lunes, 26 de julio de 2010

Strange news from another star



Nuria escribía cartas desde el futuro. Estábamos en Cuenca, casi tres años después de todo-lo-feo y hablaba de escribir cartas desde el futuro. Cartas desde 1997, 1998. Un decalaje admisible. A mí me encantaba la idea. Una vez escribí que un buen blog personal no es el que cuenta lo que alguien hizo ayer sino el que se atreve a pronosticar qué va a hacer mañana. Adelantarse.

Nuria y Estíbaliz y Cuenca y San Mateo. Yo estaba con mi depresión adolescente de 16 años y me fui a pasar unos días allí con un amigo. Mediados de septiembre. Vaquillas y peñas. Ellos bebían mucho y yo no bebía nada, supongo que era algo parecido a un bicho raro, como siempre. Días de Los Rodriguez y "Numb", de U2. En el juke-video-box de un bar del centro acabábamos poniendo "Valentín", de una tal Vanessa, que años después cambió las eses por equis, el romanticismo por cierto cinismo y el pop por algo parecido a hip hop.

En fin, eso fue tres años antes de que Nuria se pusiese a escribir cartas desde el futuro, en la Semana Santa de 1997. Fue el año en que Blur sacó su mejor disco: "Blur". Fue el año de "Beetlebum", "Song 2" y para mí, sobre todo, "Strange news from another star". Me gustaba la idea del futuro porque representaba la ausencia de expectativas, representaba una especie de Edén desde el que se miraba todo a una distancia infinita. Con tiempo, precisamente. Esperando a que los demás lleguen.

Yo vinculaba el futuro a "Strange news from another star" por unas líneas autocompasivas y brutales: "All I´ve ever done is tame, will you love me all the same, will you love me though it´s always the same?". Yo tenía miedo de que en el futuro mirara atrás y me diera cuenta de que todo lo que había hecho estaba por debajo de lo que se esperaba, que no hacía más que repetirme y lo que es más grave, que la gente dejaría de quererme por todo ello. Dejaría de quererme por no ser genial.

Coquetear con el futuro era, en parte, coquetear con la mediocridad o, más bien, coquetear con que la mediocridad ya no importara, ya hubiera pasado, ya hubiera llegado ese momento de "¿me querrás pese a todo?" Es probable que ninguno de ustedes vean la relación. Trece años después incluso a mí me cuesta. Pero trece años después, insisto, aún me acuerdo de Nuria, de sus cartas, de la sensación vaga y todavía, en mi Facebook, escribo, muerto de miedo, la letra de la canción, esperando que alguien conteste: "Sí".

Pero nadie lo hace.

sábado, 17 de julio de 2010

Juan Luis Guerra - Me sube la bilirrubina



"Guerra" fue la palabra de 1991. Empecemos: a principios de año aún coleaban las noticias sobre Juan Guerra, hermano del vicepresidente del Gobierno. Despachos utilizados de manera ilegal y posible aprovechamiento del apellido para medrar e incluso coaccionar. Cosas que ahora a más de uno le harían partirse de risa pero que, en su momento, suponían el principio del final del idílico sueño del PSOE de los 80 y acabaron con la dimisión de Alfonso Guerra un 12 de enero.

La primera de unas cuantas, porque los años siguientes, y no hace falta irse tan lejos como Roldán y Laos, fueron una sucesión de escándalos e incompetencias. Crímenes y castigos. La pérdida de la inocencia, para algunos críos como yo que creíamos firmemente en que todo lo que hacían los que mandaban estaba bien hecho. Por definición.

En verano, aunque la cosa había empezado un poco antes, llegó la explosión de la bachata con Juan Luis Guerra. Consiguió estar en todos lados con dos discos distintos. Lo bueno del anonimato es que de repente un éxito se transorma en varios: en el actual y en todos los pasados que quedaron desapercibidos. Guerra, con sus 4-40, había dado un primer aviso con "Woman del Callao", pero aquella excentricidad post-ochentera se mezcló con otras extravagancias centroamericanas del tipo "Mi abuela", aquel maravilloso amago de rap de Wilfred y La Ganga, o "Devórame otra vez" del esperpéntico Lalo Rodríguez y se perdió un poco en el recuerdo.

