiéndolo con creces. Si se piensa, Chapis era el anti-Vázquez. Chapis era de todo menos odio, y el QMD -empezaban las siglas, en Al Salir de Clase ya se hablaba del CBC- resultaba de una inocencia casi enternecedora.

El programa derivó en revista, algo muy de Telecinco, y en Telemadrid hicieron algo llamado "Macumba" y que pretendía ser parecido y en 1997 quitaron el programa, demasiado inocente ya incluso para esa época de odio declarado, escarnio de los famosos. "Ahí están, ríete de ellos, búrlate, no tienes su dinero ni su fama pero puedes humillarles. Podemos humillarles. Podemos odiarles y que lo sientan". Chapis tuvo una enfermedad o eso creo. No volvimos a saber nada de él.

María Teresa Campos se hizo con las mañanas, Terelu con las tardes. Corrillos y tertulias de mercado. La "claque" dejó de aplaudir.

jueves, 16 de septiembre de 2010

El Día Después


Aunque ahora parezca mentira, Michael Robinson no siempre presentó El Día Después. De hecho, comenzaron Nacho Lewin y Jorge Valdano, justo después de su retirada como futbolista -intentó llegar al Mundial de 1990 pero Bilardo lo descartó finalmente- y justo antes de fichar por el Tenerife y como diría el poeta, liarla parda. Lewin llevaba dos relojes. No recuerdo por qué, pero los llevaba y se preocupaba de recordárnoslo continuamente. Valdano era metódico y riguroso en el análisis. Fue el primer año de la era Cruyff, él sería clave en los dos siguientes.

El programa tenía encanto porque era en abierto. Nuestra oportunidad de ver la famosa "cámara super lenta" sin codificaciones y ya contaba con la pizarra cibernética para el análisis táctico -poco más o menos lo que luego sería el PC Fútbol- el famoso "Lo que el ojo no ve" con curiosidades de los distintos estadios y un resumen de la liga italiana, el otro gran reclamo de Canal Plus en los años del Milan de Capello y la Juve de Roberto Baggio.

Fue en 1991 cuando se incorporó Michael Robinson. Robinson ya había deslumbrado en el Mundial como comentarista. Nadie se lo esperaba. Hace casi veinte años ya era capaz de hablar ordenadamente mal y que se le entendiera con una claridad absoluta. De hecho, hace casi veinte años hablaba igual que ahora. Robinson había sido un delantero centro tanque durante los 80 en el Liverpool y el Osasuna y encontró su papel en la vida como carne de televisión. Era un presentador buenísimo y un analista de primera. Recuerdo que Antic se lo quiso llevar como segundo entrenador cuando llegó al Atleti en 1995. Robinson pasó de la oferta y Gil se llevó el doblete.

La pareja Lewin-Robinson funcionaba. Uno era acartonadamente simpático y el otro era espontáneamente serio. Como un señor de alta sociedad intentando no parecer demasiado arrugado y un tipo de pueblo inentando agradar a los burgueses. El Día Después se convirtió en una referencia del fútbol de calidad y el periodismo de calidad, con reportajes impresionantes, como aquel de Benito Floro en los vestuarios de Lleida -¡con el pito nos los follamos!-. Anda que no dio de sí esa frase en las aulas del Ramiro de Maeztu. A partir de El Día Después y su escuela se entienden todos los programas posteriores de PRISA: platós enormes y fríos, mesas de metacrilato y una sensatez a veces agotadora. El reverso de Punto Pelota.

Hubo una temporada que se fue Lewin y ficharon al Lobo Carrasco, recién retirado tras una aventura en el Sochaux francés. Aquello fue un desastre. Carrasco es un correcto comentarista pero un nulo presentador. Ramos Marcos se convirtió en mucho más de lo que jamás habría soñado y llegó a creer que sabía de fútbol. En ocasiones, aún lo cree. A todos ellos se les sumó Raúl, un jugador del Numancia, aquel Numancia que llegó a cuartos de final de Copa en 1996 y se la jugó en el Camp Nou a todo un Barcelona.

Después llegó Pedrerol, justamente Pedrerol, y entendió perfectamente de qué iba la historia. Un tipo inteligente, Pedrerol.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Roxette


Mi primer concierto fue de Roxette. Miento. Mi primer gran concierto fue de Michael Jackson en 1986 ó 1987, en el Vicente Calderón, pero los conciertos con "mayores" no cuentan así que tenemos que darle al flash forward y llegar al invierno de 1991 en el Pabellón de Deportes del Real Madrid, metro de Begoña. Yo era fanático de Roxette. No me culpen, era un niño, casi, y su pop era tan fácil y sus baladas tan románticas -ese "It must have been love" o "Fading like a flower" o incluso "Spending my time". Lo combinaban con un cierto buen rollo estilo "Joyride" o "The look".

De hecho, todo empezó con "The look" pero me temo que eso sería deslizarse peligrosamente a los 80, a 1989, en concreto, puede que me equivoque. A mí me gustaba una chica de ojos marrones. Una chica de 12 años, por supuesto, era lo suyo y me preguntaba walkman en mano: "What in the world can make a brown-eyed girl turn blue, when everything I´ll ever do, I´ll do it for you". Eran tiempos del pesado de Bryan Adams. El caso es que a la chica también le acabó gustando Roxette. En este blog se ha hablado ya de ella, pero saben que me niego a poner nombres ni apellidos. La combinación Roxette-Chica se hizo irresistible, por mucho que yo por entonces ya fuera antimadridista y tuviera que volverme solo, principal y lógico motivo de preocupación de mi familia.

