jueves, 16 de junio de 2011

La vie à 2



Viajé a Toulouse. Fue en plena Semana Santa. No solo viajé sino que lo hice con dos fotos suyas, que le había pedido que me regalara unos meses antes. Teníamos esa clase de relación: yo le pedía fotos de cuando no la conocía y ella me las daba y me trataba como si no fuera un "stalker". A mi novia no le hacía ninguna gracia aquello y visto desde ahora no la culpo.

Tampoco la culpaba entonces, pero lo cierto es que yo a quien quería era a ella y no a la chica de las fotos, por mucho que pasáramos las noches en el Parque de Berlín hablando de libros y teatros y nos abrazáramos en los aeropuertos. Resultaba difícil de explicar: el amor no es la fascinación y desde luego no es la mitomanía.

El amor es algo parecido a "La vie à 2" en versión de Manu Chao: allí donde los dioses no se aventuran. Mi novia de los 90 y yo fuimos moderadamente felices durante cuatro años. Digo "moderadamente" porque todo esto lo he revisado demasiado. Si me hubieras preguntado en 1999, hubiera dicho que éramos "muy" felices y probablemente aquello fuera más cierto. El fracaso lo acaba manchando todo y las agencias de rating lo notan. Standard & Poors le da ahora mismo un BB a nuestra relación y todavía nos amenaza de vez en cuando, como a Lehman Brothers.

En fin, yo no solo quería a mi novia de los 90 sino que hacía el amor con ella escuchando a Manu Chao. No debería contar esto pero en realidad no es decir nada nuevo ni escandaloso: obviamente hacíamos el amor y obviamente, en ocasiones, escuchábamos música. Ustedes también lo hacen. Aquella canción me fascinaba, con su letanía "donne-moi de quoi tenir, tenir, je ne veux pas dormir, dormir, laisse-moi voir venir le jour" acompañada de un final prodigioso: "Il est minuit à Tokio, il est cinq heures au Mali, ¿quelle heure est-il au paradis?", que años más tarde se convirtió en "¿Qué horas son, mi corazón?"

El mejor concierto de mi vida fue de Mano Negra en Hortaleza, el segundo fue de Hole en Aqualung y pongamos que el tercero ha sido alguno de Vetusta Morla.

A lo que iba: cogí el avión a Toulouse para ver a la Chica Langosta. Ella estudiaba ahí ciencias políticas y tenía novio igual que yo tenía novia. La primera noche dormimos juntos. Ella durmió, yo no. Yo hice un lémur en toda regla. La segunda noche ya había venido una amiga común y me mandaron a otro cuarto. La última noche acabé en el colchón con la amiga mientras la Chica Langosta dormía con su novio y probablemente hacían el amor al son de alguna canción francesa: "Motiver, motiver, il faut se motiver!".

El momento más absurdo de mi vida fue cuando los cuatro nos juntamos en Barcelona, navidades de 1998. El más absurdo y puede que el más feliz. Hasta la fecha, Barcelona, mi novia de los noventa y la Chica Langosta han sido mis tres grandes pasiones.

¿Qué pasó? Discutimos. A mí no se me puede sacar de casa, eso está claro. La Chica Langosta y yo coincidimos en cuatro países y en los cuatro conseguimos discutir: Grecia, Francia, Inglaterra y España. Si hubiera venido a aquel viaje adolescente a Lisboa seguro que hubiéramos discutido también.

Años después hicimos las paces y ella dijo "parecíamos novios" en un tono que tenía más de reproche que de nostalgia. Supongo que siempre me he preocupado más de lo que parecen las cosas que de lo que realmente son.

A rose is a rose is a rose is a rose.

Manu Chao sacó un segundo disco, aquel de Paz Gómez coqueteando con la cámara. No estaba mal pero no era tan bueno como el primero. Mi novia de los 90 me dejó y la Chica Langosta se fue a Iowa City -yo la escribía cada día un email con el nombre de una canción- y después a Bruselas. Nunca volvió. Hizo una parada de dos años en Barcelona y llegamos a vernos una tarde en La Central.

Pero, en rigor, no, nunca volvió.

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