Entre 1990 y 1991, Juan Luis Guerra arrasó en España con "Ojalá que llueva café en el campo" y "Bachata Rosa". "Arrasar" es quedarse corto. Guerra estaba en todos lados: en especiales de verano, de Navidad y de primavera, en plazas de toros y estadios, en radiofórmulas y estaciones pirata. Incluso en películas de Nanni Moretti. Eran dos discos muy buenos. Muy carnales. Muy de "me sube la bilirrubina cuando te miro y no me miras". Había decenas de buenas canciones en esos dos discos y yo pasé buena parte de mi adolescencia tarareándolas. Aún en 1994 salía de las fiestas haciendo torpísimos movimientos de cintura y desafinando "Rosalía, dímelo pronto, tengo un conuco de arcoiris bajo el arroyo".

Querida mujer (dos puntos) no me hagas sufrir (coma).

Diría que su gran éxito, aparte de la bailable bilirrubina y el emotivo café lluvioso, fue una canción tremendamente sexual llamada "Burbujas de amor" o "Quisiera ser un pez", según la edición, y que dejaba bien claro que aquel hombre lo que quería por encima de todas las cosas era follar y nos parecía bien, en eso estábamos todos con él. Luego se volvió ultrarreligioso y dejó algunos discos mejorables. La fiebre, como todo en esta vida, se pasó.

En fin, Juan Guerra, Alfonso Guerra, Juan Luis Guerra... y la Guerra de Irak. Menudo 1991 nos dio la Guerra de Irak. Era nuestra primera guerra, por supuesto. La primera televisada, en cualquier caso. Los niños bien del Willoughby poníamos la CNN para enterarnos en directo de los scuds de ida y de vuelta. "Un scud para el Joventut" cantábamos en los partidos del Estudiantes. Comparado con lo que hemos visto después -y desde luego con lo que no habíamos visto antes- aquello era de una cutrez inmensa, corresponsales con máscaras anti-gas protegiéndose de imposibles ataques químicos en pleno Tel-Aviv. Ángela Rodicio informando desde Bagdad para Televisión Española.

Al día siguiente comentábamos la jugada. Eso y la crisis del Madrid. Cinco ligas seguidas para acabar en esto. ¿Y por qué demonios no pasaba la bola Hagi? Gica Hagi y Sadam Hussein. Conversaciones de fin de ciclo.

martes, 13 de julio de 2010

El lado oscuro del corazón


"Pero eso sí, y en esto soy irreductible. No les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar, pierden el tiempo conmigo". Oliverio buscaba a la mujer imposible en lupanares y rincones de Montevideo y Buenos Aires. Recitando poemas a los coches atascados mientras los niños vendían kleenex. Iba a las fiestas a mirar a las vacas. Vivía a una distancia estética de todo, incluso de la muerte. A su alrededor, la gente se enamoraba y follaba. Él follaba y pedía imposibles. Todos ponemos listones.

Oliverio recitaba a Benedetti continuamente. "Mi táctica es mirarte, aprender cómo sos, quererte como sos". Qué gran mentira todo eso. ¡Querer a alguien como es, y además un poeta! No, Oliverio no las quería como eran, las quería como él quería que fueran. Por eso se las buscaba putas. Por eso nunca volaban. Hasta que...

Hay en "El lado oscuro del corazón" toda la pedantería que me resultaría insoportable en este momento y sin embargo mi cariño por la película sigue intacto. Darío Grandinetti, sublime, con pelo largo, andando lento y pausado, gabardina y cigarro, arrastrando casi los pies y entrando por vaginas gigantes. Benedetti, el mismo Benedetti al que yo veía comprar papel higiénico y comer tortitas con nata en el VIPS de Clara del Rey, haciendo de veterano marinero alemán, susurrando, nostálgico, "Weil ich dich habe... und nicht habe".