Los recuerdos fugaces que tengo de entonces tienen que ver con "Dressed for success" y lo que empezaba a ser "Tourism" el siguiente disco y por supuesto "Join the joyride" a todo volumen. Mi primer pitido en los oídos al salir del recinto. Pedir coca-colas con ella en un bar masificado, también, esas cosas.

En realidad, Roxette era un grupo ochentero, nos pongamos como nos pongamos. Un grupo con laca y hombreras y puro pop. Pero triunfó a principios de los noventa, cosa de los calendarios. Por mucho que pasen los años y uno vaya a festivales indie y hable sobre las diferencias entre Love of Lesbian y Vetusta Morla nadie me podrá convencer de que "Look sharp", "Joyride" y "Tourism" son tres pedazos de discos. Este último más íntimo, reflexivo, de "¿qué demonios estoy haciendo con mi vida?", canciones tipo "Here comes the weekend" o "Never is a long time". Era un disco que pretendía ser íntimo y comercial y creo que consiguió las dos cosas a pesar de lo esquizofrénico de la expectativa. Al  menos a mí me resultaba entrañable y tristón. Quinceañero.

Marie Friedriksson pasó por varios cánceres y se recuperó, pero el grupo paró por completo su carrera. Per Gessle, el verdadero alma del grupo, lo intentó en solitario sin ningún éxito. En 2001 tuvieron una breve "re-entrée" con una canción que a mí me encantaba y se llamaba "The center of the heart". Por supuesto, y con su horrible sentido del timing, la canción era noventera a más no poder. En 2004 la chica se casó. No fue conmigo, por supuesto, si no imagínense que ñoñería de post.

lunes, 30 de agosto de 2010

The Full Monty


El cine social británico. Años post-tatcheristas, porque durante el tatcherismo, reconozcámoslo, había menos huevos. Pero luego Ken Loach tirando piedras e incluso Stephen Frears con sus adaptaciones irlandesas de las historias de Roddy Doyle, incluyendo aquella furgoneta grasienta que acompañaba las victorias de Eire en el Mundial del 90, Ray Houghton y compañía.

De Escocia llegó "Trainspotting", cortesía primero de Irvine Welsh y posteriormente de Danny Boyle. El libro era mejor que la película pero la película no estaba mal. Descubrimos a Ewan McGregor y a ese entrañable y delgadísimo Robert Carlyle, que hacía de "Franco", el amigo macarra de la pandilla escocesa, "Oh, Danny Boy, Danny Boy". El inocente Rents y su grupo de colgados: "Ser inglés es una mierda pero ser escocés es aún peor, ni siquiera hemos encontrado un pueblo mínimamente decente que nos colonice", decían en medio de un valle con montañas al fondo.

En fin, Carlyle tuvo sus dos años de fama brutal y luego se deshizo en películas comerciales. Por supuesto, su momento de gloria llegó con "The full monty". Lo mismo la gente ahora no se acuerda pero aquello fue un bombazo con todas las letras. Clase media-baja del norte de Inglaterra luchando por sacar adelante a sus familias a la desesperada. Y en vez de hacernos llorar e indignarnos, nos hacían reir. Por supuesto, era una risa culpable. Una de esas risas -como esos orgasmos- que cuando acabes dices "Dios mío, ¿qué he hecho? Esto está mal". Sí, estaba mal. Desnudarse y hacer el ridículo y que todo el mundo se ría de ti por dinero.

Solo que al final no era por dinero. Al final era por orgullo y eso estaba bien. Dejaba de ser una historia de perdedores patéticos para convertirse en un grupo de gente con una idea fija en la mente y dispuestos a todo para conseguirla. Su risa también sería culpable, también habría un día después y un "Dios mío, ¿qué he hecho?" pero eso no venía en la película, acababa justo antes.

Fueron tiempos de Full Montys por todos lados: bomberos, futbolistas, fontaneros, jugadoras de hockey... de repente, surgió la fiebre del desnudo y el strip-tease. No sabría relacionarlo con una peor situación económica porque eran los tiempos en los que "España iba bien", recuerden. El virus, como Carlyle, igual que vino, se fue. Probablemente fuera lo mejor para todos.

lunes, 23 de agosto de 2010

Spin Doctors -Two princes



A ver, a mí la muchacha me gustaba pero a ella le gustaba otro. Como siempre, había un abismo entre mi confianza en mí mismo y la confianza de los que me rodeaban. Normalmente, cuando los demás dicen "eso lo tienes hecho" yo lo veo como algo imposible y viceversa. Aquí, nadie daba un duro por mí. Era lo que los americanos llaman un "underdog" y el gran favorito lo tenía todo de su lado. Crítica y público. Y a la muchacha en cuestión, claro. Recuerdo pasear tenso y valiente por la Plaza de Bami, rumbo a su casa, a verme con los dos y compararme con Aznar en del primer debate contra Felipe González.

Antes de que Felipe González ganara esas elecciones, claro, si no vaya porquería de comparación.

El caso es que todas las apuestas estaban contra mí y yo me convertí en un perdedor sonriente. No todo el rato, advierto, en otras me convertía en un perdedor lacrimógeno que pasaba los anocheceres junto a la Plaza de Toros de Las Ventas y esperaba que la Chica Langosta saliera de Frutas Eduardito para llorarle un rato. Lo que pasa es que ella era más lista y no salía nunca. A lo que iba, que la cosa tal y como yo la veía estaba entre él y yo. Incluso percibía esa incomodidad en todo Goliath cuando ve a un David tocapelotas enredar por ahí. Miedo al fracaso, lo llamaba yo.

