Alguien entró por teléfono y dijo que había visto a Miriam, Toni y Desirée en el bar "Las nieves", de Clara del Rey, en Madrid. Eso llamó la atención de mi abuela e incluso la mía, porque el barrio es el barrio es el barrio. "¿Está usted seguro?", decía Paco Lobatón, mientras los padres de las tres niñas ponían una cierta cara de incredulidad. Nacía el periodismo en el que la confirmación de la fuente consistía en preguntarle: "¿Está usted seguro?" y Lobatón sonreía orgulloso. Había llevado al estrellato un programa mediocre que empezara a presentar Ernesto Saenz de Buruaga algo más de un año atrás.
Por supuesto, las niñas de Alcasser nunca estuvieron en el barrio de Prosperidad. Llevaban meses muertas y descomponiéndose en algún descampado valenciano. Antonio Anglés se supone que murió en alta mar mientras huía a Dublín. Una de esas muertes que una buena teoría de la conspiración consideraría como "sospechosamente conveniente" para la investigación y Miguel Ricart quedó como único encarcelado. ¡Ah, la teoría de la conspiración! Antonio Anglés le dio unos excelentes réditos a Lobatón y a la inefable Nieves Herrero pero a nadie como a Pepe Navarro, que montó su Mississippi sobre Florentino Fernández, el padre de Miriam y un abogado con perilla que si no me equivoco acabó en la cárcel por todo aquello.
Puede que me equivoque.
Puede que incluso el padre de Miriam acabara en la cárcel, o arruinado, o en cualquier caso en manos de la justicia.
Es decir, todos menos Pepe Navarro.
El caso de Alcasser fue el gran caso de violencia de los noventa porque tenía todo: infancia, dolor y sexo. Hasta ese momento sabíamos quiénes éramos pero no lo mostrábamos con tanto orgullo. Alcasser batió récords de audiencia y de morbo y dio pie a varios programas de sucesos escabrosos que a su vez dieron paso a los programas de corazón. Diría que la cronología de la basura fue esa. Dentro de lo que cabe, en ese sentido, "¿Quién sabe dónde?" era un programa aceptable. Ahora mismo, por ejemplo, un programa así sería inconcebible aunque solo fuera porque el presentador era un soso. Mejor poner a Jesús Vázquez o Jordi González, dónde va a parar.
El programa se vendió hipócritamente -era una época muy hipócrita- como "servicio público" porque ayudaba a encontrar a gente. Había casos desgarradores pero también había muchos en los que uno se preguntaba si el "desaparecido" realmente tenía el más mínimo interés en ser encontrado. Daba igual. La maquinaria del morbo se ponía en acción y ya había programa para la semana siguiente. Y si alguien quería llamar para promocionar su bar a costa del sufrimiento de tres familias, mucho mejor.
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