El quinto libro de Bret Easton Ellis se llamaba "Glamourama". Venía después de "Menos que cero", "Las reglas de la atracción", "American Psycho" y "Los confidentes". T. lo tenía que leer por algún motivo, puede que incluso tuviera que entrevistar al autor. Pensándolo ahora, puede incluso que T. llegara a entrevistar en su momento a Bret Easton Ellis y yo no me acuerde. Creo que eso es terrible.
El caso es que "Glamourama" andaba por casa, enorme y gris, y yo lo pude leer un poco antes que los demás y aquello era una especie de enciclopedia noventera: quién había sido algo y quién no había sido nada durante la década. Listas y listas de nombres, eventos, modas, fenómenos... Todo eso combinado con la idea de una red de modelos terroristas y una extraña concepción del mundo como una pose estética, de la vida como la grabación de una película.
La unión de persona y personaje.
Yo empecé a leer por Ray Loriga pero también empecé a leer por José Ángel Mañas y por Bret Easton Ellis. Fui muy típico, lo siento. Sé que leí "Lo peor de todo" en algún momento de 1995 y "El guardián entre el centeno" en algún momento inmediatamente posterior. Sin embargo, mi ritual iniciático tuvo que ver con mi tía Alejandra.
Me explico.
En verano de 1996 me fui a Londres. Una especie de fuga con billete de vuelta pero sin reserva de hotel ni nada de eso. Cogimos un boeing de Aerolíneas Argentinas y nos fuimos para allá. La Chica Langosta y yo rodeábamos Hyde Park como paletos: ella buscaba un puesto de trabajo eventual, yo buscaba un sitio donde dormir. Al final encontré una habitación individual, una buhardilla enana y sin baño propio, en una calle cercana a Queensway, metro de Bayswater Road.
Pasaba mucho tiempo en esa buhardilla. Veía el Tour en inglés, con comentarios de Stephen Roche. Fue el año que Induráin se descolgaba en las etapas de montaña y los rivales le ayudaban en lo que podían. El último año de Induráin, en definitiva, y seguro que eso quería decir algo. Por las noches, los helicópteros sobrevolaban el barrio en busca de traficantes y terroristas. Un avión estalló justo antes de los Juegos Olímpicos de Atlanta. Yo soñé con ese avión y luego soñé con una bomba. Luego la bomba explotó.
En la buhardilla leía los libros de mi tía. Dos ediciones de Anagrama, en azul: "De qué hablamos cuando hablamos de amor", de Raymond Carver, y "Menos que cero", de Bret Easton Ellis. Escribía -un diario atormentado adolescente- en Kensington Gardens, pero leía en la buhardilla. No había ninguna pretensión estética en ello. La hay ahora que lo cuento, pero no entonces.
Creo que pasé dos semanas ahí y volví convencido de que tenía que seguir leyendo. Dejé a Mañas y pasé a Ellis. No me hizo falta dejar a Loriga para seguir con Carver. Por supuesto, devoré todo lo que me encontré al paso: una edición en inglés de "The rules of attraction", cuando aún no habían hecho la película y el libro no se había traducido al español, ese extraño libro de relatos llamado "The informers" y, cómo no, la joya de la corona, "American Psycho", Patrick Bateman y sus ataques de ansiedad.
Dejando a un lado los relatos, entre Bateman y Lauren Hynde -Glamourama, recuerden- pasaron casi diez años. Yo era un lobo hambriento. Tengo que reconocer que el libro no me impactó demasiado. Me pareció una locura y punto. Una locura marcadamente noventera. Me gustaría tener el tiempo ahora para volver a leerlo y repasar las listas de nombres para ver qué ha sido de todo aquello. Recuerdo que salían Almodóvar y Banderas, ya por entonces, aunque tampoco es tan extraño: el libro es de 1998 y el "Pedroooo" es de 2000.
Eso es lo que recuerdo.
Y algunas sorprendentes indicaciones de planos y cámaras. Poco más.
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