La banda sonora de aquel enamoramiento fue Spin Doctors y su "Two princes". La canción resumía todo lo que ya he contado antes: una chica tiene que elegir entre una opción sensata y una opción disparatada. La gran diferencia es que la chica de la canción sí tenía dudas, la de la realidad, ninguna. Los Spin Doctors eran unos chicos divertidos, con sus barbas y sus pelos largos y sus gorros de patinadores canadienses, que hicieron un primer disco, "Pocketful of kryptonite", completamente dedicado a mí y a mis relaciones sentimentales. Todo un detalle. Aparte de la obviedad de "Two princes", tenían "Little Miss can´t be wrong", que me recordaba a la misma chica y sus ataques de arrogancia -es decir, cuando no me hacía ni caso-, y "Jimmy Olsen´s Blues" que era otra historia de perdedores con ritmo beat.

I don´t think I can handle this, a cloudy day in Metropolis, I think I´m going out of my brain, I´ve got it so bad for little Miss Lois Lane.

En realidad era eso: Jimmy Olsen compitiendo contra Superman. La metáfora era más adecuada que la de los amores sensatos y los amores disparatados. No había nada parecido al amor en esa historia y tal y como habrán imaginado, la muchacha en cuestión se fue con el otro príncipe y yo seguí en la puerta de Frutas Eduardito unos cuantos años más. Luego le dejó a él también, como suele ser habitual, y parafraseando a Sabina diré aquello de "¿Saben qué les digo? Superman y yo nos hicimos amigos el día en que la muchacha nos dejó... por otro idiota".

Intrahistorias aparte, la educación siempre ha sido uno de mis principales activos.

lunes, 16 de agosto de 2010

Parker Lewis Nunca Pierde


Parker Lewis podía parecer ochentero: camisas de colores, hombreras y flequillo-tupé con laca. Sin embargo, era la imagen perfecta de la decadencia de esa estética, del final de una época. Si Parker Lewis y sus colegas eran unos inadaptados, si aquel instituto era una colección de frikis era en parte por su empeño en vivir en otro tiempo, un tiempo más feliz. Los nuevos ya llevaban camisas de leñador y pantalones gastados.

La serie llegó aquí a principios de los noventa a Telemadrid, recipiente de algunas de las mejores series extranjeras de aquella época antes de convertirse en el coto privado de Curris Valenzuelas e Isabeles San Sebastián. Por supuesto, nos fascinó. Todo aquel ingenio y toda aquella locura adolescente, nosotros, chicos del Ramiro de Maeztu, aún inadaptados, primero de BUP. Nada que ver con "Salvados por la campana", California, chicos guapos y chicas que acabarían desnudas haciendo de showgirls en películas del tres al cuarto. Empiezas haciendo de Screech y acabas de productor y actor porno, es el camino natural. Lean más a Bret Easton Ellis.

Parker Lewis era un buen chico, consciente de que vivía en un mundo problemático que no iba a ir a mejor. Por eso tenía que ser más listo. No para ligar ni para fardar -que también-, había en Lewis un punto de superviviente, de tipo entre tribus, de francotirador. Algo entre Zach Morris y Columbine. Recuerdo una escena maravillosa en la que los pringados se quedaban fuera del baile de promoción -o lo que fuera-, sentados en un banco, mirando la gente que entraba y salía. Cuando abrían la puerta, la música se escapaba y los listos -"nerds", se diría ahora- buscaban título y artista. "Achy breaky heart", Billy Ray Cyrus. Lo intentaban. Con todas sus fuerzas. Se habían aprendido de memoria todas las canciones que no bailarían jamás.

Su esfuerzo era entrañable. Los chicos que no sabemos bailar, nos sabemos todas las canciones, sus títulos y sus letras. Si no, las inventamos.

Miley ni siquiera había nacido.

martes, 10 de agosto de 2010

Pavement-Fight this generation



¿Y qué hay más atractivo que combatir a toda una generación? Cualquier generación. Nuestra generación por no ser como nosotros, la generación de nuestros padres por no ser como nos gustarían, la generación siguiente, por llamarla de alguna manera, la de los bakaladeros y las chonis inminentes y sus drogas de diseño. Nuestra generación éramos nosotros, fuéramos quienes fuéramos. Yo hablaba pedantemente de "la generación del 77", tenía una fe ciega en nuestro talento. Podría admitir a gente del 76 o incluso del 78, 79, pero 1980 era por entonces una fecha imposible, una fecha de niños y niñas recién salidos del colegio.

La generación del 77. Valiente tontería. Cuando sales del instituto, el triunfo se da por hecho. Ni siquiera te planteas mucho en qué consiste eso del "triunfo", simplemente todo ha salido rodado, curso tras curso, todo el mundo está contento contigo y todo, absolutamente todo, seguirá así. Nada podrá pararnos. La generación del 77 -y la del 76- como habrán supuesto algunos escuchaba a Pavement. Tampoco en eso nos poníamos de acuerdo, porque a algunos les gustaban los dos primeros discos y algo menos el tercero y yo no soportaba ni Slanted ni Crooked pero flipaba con Wowee Zowee. "Flipaba" es quedarse corto. Creo que ya he comentado antes que la única canción que soy capaz de aporrear a la guitarra es "Rattled by the rush". El principio, al menos.

En fin, más cosas: viajamos de Madrid a Malpica de Bergantiños un verano. Eran los tiempos en los que en Malpica no había festivales de música indie y nosotros íbamos con nuestro CD Player y nuestras literas. Por alguna circunstancia, el único CD que se leía sin baches era el de Pavement. Lo consideramos una señal. "Grounded" era inquietante, "Father to a sister in thought" era una preciosidad semirromántica y "Flux=Rad" tenía una potencia medio grunge, medio punk, algo parecido al "Pretty on the inside" de Hole aunque sin llegar a tanto, claro.