Nos aprendimos todas las poesías de la película y si descubrimos a Don Mario, si en algún momento nos llegamos a coger de la mano en Santander, bajo la lluvia, y recitamos "Táctica y estrategia" o "Corazón coraza". Si alguna vez amé y si algún día después de amar, amé, probablemente fuera por esos versos y esa pose. La pose de perdedor encantador de serpientes. Estética, estética, estética. 1993. Vi la película tres, cuatro veces, no lo recuerdo. Mi línea favorita era "Porque has venido a recoger tu imagen y eres mejor que todas tus imágenes".

Porque eres linda desde el pie hasta el alma, porque eres buena desde el alma a mí.

Weil ich dich habe...


Recitábamos Neruda también, casualidades. Mi visión de la literatura era en dos dimensiones. Un tuerto de la poesía, todo plano, sin matices. Neruda y Benedetti, punto. A la gente que no nos gusta la poesía nos gusta Benedetti y Neruda, igual que a la gente que no le gusta la música clásica les gusta Pachelbel y Albinoni. Esta frase es de mi madre, al menos la mitad, pero es que es muy buena. La Chica Langosta, en aquel banco de Príncipe de Vergara, me miraba a los ojos, como si no pudiera entender nada y se limitaba a decir: "En tu casa, ir al teatro es algo bueno, en la mía es perder el tiempo".

La Chica Langosta no fue mi novia de los 90.

Igual la Chica Langosta volaba, ponerme a pensar en ello ahora mismo me resulta un poco obsceno, la verdad, porque los personajes quedan pero las personas siguen vivas. Volvamos a Oliverio y su programa de máximos. Puede que todos debiéramos tener un programa de máximos. Hace poco escribí: "He conocido a una chica con una vitalidad envidiable. Le perdono cualquier cosa a una chica de 21 años salvo que no tenga una vitalidad envidiable".

Yo no tuve la culpa, la chica apareció literalmente de ninguna parte. Jamás pude imaginar que sabría alemán.

jueves, 8 de julio de 2010

Los Rodríguez -Disco Pirata


"Mis amigos me dijeron Andrés, no te enamores la primera vez". No entendíamos esa frase. Yo no la entendía y hasta donde recuerdo, Vicente directamente la reformulaba: "Andrés, no te enamores por primera vez". Eso era más fácil porque estábamos en edad de enamorarnos por primera vez todos. Lo de los rollos de una noche con continuidad sufriente nos pillaba un poquito lejos a los 15 años, si hay que ser sinceros.

Todavía lo llevamos mal.

La primera vez que escuché a Los Rodríguez fue en el coche de mi tío Pancho, algún día de mayo. Él tenía una cinta grabada y a su vez me la grabó a mí. Me encantó. ¿Cómo se llamaba aquel disco? ¿"Buena suerte"? Escuchaba "Mi enfermedad" y "Engánchate conmigo" como un loco adolescente. Voy a sacar a pasear mi dolor como un tonto hasta acabar conmigo. Eso y Nirvana, ya ven, una alegría de chico. Era uno de esos grupos que gustaban a todo el mundo: suficientemente comerciales -"Hace calor"-, suficientemente rockeros -"el canal 69"-, suficientemente reivindicativos -"No podemos hacerlo" y suficientemente depresivos para la época que les tocó vivir, es decir, los 90.

Viví el éxito de "Sin documentos" con ese orgullo de los idiotas que dicen "yo ya lo dije antes". Como si hubiera descubierto América. Fue un éxito redondo, de concierto en Las Ventas con Manolo Tena, cuando Manolo Tena era Dios. Aquel loco año de 1993. En aquel concierto conocí en persona a Christina Rosenvinge y Ray Loriga. Obviamente, ellos no se acuerdan; yo, sí. El caso es que viví sus éxitos como algo propio y los incluí en mi cuarteto de grupos favoritos junto a los ya muy mencionados Nirvana, U2 y Radio Futura.

