viernes, 31 de diciembre de 2010

¿Quién sabe dónde?


Alguien entró por teléfono y dijo que había visto a Miriam, Toni y Desirée en el bar "Las nieves", de Clara del Rey, en Madrid. Eso llamó la atención de mi abuela e incluso la mía, porque el barrio es el barrio es el barrio. "¿Está usted seguro?", decía Paco Lobatón, mientras los padres de las tres niñas ponían una cierta cara de incredulidad. Nacía el periodismo en el que la confirmación de la fuente consistía en preguntarle: "¿Está usted seguro?" y Lobatón sonreía orgulloso. Había llevado al estrellato un programa mediocre que empezara a presentar Ernesto Saenz de Buruaga algo más de un año atrás.

Por supuesto, las niñas de Alcasser nunca estuvieron en el barrio de Prosperidad. Llevaban meses muertas y descomponiéndose en algún descampado valenciano. Antonio Anglés se supone que murió en alta mar mientras huía a Dublín. Una de esas muertes que una buena teoría de la conspiración consideraría como "sospechosamente conveniente" para la investigación y Miguel Ricart quedó como único encarcelado. ¡Ah, la teoría de la conspiración! Antonio Anglés le dio unos excelentes réditos a Lobatón y a la inefable Nieves Herrero pero a nadie como a Pepe Navarro, que montó su Mississippi sobre Florentino Fernández, el padre de Miriam y un abogado con perilla que si no me equivoco acabó en la cárcel por todo aquello.

Puede que me equivoque.

Puede que incluso el padre de Miriam acabara en la cárcel, o arruinado, o en cualquier caso en manos de la justicia.

Es decir, todos menos Pepe Navarro.

El caso de Alcasser fue el gran caso de violencia de los noventa porque tenía todo: infancia, dolor y sexo. Hasta ese momento sabíamos quiénes éramos pero no lo mostrábamos con tanto orgullo. Alcasser batió récords de audiencia y de morbo y dio pie a varios programas de sucesos escabrosos que a su vez dieron paso a los programas de corazón. Diría que la cronología de la basura fue esa. Dentro de lo que cabe, en ese sentido, "¿Quién sabe dónde?" era un programa aceptable. Ahora mismo, por ejemplo, un programa así sería inconcebible aunque solo fuera porque el presentador era un soso. Mejor poner a Jesús Vázquez o Jordi González, dónde va a parar.

El programa se vendió hipócritamente -era una época muy hipócrita- como "servicio público" porque ayudaba a encontrar a gente. Había casos desgarradores pero también había muchos en los que uno se preguntaba si el "desaparecido" realmente tenía el más mínimo interés en ser encontrado. Daba igual. La maquinaria del morbo se ponía en acción y ya había programa para la semana siguiente. Y si alguien quería llamar para promocionar su bar a costa del sufrimiento de tres familias, mucho mejor.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

The Auteurs- Showgirl



Mi eterna fascinación por las chicas guapas, las chicas despampanantes, como ese personaje de "Beautiful girls" que tiene su habitación empapelada de posters de supermodelos. La fascinación de toda una generación, supongo, o al menos hasta cierto tiempo. La decadencia de Schiffer, Campbell y McPherson. Drogas, sexo y sonrisas prefabricadas. Un universo de plástico y cirugía y apariencias. Por eso nos gustaba Bret Easton Ellis, en parte.

Había un submundo dentro del submundo y era el de las "wannabes". A mí el propio concepto de "wannabe" ya me pone la piel de gallina hasta el punto de haber escrito una novela llena de wannabes solo que cuando me preguntan de qué va no puedo decir "de wannabes" porque quedaría muy pedante. Las chicas decadentes que querían formar parte de la decadencia sin conseguirlo. Las aspirantes a supermodelos y portada de Vanity Fair. Paul Verhoeven hizo una película un poco demasiado obvia con Elizabeth Berkley que se llamaba "Showgirls" y hablaba de sueños frustrados, peleas baratas y de cómo ser guapa no da la felicidad.

Obvio, ya lo he dicho antes.

The Auteurs sacaron una canción mucho más sutil, que decía "I took a showgirl for my bride, thought my life would be brighter". Ahí me movía yo. Mi vida, sin duda, sería mucho más brillante con una modeluqui del brazo. "Took her bowling, got her high, got myself a showgirl bride". No fui nunca un gran conocedor de la música de los Auteurs más allá de esa canción y del muy sugerente título de uno de sus discos: "Now, I´m a Cowboy", que yo, en mi diario de adolescente, sustituía a veces por "Now, I´m a Star" dependiendo del caso que me hicieran la Chica Langosta y sus amigas.

Cuando uno mide su popularidad enfrentándola a una Chica Langosta está condenado a meterse en problemas a corto, medio y largo plazo. No lo hagan. Nunca.