Mi hermano tenía un grupo y la tocaban en directo. Sospecho que eso fue antes de "She´s so hot, she can´t wait no more" pero reconozco que yo iba a los conciertos de mi hermano por las chicas y supongo que esto no le dolerá porque ya lo intuiría entonces.

Pero la canción definitoria era la siguiente, un comienzo algo porrero, tendido, divergente y un ritmo sostenido que iba llevando al mensaje: "Your life is about to come, away from the mirror, in a rainshed generation... Fight this generation, fight this generation". Un mantra obsesivo, casi de secta, de esquizofrénico que oye voces en su cabeza que le piden que queme casas e iglesias. Sospecho que la secta es el lugar natural de todo adolescente. Nosotros se lo gritábamos a la cara pero no sabíamos a la cara de quién.

P.D. El vídeo elegido no es en el que mejor se oye la canción, pero responde a nuestra idea de lo que era un concierto de un grupo semi-grunge en 1994 y me pareció interesante, para puristas, mejor cliqueen aquí.

lunes, 2 de agosto de 2010

Beautiful girls


Timothy Hutton iba a casarse y se le cruzó Natalie Portman. Estas cosas pasan. Se le cruzó con sus 13 años y su pose de listilla frágil y pre-adolescente y sus coqueteos de niña a mujer, algo más que una lolita, mucho más sutil que una lolita porque una lolita es algo ya demasiado "déjà vu" y en ocasiones francamente agotador. Esas niñas que juegan a ser mayores y escandalosas, con su ristra de tópicos a la espalda.

Natalie Portman, no. Ya digo: era una listilla, pero con mirada de huerfanita. Todo el mundo sabe que yo siento debilidad por las chicas con mirada de huerfanita y eso ya me pasaba a los 19 años. Timothy Hutton no se lo podía creer: tenía una prometida preciosa, un grupo de amigos preparados para acompañarle en el día más feliz de su vida, una familia que le apoyaba y celebraba y él de repente se enamoraba de una pre-adolescente a la que ni siquiera podía tocar, por supuesto.

Se sentía como Winnie-the-Pooh. Eso le explicaba a la joven Portman, que fantaseaba con esperarle el tiempo que hiciera falta, hasta que por lo menos ella fuera mayor de edad. "Seré tu Winnie-the-Pooh", le decía, es decir, el muñeco que tarde o temprano acaba en una estantería cogiendo polvo, olvidado, el capricho de unos meses que con el tiempo pierde interés. Dicen que soy tu peinado de hoy, que no duraré.

Hutton sabía eso, pero aun así la miraba con su propia cara de huerfanito. Los iguales se reconocen. Eran una pareja entrañable. El problema era que necesitaba crecer. Él sí que necesitaba crecer o al menos esa necesidad era más acuciante porque al fin y al cabo hablábamos de un treintañero y ser un treintañero -todo el mundo lo sabe- es una cosa terrible. De hecho, toda la película era un retrato de inmaduros fracasados, posters de modelos y relaciones tortuosas. Sueños rotos y ese largo etcétera.

La otra gran frase, en un plano secuencia -o casi- espectacular, la decía Rosie O´Donnell, indignada: "Dios le dio a las chicas delgadas culos delgaduchos y a las chicas gordas, tetas grandes. No se andaba con pamplinas. Veis a esas modelos y pensáis que podéis acabar con ellas y os negáis a cualquier clase de compromiso con las mujeres que somos normales". Obviamente, O´Donnell exageraba pero la frase, todo el cabreo en general era sublime: no aceptáis la realidad tal y como es. Beautiful girls y su colección de peterpanes y campanillas. Era una película bonita, ideal para un nostálgico. Por si acaso, y conociéndome, no he vuelto a verla.

Ah, por supuesto, sí, yo también me enamoré de Natalie Portman. Toda mi generación lo hizo, incluyendo a Devendra Barnhardt. Cómo culparnos.

lunes, 26 de julio de 2010

Strange news from another star



Nuria escribía cartas desde el futuro. Estábamos en Cuenca, casi tres años después de todo-lo-feo y hablaba de escribir cartas desde el futuro. Cartas desde 1997, 1998. Un decalaje admisible. A mí me encantaba la idea. Una vez escribí que un buen blog personal no es el que cuenta lo que alguien hizo ayer sino el que se atreve a pronosticar qué va a hacer mañana. Adelantarse.

Nuria y Estíbaliz y Cuenca y San Mateo. Yo estaba con mi depresión adolescente de 16 años y me fui a pasar unos días allí con un amigo. Mediados de septiembre. Vaquillas y peñas. Ellos bebían mucho y yo no bebía nada, supongo que era algo parecido a un bicho raro, como siempre. Días de Los Rodriguez y "Numb", de U2. En el juke-video-box de un bar del centro acabábamos poniendo "Valentín", de una tal Vanessa, que años después cambió las eses por equis, el romanticismo por cierto cinismo y el pop por algo parecido a hip hop.

En fin, eso fue tres años antes de que Nuria se pusiese a escribir cartas desde el futuro, en la Semana Santa de 1997. Fue el año en que Blur sacó su mejor disco: "Blur". Fue el año de "Beetlebum", "Song 2" y para mí, sobre todo, "Strange news from another star". Me gustaba la idea del futuro porque representaba la ausencia de expectativas, representaba una especie de Edén desde el que se miraba todo a una distancia infinita. Con tiempo, precisamente. Esperando a que los demás lleguen.

