Lo entrenábamos en La Nevera a la hora de gimnasia. Uno hacía de Tomás Jofresa y luego el otro hacía de Djordjevic y ganaba la Copa de Europa para el Partizán, desequilibrado en el salto pero perfectamente equilibrado en la posición del cuerpo, el brazo y la muñeca, un prodigio de ejecución yugoslava. Cuando nos salía era la hostia. El Partizán, un equipo de Belgrado que jugaba en Fuenlabrada, se había llevado la mítica Final Four de Estambul en el último segundo, con todo perdido. Nuestra Final Four, la que acabó a los diez minutos de la semifinal contra el Joventut, perdidos en nuestra propia ansiedad.
El Joventut tenía el encanto del equipo español, acostumbrado a vivir a la sombra de un club de fútbol y a regar de canteranos el resto de la liga. Éramos equipos hermanos. Pero el Partizán era algo más que eso: era Yugoslavia incluso cuando Yugoslavia había desaparecido. No sé por qué, las sanciones habían llegado algo tarde y les permitieron jugar siempre que no fuera en Belgrado. Lo dicho, se fueron a Fuenlabrada. Jugamos en el mismo grupo y les ganamos las dos veces: en el Palacio y en el Fernando Martín, o como se llamara entonces el pabellón de una ciudad cuyo equipo autoctono se perdía en categorías inferiores.
El Partizán era el BA-LON-CES-TO, punto. Uno podía admirar la garra y la decisión de Tomás Jofresa pero no podía dejar de lado la sutileza, la clase, el talento de Djordjevic, Danilovic, Nakic... Habían dado la campanada en cuartos derrotando a la Knorr de Bolonia y luego en semifinales a la Philips de "Gorila" Dawkins. En la final, el favorito indiscutible volvía a ser el adversario, un Joventut en el mejor momento de su historia, con Villacampa, los Jofresa, Corney Thompson, Harold Pressley, Jordi Pardo, Ferrán Martínez... un equipo que ganaría dos ligas ACB consecutivas después de décadas intentándolo y que si no pasó a la historia ahí fue por el milagro de Sasha.
Por entonces, no sabíamos muchas cosas, aunque las intuíamos: por ejemplo, que Danilovic acabaría como estrella en la NBA o que Djordjevic sería el jugador más decisivo en Europa de los 90, incluyendo ligas con Barcelona y Real Madrid. Luego estaban las cosas que no podíamos ni vislumbrar: que el entrenador de aquel Partizán, un ex jugador retirado ese mismo año, Zeljko Obradovic, aún el campeón más joven de la competición, acabaría ganando la Copa de Europa tantas veces como el Real Madrid, la segunda de ellas, precisamente, entrenando al Joventut, dos años más tarde, cuando todavía era más conocido por pedir tiempos muertos en los últimos segundos de partidos decididos ante la desafiante mirada de Manel Comas.
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