En fin, aunque ella no tenía nada de decadente, yo pensaba en la Chica Langosta cuando cantaba ese final "Don´t you recognize us?" y por supuesto hacía hincapié en el "us", en el punto machito de "soy el novio del pibón de la clase, míranos". Años después, me paso las noches viendo programas de la MTV en los que monstruitos con acné intentan ser los reyes de la fiesta de graduación y les ponen un entrenador personal para la tarea. Lo que hubiera mejorado mi adolescencia con un entrenador personal que me dijera a qué chica tenía que pedirle una cita y tocara su bocina cada vez que cometiera un error.

Dios, ¡si no salíamos del Desert!

Todo esto les puede parecer una tontería o no, pero escuchen la canción, háganse ese favor. Es una canción suave, elegante, preciosa e irónica. ¿Qué más quieren para estas Navidades?

lunes, 13 de diciembre de 2010

Un scud para el Joventut


Habíamos perdido el partido de ida por una diferencia de 12 o 13 puntos, vete a saber. El caso es que a la vuelta les preparamos una encerrona: aunque llevábamos ya cuatro temporadas jugando en el Palacio de los Deportes, aquel partido de la Korac lo mandamos al Magariños, alegando no sé qué impedimentos. Lolo Sainz se enfadó muchísimo, por supuesto: él sabía lo que era jugar allí y entrenar allí. Sabía del bote irregular del balón, de los aros duros, del público casi gritándote al oído.

Para la Demencia, en cambio, fue un gran día, un día glorioso. No es que nos jugáramos demasiado ni tuviéramos demasiada fe. Aquel Estudiantes estaba en plena era post-David Russell y formado por jovencitos prometedores que empezaban a responder: Antúnez, Azofra, Herreros, Orenga, Winslow... todos ellos acompañados por los míticos Pinone, Pedro Rodríguez o Carlos Montes. Los viejos del lugar.

El Joventut, en cambio, era un equipo hecho. Jofresa y Villacampa se habían cansado de perder finales contra Barcelona y Real Madrid y se habían hecho con un buen entrenador, un buen par de extranjeros -Harold Pressley y Corney Thompson-, un pívot clave como Ferrán Martínez y había conseguido que el espídico Tomás Jofresa diera aún más resultado que el pesetero Montero, criado, a su vez, en la cantera del Estudiantes.

El partido se jugó en enero-febrero de 1991, en plena guerra de Irak, en cualquier caso. Nunca he vivido un ambiente igual: desde horas antes todo el mundo gritando y puesto en pie, aquello parecía Grecia. Las chilabas y los turbantes aparecían por todos lados  recuerden que la Demencia nació en 1976 pero se consagró a la vez que la revolución de los Ayatollahs y si el primer líder fue Gavioto, a su lado estuvo durante años Jomeini. No sé qué nos hizo enloquecer, pero enloquecimos. En la primera parte ya habíamos remontado la diferencia y en la segunda empezamos a vernos clasificados.

Ganar por 15 puntos a aquel Joventut era un milagro, pero era nuestro milagro. En un tiempo muerto, todo el mundo, 2000 o 2500 personas agolpadas en los pasillos donde por las mañanas yo corría el Test de Cooper empezamos a saltar y a gritar "Sadam Husseín, Husseín, Husseín". Señores bien informados, que sabían que era un dictador malvado con cientos de miles de muertos a sus espaldas, bla, bla, bla... cayeron en el rapto de la masa y empezaron a corear el cántico y otros similares: "Sadam Husseín arrasa Tel-Aviv" o el que se hiciera popular "Un scud para el Joventut".

Lo nuestro no era locura, era demencia. Un buen puñado de irresponsables coreando enfebrecidos el nombre de un asesino de masas. Querría sentirme culpable por ello pero de alguna manera adolescente no puedo.

Ganamos el partido pero perdimos la eliminatoria. No voy a decir que nos diera igual, pero casi. Meses más tarde nos cruzamos en la Copa y les pasamos por encima. "Un scud para el Joventut" tituló El País al día siguiente en portada. Habíamos eliminado al CAI, anfitrión aquel año, ahora a la Penya y solo nos quedaba el Barcelona en la final. Por un momento, fuimos campeones, luego Epi, Solozábal y Piculín Ortiz decidieron que no, que mejor ellos. Herreros pudo ganar el partido con un último triple... pero lo falló.

Eso sí dolió. Mucho.

Al año siguiente, el año de Estambul, el año de las dos prórrogas en Badalona para perder la segunda de tantas semifinales consecutivas, les volvimos a coger en Granada y les volvimos a ganar. Villacampa falló el último tiro y Winslow lanzó el balón al techo del pabellón como si supiera que era imposible que fuéramos a perder la final del día siguiente, también, curiosamente, contra el CAI. No la perdimos. Hizo falta algo de Azofra y muchísima Demencia. Chilabas, turbantes y pañuelos palestinos. Todo lo que me incomoda ahora. Decididamente, éramos tan felices.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Caro Diario



A la gente le aburría la escena de Moretti con la Vespa por toda Roma. La gente es muy impaciente y eso que ni siquiera estábamos en esta época de combustión espontánea donde cualquier cosa tiene cinco segundos para demostrar lo que vale. Love it or leave it. Si les soy sincero, a mí también me aburría esa escena. La perdonaba por el baile a ritmo de Juan Luis Guerra y porque Roma es muy bonita, hay que reconocerlo. Yo era muy fan del capítulo de los médicos, como buen hipocondríaco. Me parece que el capítulo de "Caro diario" sobre los médicos es el mejor reportaje sobre medicina práctica que he visto en mi vida.