Yo vinculaba el futuro a "Strange news from another star" por unas líneas autocompasivas y brutales: "All I´ve ever done is tame, will you love me all the same, will you love me though it´s always the same?". Yo tenía miedo de que en el futuro mirara atrás y me diera cuenta de que todo lo que había hecho estaba por debajo de lo que se esperaba, que no hacía más que repetirme y lo que es más grave, que la gente dejaría de quererme por todo ello. Dejaría de quererme por no ser genial.

Coquetear con el futuro era, en parte, coquetear con la mediocridad o, más bien, coquetear con que la mediocridad ya no importara, ya hubiera pasado, ya hubiera llegado ese momento de "¿me querrás pese a todo?" Es probable que ninguno de ustedes vean la relación. Trece años después incluso a mí me cuesta. Pero trece años después, insisto, aún me acuerdo de Nuria, de sus cartas, de la sensación vaga y todavía, en mi Facebook, escribo, muerto de miedo, la letra de la canción, esperando que alguien conteste: "Sí".

Pero nadie lo hace.

sábado, 17 de julio de 2010

Juan Luis Guerra - Me sube la bilirrubina



"Guerra" fue la palabra de 1991. Empecemos: a principios de año aún coleaban las noticias sobre Juan Guerra, hermano del vicepresidente del Gobierno. Despachos utilizados de manera ilegal y posible aprovechamiento del apellido para medrar e incluso coaccionar. Cosas que ahora a más de uno le harían partirse de risa pero que, en su momento, suponían el principio del final del idílico sueño del PSOE de los 80 y acabaron con la dimisión de Alfonso Guerra un 12 de enero.

La primera de unas cuantas, porque los años siguientes, y no hace falta irse tan lejos como Roldán y Laos, fueron una sucesión de escándalos e incompetencias. Crímenes y castigos. La pérdida de la inocencia, para algunos críos como yo que creíamos firmemente en que todo lo que hacían los que mandaban estaba bien hecho. Por definición.

En verano, aunque la cosa había empezado un poco antes, llegó la explosión de la bachata con Juan Luis Guerra. Consiguió estar en todos lados con dos discos distintos. Lo bueno del anonimato es que de repente un éxito se transorma en varios: en el actual y en todos los pasados que quedaron desapercibidos. Guerra, con sus 4-40, había dado un primer aviso con "Woman del Callao", pero aquella excentricidad post-ochentera se mezcló con otras extravagancias centroamericanas del tipo "Mi abuela", aquel maravilloso amago de rap de Wilfred y La Ganga, o "Devórame otra vez" del esperpéntico Lalo Rodríguez y se perdió un poco en el recuerdo.

Entre 1990 y 1991, Juan Luis Guerra arrasó en España con "Ojalá que llueva café en el campo" y "Bachata Rosa". "Arrasar" es quedarse corto. Guerra estaba en todos lados: en especiales de verano, de Navidad y de primavera, en plazas de toros y estadios, en radiofórmulas y estaciones pirata. Incluso en películas de Nanni Moretti. Eran dos discos muy buenos. Muy carnales. Muy de "me sube la bilirrubina cuando te miro y no me miras". Había decenas de buenas canciones en esos dos discos y yo pasé buena parte de mi adolescencia tarareándolas. Aún en 1994 salía de las fiestas haciendo torpísimos movimientos de cintura y desafinando "Rosalía, dímelo pronto, tengo un conuco de arcoiris bajo el arroyo".

Querida mujer (dos puntos) no me hagas sufrir (coma).

Diría que su gran éxito, aparte de la bailable bilirrubina y el emotivo café lluvioso, fue una canción tremendamente sexual llamada "Burbujas de amor" o "Quisiera ser un pez", según la edición, y que dejaba bien claro que aquel hombre lo que quería por encima de todas las cosas era follar y nos parecía bien, en eso estábamos todos con él. Luego se volvió ultrarreligioso y dejó algunos discos mejorables. La fiebre, como todo en esta vida, se pasó.

En fin, Juan Guerra, Alfonso Guerra, Juan Luis Guerra... y la Guerra de Irak. Menudo 1991 nos dio la Guerra de Irak. Era nuestra primera guerra, por supuesto. La primera televisada, en cualquier caso. Los niños bien del Willoughby poníamos la CNN para enterarnos en directo de los scuds de ida y de vuelta. "Un scud para el Joventut" cantábamos en los partidos del Estudiantes. Comparado con lo que hemos visto después -y desde luego con lo que no habíamos visto antes- aquello era de una cutrez inmensa, corresponsales con máscaras anti-gas protegiéndose de imposibles ataques químicos en pleno Tel-Aviv. Ángela Rodicio informando desde Bagdad para Televisión Española.

Al día siguiente comentábamos la jugada. Eso y la crisis del Madrid. Cinco ligas seguidas para acabar en esto. ¿Y por qué demonios no pasaba la bola Hagi? Gica Hagi y Sadam Hussein. Conversaciones de fin de ciclo.

martes, 13 de julio de 2010

El lado oscuro del corazón


"Pero eso sí, y en esto soy irreductible. No les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar, pierden el tiempo conmigo". Oliverio buscaba a la mujer imposible en lupanares y rincones de Montevideo y Buenos Aires. Recitando poemas a los coches atascados mientras los niños vendían kleenex. Iba a las fiestas a mirar a las vacas. Vivía a una distancia estética de todo, incluso de la muerte. A su alrededor, la gente se enamoraba y follaba. Él follaba y pedía imposibles. Todos ponemos listones.