Aún no me había empapado suficientemente de los Pixies y Radiohead llevaban camino de "one-hit wonder".

Para mantener ese encanto secreto, confidente, de descubridores de tesoros, Vicente y yo nos poníamos continuamente el "Disco Pirata". No fue un disco muy popular: caras B y versiones en directo de todos los éxitos, incluyendo el clásico y desgarrador bolero "La copa rota". En la portada había unas mozas muy guapas vestidas de pirata. "Eso sí que son piratas y no lo de Sabina", decía un comentario del anuario de la música que sacaba Los 40 Principales.

Su gira de despedida fue precisamente con Sabina. Les vi un par de veces: en Las Ventas, otra vez, en medio de una marea de gente y en Santander. Lo de Santander fue especial porque todo era más familiar y yo pululaba por el hotel y en una de esas me encontré viendo con Calamaro y Roth la final de los Juegos Olímpicos de 1996. Argentina-Nigeria. El Piojo López y el Burrito Ortega. Ganó Nigeria, por cierto, pero eso no importa. Mi recuerdo de ese concierto es Andrés Calamaro completamente serio y concentrado antes de salir a versionear "Princesa" y haciendo eses en cuanto salió al escenario.

Estética.

Aquello me encantó.

Juré repetirlo algún día. Probablemente lo haga.

lunes, 5 de julio de 2010

Abierto hasta el amanecer



A mí me encantaba Tarantino y no tanto Robert Rodríguez. Me encantaba como director, claro, pero también como actor: sus apariciones más o menos fugaces en "Reservoir Dogs" y "Pulp Fiction" prometían grandes cosas. En "Abierto hasta el amanecer" hacía pareja con George Clooney, justo en la primera película que Clooney hizo mínimamente en serio, hasta entonces solo era un guaperas de la tele salido casi de la nada. Los dos estaban soberbios.

Vimos la película a principios de verano de 1996. Sesión de noche. No de madrugada, de noche. Al día siguiente nos íbamos de acampada y yo estaba dispuesto a que mi vida cambiara. Acababa de leer a Carver, en definitiva.

La primera parte era soberbia, aquella historia de dos hermanos delincuentes: el asesino bueno y el asesino malo, la clase de Clooney y la mirada desquiciada de Tarantino. Juliette Lewis encerrada en una caravana con Hervey Keitel haciendo de padre y sorteando controles policiales. La tensión y los diálogos rápidos, directos. Luego la cosa decaía porque "la cosa" pasaba a manos de Robert Rodríguez y se convertía sin más en una película de vampiros.

Algunas cosas sobre Robert Rodríguez: vi "El mariachi" en su momento, 1993 creo, y me dejó completamente frío. Probé de nuevo con "Desperado" y, aun apreciando la fantasía, me pareció una chorrada. De hecho, no me reconcilié con Rodríguez hasta "Planet Terror", más de diez años después. Tuvimos una entrevista en el Hotel Ritz de Madrid: él llevaba un gorro de vaquero, botas con espuela y no paraba de comer patatas fritas con ketchup.

Lo dicho: la parte de Robert Rodríguez se limitaba a Salma Hayek bailando con serpientes y un montón de tiros y chistes fronterizos. Más de lo mismo. Mató a Tarantino al poco de empezar y convirtió aquello en una sangría de serie B. Me imagino lo bien que se lo pasaron haciéndolo. No les culpo. Para la historia ha pasado el baile y la sugerente balada country-chicana que la acompañaba. Ni rastro de Clooney ni de caravanas ni de sonrisas pervertidas. Nada de niñas malas buscando aventuras.

Por las noches veía "Amor a quemarropa" en versión original y me preguntaba por qué, en el fondo, todas las películas de Tarantino tenían un punto tan triste.