Por supuesto, sabíamos que el dinero existía pero también algo parecido a "ideales" o "valores" o como lo quieran llamar. Éramos adolescentes y nos arrogábamos la exclusiva, además: lo que nosotros defendíamos, aquello en lo que nosotros creíamos era lo único que realmente era defendible. Fuera de nosotros solo había dioses y bárbaros.
Por ejemplo, éramos del Estudiantes, y aquí el verbo "ser" adquiere todo su protagonismo. No es que nos gustara que ganase el Estudiantes sino que vivíamos dentro del club: los fines de semana no quedábamos ni en la Avenida de Brasil ni en Green, ni en Moncloa ni en Argüelles ni en Malasaña. Quedábamos en el Palacio de Deportes y luego ya veríamos. Normalmente la procesión era Palacio-Malasaña, pero podía variar. Los partidos del Estudiantes se convirtieron en mucho más que partidos de baloncesto. Eran actos sociales. Éramos los mismos chicos del instituto justo antes de ser los chicos tristes de pantalones rotos y voz rasgada en bares oscuros con música de Stone Temple Pilots.
Los ritos de apareamiento empezaban ahí, mientras Alberto Herreros metía un triple tras otro en el entrenamiento y nosotros le cantábamos: "Alberto, un templo, para seguir tu ejemplo" o "Al-ber-to, uno-due-tre". Es lo más parecido que he tenido nunca a un ídolo deportivo. Y lo bueno es que le veías pasear al lado de las canchas de la Nevera, rumbo al gimnasio o al entrenamiento y se te quedaba mirando un rato, a ver qué tal los chavales.
Herreros formaba parte de nuestra escala de valores. En lo más alto. Era uno de los nuestros, un rebelde, un tipo capaz de irse a ver al Atleti a Zaragoza en aquella final de Copa con gol de Pantic en la prórroga. Herreros era la barrera frente al mal y el mal, como todo el mundo sabe, es el Real Madrid.
El Real Madrid de los miles de millones de pesetas y las peleas antes y después de los partidos. Los ultras y los Ojos del Tigre. Clifford Luyck y Sabonis y nosécuántas Copas de Europa. Nosotros rozamos la gloria en 1992, que nos fuimos a Estambul Chim-Pum y ganamos una Copa del Rey con John Pinone como MVP. Al día siguiente se suspendieron las clases. Fuimos todos al Magariños a recibir al equipo y celebrar con ellos. Todo por una Copa del Rey, así éramos nosotros.
Nosécuántas Copas de Europa frente a una Copa del Rey, esa era la comparación odiosa.
Pero nosotros éramos más felices. Como las familias a las que no les toca la lotería. Teníamos salud, juventud, alegría... y Alberto Herreros. El capitán. Eso hasta que el capitán se cansó. Los rumores fueron en dos direcciones: 1) no le pagan lo que le deben, 2) Azofra le ha levantado la novia. Este último rumor, como ven, es muy de instituto pero no saben hasta qué punto la Historia se puede mover por que alguien le ha quitado la novia a alguien. Desde Agamenón a nuestros días. ¿Para qué quiere uno el dinero, el poder, etcétera si no es para echarse una buena novia, al fin y al cabo?
En fin, que Herreros dijo que cruzaba al lado oscuro. No se lo pusimos fácil. Tuvo que venir la Federación, la ACB, toda la prensa madrileña y el ínclito Lorenzo Sanz con un cheque obsceno para poder llevárselo. El primer partido que jugó fue en el Palacio contra el Estudiantes. Sus triples no tocaban aro, salió derrotado y medio llorando. No fue una tendencia, desde luego, pero aquella fue nuestra última victoria. Poética, si quieren. Estética.
Pero victoria.
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