Oliverio recitaba a Benedetti continuamente. "Mi táctica es mirarte, aprender cómo sos, quererte como sos". Qué gran mentira todo eso. ¡Querer a alguien como es, y además un poeta! No, Oliverio no las quería como eran, las quería como él quería que fueran. Por eso se las buscaba putas. Por eso nunca volaban. Hasta que...

Hay en "El lado oscuro del corazón" toda la pedantería que me resultaría insoportable en este momento y sin embargo mi cariño por la película sigue intacto. Darío Grandinetti, sublime, con pelo largo, andando lento y pausado, gabardina y cigarro, arrastrando casi los pies y entrando por vaginas gigantes. Benedetti, el mismo Benedetti al que yo veía comprar papel higiénico y comer tortitas con nata en el VIPS de Clara del Rey, haciendo de veterano marinero alemán, susurrando, nostálgico, "Weil ich dich habe... und nicht habe".

Nos aprendimos todas las poesías de la película y si descubrimos a Don Mario, si en algún momento nos llegamos a coger de la mano en Santander, bajo la lluvia, y recitamos "Táctica y estrategia" o "Corazón coraza". Si alguna vez amé y si algún día después de amar, amé, probablemente fuera por esos versos y esa pose. La pose de perdedor encantador de serpientes. Estética, estética, estética. 1993. Vi la película tres, cuatro veces, no lo recuerdo. Mi línea favorita era "Porque has venido a recoger tu imagen y eres mejor que todas tus imágenes".

Porque eres linda desde el pie hasta el alma, porque eres buena desde el alma a mí.

Weil ich dich habe...


Recitábamos Neruda también, casualidades. Mi visión de la literatura era en dos dimensiones. Un tuerto de la poesía, todo plano, sin matices. Neruda y Benedetti, punto. A la gente que no nos gusta la poesía nos gusta Benedetti y Neruda, igual que a la gente que no le gusta la música clásica les gusta Pachelbel y Albinoni. Esta frase es de mi madre, al menos la mitad, pero es que es muy buena. La Chica Langosta, en aquel banco de Príncipe de Vergara, me miraba a los ojos, como si no pudiera entender nada y se limitaba a decir: "En tu casa, ir al teatro es algo bueno, en la mía es perder el tiempo".

La Chica Langosta no fue mi novia de los 90.

Igual la Chica Langosta volaba, ponerme a pensar en ello ahora mismo me resulta un poco obsceno, la verdad, porque los personajes quedan pero las personas siguen vivas. Volvamos a Oliverio y su programa de máximos. Puede que todos debiéramos tener un programa de máximos. Hace poco escribí: "He conocido a una chica con una vitalidad envidiable. Le perdono cualquier cosa a una chica de 21 años salvo que no tenga una vitalidad envidiable".

Yo no tuve la culpa, la chica apareció literalmente de ninguna parte. Jamás pude imaginar que sabría alemán.

jueves, 8 de julio de 2010

Los Rodríguez -Disco Pirata


"Mis amigos me dijeron Andrés, no te enamores la primera vez". No entendíamos esa frase. Yo no la entendía y hasta donde recuerdo, Vicente directamente la reformulaba: "Andrés, no te enamores por primera vez". Eso era más fácil porque estábamos en edad de enamorarnos por primera vez todos. Lo de los rollos de una noche con continuidad sufriente nos pillaba un poquito lejos a los 15 años, si hay que ser sinceros.

Todavía lo llevamos mal.

La primera vez que escuché a Los Rodríguez fue en el coche de mi tío Pancho, algún día de mayo. Él tenía una cinta grabada y a su vez me la grabó a mí. Me encantó. ¿Cómo se llamaba aquel disco? ¿"Buena suerte"? Escuchaba "Mi enfermedad" y "Engánchate conmigo" como un loco adolescente. Voy a sacar a pasear mi dolor como un tonto hasta acabar conmigo. Eso y Nirvana, ya ven, una alegría de chico. Era uno de esos grupos que gustaban a todo el mundo: suficientemente comerciales -"Hace calor"-, suficientemente rockeros -"el canal 69"-, suficientemente reivindicativos -"No podemos hacerlo" y suficientemente depresivos para la época que les tocó vivir, es decir, los 90.

Viví el éxito de "Sin documentos" con ese orgullo de los idiotas que dicen "yo ya lo dije antes". Como si hubiera descubierto América. Fue un éxito redondo, de concierto en Las Ventas con Manolo Tena, cuando Manolo Tena era Dios. Aquel loco año de 1993. En aquel concierto conocí en persona a Christina Rosenvinge y Ray Loriga. Obviamente, ellos no se acuerdan; yo, sí. El caso es que viví sus éxitos como algo propio y los incluí en mi cuarteto de grupos favoritos junto a los ya muy mencionados Nirvana, U2 y Radio Futura.

Aún no me había empapado suficientemente de los Pixies y Radiohead llevaban camino de "one-hit wonder".

Para mantener ese encanto secreto, confidente, de descubridores de tesoros, Vicente y yo nos poníamos continuamente el "Disco Pirata". No fue un disco muy popular: caras B y versiones en directo de todos los éxitos, incluyendo el clásico y desgarrador bolero "La copa rota". En la portada había unas mozas muy guapas vestidas de pirata. "Eso sí que son piratas y no lo de Sabina", decía un comentario del anuario de la música que sacaba Los 40 Principales.

Su gira de despedida fue precisamente con Sabina. Les vi un par de veces: en Las Ventas, otra vez, en medio de una marea de gente y en Santander. Lo de Santander fue especial porque todo era más familiar y yo pululaba por el hotel y en una de esas me encontré viendo con Calamaro y Roth la final de los Juegos Olímpicos de 1996. Argentina-Nigeria. El Piojo López y el Burrito Ortega. Ganó Nigeria, por cierto, pero eso no importa. Mi recuerdo de ese concierto es Andrés Calamaro completamente serio y concentrado antes de salir a versionear "Princesa" y haciendo eses en cuanto salió al escenario.