Por supuesto, también me gustaba el segundo capítulo porque anunciaba cosas. Moretti a veces se empeña en lanzar grandes mensajes fallidos pero acierta en lo que parecen pequeños detalles. De entrada, la dictadura de los niños que cogen teléfonos. Aquello era fantástico: centenares de adultos incomunicados porque los niños habían tomado las riendas de sus vidas. Niños tomando las decisiones de hombres y tratados con veneración y respeto. La cosa ha ido a peor, no sé si en Italia, pero desde luego aquí, donde la infantilización en general es el principal rasgo de la sociedad, desde el niño dictador al presidente que razona como Mafalda, es decir, Mafalda como fin y no como medio, que es lo que pretendía Quino.

También estaba la televisión y su relación con el mundo de la cultura. Aquel solitario bohemio entrado ya en los cincuenta que acaba enganchado a un serial americano hasta el punto que perderse un episodio acaba siendo un desastre. Quiten "televisión" y pongan "Facebook" o "Twitter". Nos hemos convertido en nuestros propios seriales y vivimos atrapados en la vaselina. En cualquier otro caso, el moralismo me hubiera repateado, mucho más el moralismo acertado. A nadie le gusta que le señalen sus vergüenzas, pero Moretti lo hacía con gracia, como si estuviera señalando a cualquier otra parte.

Y aquellos médicos chinos. Y aquel rey de los dermatólogos. Si yo les contara...

En fin, Moretti para muchos era una estrella política, sobre todo después de "Aprile" y para mí simplemente era un amigo con el que hacernos unas risas aunque no siempre pensara lo mismo que él. Me gustaba su tono Woody Allen, que permite la disidencia, es decir, que no te obliga a que sufras con él, a que te indignes con él, a que te rías con él sino que deja espacio para no tomarle en serio. Como Ken Loach pero justo al revés. Por eso nunca me gustó Ken Loach.

Pero sí Moretti.

En 1992 empecé un diario y lo acabé en 1996. Era compulsivamente puntual. Más o menos como ahora.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

David Geffen


Para nosotros, David Geffen era el grunge. el dueño de la discográfica de Kurt Cobain, ni más ni menos, un tío en sus cincuenta años, abiertamente homosexual -llegó a fingir una boda con Keanu Reeves en pleno estupendismo noventero, la época pre-River Phoenix- y que salía mencionado varias veces en el mítico Unplugged de la MTV. Una especie de mecenas. No sabíamos, por supuesto, que la carrera de Geffen venía de los 70 con Asylum Records (The Eagles, Tom Waits, Bob Dylan...) y los 80 ya con Geffen Records, donde consiguió el disco semi-póstumo de John Lennon con Yoko Ono además de firmar a Pat Metheny, Peter Gabriel, Guns and Roses, etc.

No solo eso. Co-produjo "Risky business", lo que ya le convierte en un ídolo para mí, aunque eso nos desvía peligrosamente hacia los 80.

En los 90, que es donde estamos, David Geffen se puso las botas con Sonic Youth, Nirvana y la rentrée de Aerosmith. En Doctor CD buscábamos lo que sacara su discográfica como garantía de calidad: Hole, Black Crowes, Counting Crows (los 90 fueron muchas cosas, pero originales, no, ni siquiera en los nombres de los grupos), Weezer, Beck... Nos gustaba prácticamente todo lo suyo y lo que no era suyo normalmente era de Caroline Records (Pavement, Kevin Ayers, Smashing Pumpkins, el primer disco de Hole, Primus...). Se forró hasta tal punto que Spielberg y Katzenberg le invitaron a unirse a su proyecto Dreamworks, que no abandonó hasta 2008. Supongo que se convirtió en uno de los tíos más ricos del planeta.

Sin embargo, uno no pasa  la historia por ser rico, así, sin más. Al menos es muy, muy complicado y hay que ser muy, muy rico. Geffen para mí siempre será el tío al que se le acercó un familiar de Leadbelly para venderle a Kurt Cobain una guitarra del famoso músico negro de blues de principios de siglo por una cantidad astronómica. Así lo dijo Kurt en la MTV y así nos enteramos todos de que Geffen era el que manejaba los hilos detrás de todo ese bombazo de heroinómanos autodestructivos me temo que fácilmente timables.

A día de hoy, David Geffen sigue siendo millonario y homosexual pero ha dejado DreamWorks y ha vendido su discográfica a Universal. Roza los 65 años y algo me dice que guarda una bala en algún lugar. Pronto sabremos dónde y de qué calibre.