Estética.

Aquello me encantó.

Juré repetirlo algún día. Probablemente lo haga.

lunes, 5 de julio de 2010

Abierto hasta el amanecer



A mí me encantaba Tarantino y no tanto Robert Rodríguez. Me encantaba como director, claro, pero también como actor: sus apariciones más o menos fugaces en "Reservoir Dogs" y "Pulp Fiction" prometían grandes cosas. En "Abierto hasta el amanecer" hacía pareja con George Clooney, justo en la primera película que Clooney hizo mínimamente en serio, hasta entonces solo era un guaperas de la tele salido casi de la nada. Los dos estaban soberbios.

Vimos la película a principios de verano de 1996. Sesión de noche. No de madrugada, de noche. Al día siguiente nos íbamos de acampada y yo estaba dispuesto a que mi vida cambiara. Acababa de leer a Carver, en definitiva.

La primera parte era soberbia, aquella historia de dos hermanos delincuentes: el asesino bueno y el asesino malo, la clase de Clooney y la mirada desquiciada de Tarantino. Juliette Lewis encerrada en una caravana con Hervey Keitel haciendo de padre y sorteando controles policiales. La tensión y los diálogos rápidos, directos. Luego la cosa decaía porque "la cosa" pasaba a manos de Robert Rodríguez y se convertía sin más en una película de vampiros.

Algunas cosas sobre Robert Rodríguez: vi "El mariachi" en su momento, 1993 creo, y me dejó completamente frío. Probé de nuevo con "Desperado" y, aun apreciando la fantasía, me pareció una chorrada. De hecho, no me reconcilié con Rodríguez hasta "Planet Terror", más de diez años después. Tuvimos una entrevista en el Hotel Ritz de Madrid: él llevaba un gorro de vaquero, botas con espuela y no paraba de comer patatas fritas con ketchup.

Lo dicho: la parte de Robert Rodríguez se limitaba a Salma Hayek bailando con serpientes y un montón de tiros y chistes fronterizos. Más de lo mismo. Mató a Tarantino al poco de empezar y convirtió aquello en una sangría de serie B. Me imagino lo bien que se lo pasaron haciéndolo. No les culpo. Para la historia ha pasado el baile y la sugerente balada country-chicana que la acompañaba. Ni rastro de Clooney ni de caravanas ni de sonrisas pervertidas. Nada de niñas malas buscando aventuras.

Por las noches veía "Amor a quemarropa" en versión original y me preguntaba por qué, en el fondo, todas las películas de Tarantino tenían un punto tan triste.

martes, 29 de junio de 2010

EMF-Unbelievable



A principios de los 90, incluso finales de los 80, empezaron a echar en Telemadrid las listas de éxitos de Gran Bretaña. Telemadrid, como cualquier cadena que empieza, era por entonces un solar pero un solar muy divertido, compuesto casi todo por producciones inglesas: "Sí, señor ministro", "Alló, alló", el grupo ese de enloquecidos que hacían sketches sobre un tal "Cabeza de Canoa". En uno de esos programas vi por primera vez el vídeo de Sinead O´Connor llorando como una magdalena, "I know that living with you baby was sometimes hard, but still I´m willing to give it another try".

Ahí descubrí también a Stone Roses y Happy Mondays. De una manera muy lateral porque, insisto, yo por entonces ni siquiera había entrado en el instituto, estaba en ese año intermedio de Parques de Atracciones y primeras discotecas light de Palma de Mallorca. Algo entre "Ritmo de la noche" y "Xuxuxu-Xaxaxa". Supongo que la cultura del tecno, de lo que nosotros llamábamos tecno y luego algunos llamaron bakalao y que en realidad es algo bastante indefinible, nos resultaba atractiva porque nos hacía sentirnos mayores.

Con 12 años compré mi cinta de "Acid Mix", con los emoticonos de las pastillas en la portada. Dudo que nadie con más de 15 años comprara aquello.

¿Dónde quedaba EMF en todo eso? Hasta donde yo recuerdo, la canción es de 1990 ó 1991 y fue un exitazo. Eso quiere decir que fue "mainstream" y desde luego tenía un punto Happy Mondays, un toque Madchester, pero también la ponían en las discotecas y la bailaban, extáticas, las chicas de la televisión. Bailar EMF como comprar "Lo más disco" o "Zona de baile" o el "Ponte las pilas" era una señal de madurez. Sé que suena irónico, pero lo era.

Piensen que la alternativa era Modestia Aparte. O Rick Astley. Puede que "Unbelievable" fuera la primera canción rencorosa que me gustara de verdad. Una canción de dejar las cosas claras. Yo no sé si después de dejar las cosas claras van a mejor. Diría que no, pero hay que intentarlo. Todos hemos pensado varias veces en decirle a la chica, sin más, "no te lo crees ni tú". Con 13 años y con 33. La rabia es lo único que no cede con la edad.

jueves, 24 de junio de 2010

Siempre negatifo, nunca positifo



En un ataque de autocompasión adolescente, definí en un diario mi vida como "un eterno partido contra el Ajax". Me refería al Ajax de mediados de los 90, el de Van Gaal, lo más cercano al actual Barcelona de Guardiola, con su presión en todo el campo, su manejo constante del balón y la sensación de que el rival, ahí, no pintaba nada.

Me caía simpático Van Gaal y desde luego me alegré de que lo fichara el Barcelona.  No podía saber que yo iba a ser el único. Van Gaal, un tipo serio y metódico, con un ego sobredimensionado, llegó a la mediterránea Barcelona y empezó a portarse como un turista cabreado. Todo le parecía mal. Todos eran unos incompetentes. Nadie le entendía. La prensa se cebó como se ceban los del pueblo con el turista atildado: que si la libreta que lleva siempre, que si solo ficha a sus amigos holandeses, que si mira qué aires se da... La campaña tuvo tanto éxito que a los meses todo el Camp Nou gritaba aquel mítico "Fora Van Gaal" pañuelos en mano. En su primera temporada ganó la liga y la copa pero eso no pareció importarle a nadie.

Los guiñoles de Canal Plus -y hablamos de una época en la que los guiñoles de Canal Plus eran una referencia bastante aproximada de la opinión pública- le representaron con una cara que era una pared de ladrillo, cerrado acento del norte y una libreta en la mano, con la que frecuentemente hablaba. La verdad es que el hombre daba pena. Recuerdo a unos chavales en un entrenamiento gritándole "hijo de puta" a los pocos días de que su madre muriera. Recuerdo también a Nicolás Casaus, estandarte del barcelonismo de aquella época a sus noventa años, pedirles "por caridad cristiana" que se callaran, que ya estaba bien.

Y sí, estaba bien. Van Gaal era un actor torpe, sin recursos. Su mejor momento fue en la rueda de prensa famosa en la que se puso a gritarle a un periodista aquello de "tú eres muy malo" y "tu interpretación es siempre negatifffa, nunca positifffa". La reducción de la frase a su esencia: "Simpre negatifo, nunca positifo" causó furor como en su momento los "cobarrdes" de Chiquito o las manchas de las picotas. Van Gaal se fue al tercer año, el único en el que no ganó nada. Creo que nunca superó ese fracaso. Probablemente, nunca entendió en qué había fracasado, era junto a Cruyff el entrenador que más títulos había dado al Barcelona en 30 años y eso que solo se quedó tres. Había hecho debutar a Xavi y a Puyol, entre otros.

Se dedicó a dar tumbos y acumular fracasos: todo hasta 2008 que su AZ Alkmaar, algo así como el Deportivo de la Coruña holandés ganó la liga de calle y se plantó en semifinales de la UEFA. Volver a los orígenes. Zu den selbste sachen. Para blindarse de cualquier crítica se declaró a sí mismo un perdedor y un esteta. Eso lo hacemos muchos. El Bayern de Munich lo fichó pese a todo porque sabía que un perdedor que se declara perdedor es un ganador en potencia. Un mentiroso. Ganaron liga y copa. Perdieron la final de la Champions en Madrid. Enfrente tenía a un ganador empeñado en declararse ganador en cada entrevista. Es decir, otro mentiroso.

domingo, 20 de junio de 2010

José Ángel Mañas- Ciudad Rayada


A mí me hacía gracia que saliera el Festimad. Que un proyecto de bakaladero pastillero traficante ni-ni enamorado de una niña de 14 años con ese punto de matón de discoteca se colara completamente borracho y drogado en Móstoles, en el que era el sagrado recinto de los indies más rockeros. El pop quedaba en Benicassim. La mayoría de expertos te dice lo contrario, que los libros no pueden contener referencias temporales muy precisas a eventos pasajeros. La razón está clara: cualquier chaval de 20 años que lea ahora "Ciudad rayada" no sabrá de qué demonios le está hablando Mañas.

Sin embargo a mí esas referencias generacionales me gustan y las utilizo y me gustaba leérselas a Mañas porque, sí, lo reconozco, yo fui un ávido lector de Mañas, al menos de sus cuatro primeros libros y lo disfruté como una post-adolescente atormentada disfruta de Lucía Etxebarría. Literatura de machitos pasotas y nihilistas. Lo que aspirábamos a ser con 20 años.

Mañas escribía peor de lo que él creía y mejor de lo que los críticos publicaban. No cayó bien en ningún momento. Tuvo un primer intento de literatura seria, con aquel "Soy un escritor frustrado" que quedó en el cajón y se acabó convirtiendo en su tercer libro publicado. Antes, el fenómeno Kronen y "Mensaka". Para mí, había una evolución en todo aquello: no me sentí nada representado por la gente del Kronen, un montón de topicazos resaltados aún más por la pésima adaptación al cine de Armendariz. Me gustaron más la estructura y los personajes de "Mensaka" y me pareció que volaba por fin sin clichés y velocidad punta en "Ciudad rayada".

Aquella, en parte, sí era mi ciudad. O podía serlo.

Fue el inicio del fin. A partir de ahí, Mañas repitió la misma fórmula: borrachera-sexo-borrachera-tráfico de drogas-borrachera-pelea-borrachera-desencanto en la siguiente novela y todo el mundo se levantó indignado como en un concierto de Berthe Trèpat y abandonó la sala. No puedo decir que no intentara imitarle en algún momento. No puedo negar que, en mis fantasías de crítico juvenil, le llegué a juntar con Loriga como si fueran la misma cosa. Y con Bret Easton Ellis. Leí "Historias del Kronen" antes de "Menos que cero" y por lo tanto tardé un par de años en darme cuenta del plagio. Y no porque no diera pistas con aquellos Patrickbeitman y sus Americansaico.

Planeamos el guión de una película que nunca llegamos a hacer: "Historias del Jazz". Era uno de nuestros bares, el Jazz Madrid, cerrado desde hace años. La primera escena era un anochecer y la última un amanecer de verano. Era una película muy triste y nada moral. De cámara en mano. 1995.