jueves, 8 de diciembre de 2011

Laura Pausini


Laura Pausini tenía algo de Andrea, la chica de "Sensación de vivir" que simulaba crisis adolescentes mientras aparentaba 35 años. Había en ella algo tremendamente increíble, todo ese rollo de "estás aquí entre inglés y matemáticas". Teníamos que creer que Pausini estaba acabando el BUP, si no la EGB, y eso resultaba complicado cuando mirabas a tus compañeras de clase y comparabas.

Eso no quiere decir que el producto no funcionara. ¡Vaya si funcionó! Eran esos años locos en los que cualquiera venía, aparecía en "Sorpresa, sorpresa" y vendía un millón de discos. El empalague italiano, el terrible empalague italiano de "Se fue, se fue..." compitiendo con nuestros patrios OBK o Viceversa. ¡Ah, el horror, el horror! Pausini tenía cara de niña buena pero por alguna razón a mí siempre me pareció que tenía cara de madre buena, me era imposible ver en ella a una hija.

Quizá fue ese el secreto de su éxito. Quizá funcionó como hermana mayor de una generación de niñas perdidas en brazos de malotes durante macrofiestas de Nochevieja. ¿Cómo podría yo saber eso? Pausini me era ajena como me era ajeno Ramazzotti o como me fue ajeno Jovanotti cuando intentaron hacer de él otro rompecorazones moñas. El encanto de los Fran Perea, el incomprensible encanto de los Fran Perea, cuento de promoción y serie televisiva, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

No conozco a ningún chico que tuviera ningún interés por Laura Pausini. Que a mí no me dijera nada con ese nombre ya lo dice todo de la situación. Me es imposible saber por qué sufría tanto ni compartir en absoluto ninguno de esos sentimientos dramáticos. El dramatismo femenino, esa gran incógnita. Puede que las chicas piensen que nos gustan las lloronas aunque a ellas los llorones no les gusten ni en pintura. Puede incluso que nos gusten. El equilibrio entre la madre protectora y la hija protegida. Ese complicado equilibrio de la monogamia.

En cualquier caso, Pausini era carne de pagafantas, eso estaba clarísimo desde el principio.

No sé, puede que fuera el final de un lagrimeo histérico, lo siguiente que apareció fue NEK y aquello era otro rollo. "Laura no está, Laura se fue". NEK era un follarín, nada que ver con la voz atormentada de Ramazzotti ni con los problemas metafísicos de Pausini. NEK te decía a la cara que te iba a follar aunque no fueras la mujer de su vida y se pasaba el polvo recordándotelo. Tiziano Ferro pedía perdón pero se ligaba a la presentadora del debate en el vídeo. Incluso Lunapop era un grupo obsesivo, más allá de Vespas facilonas.

Si Italia fuera una sucesión de mimosines, ¿qué cojones haría Berlusconi ganando elección tras elección? ¿Quién quiere imaginarse a Vito Corleone llorando porque le dejó la novia? Italia y su esquizofrenia: Pausini, Corleone, Berlusconi y Siffredi con tintes pop de Pavarotti. Vamos, no me jodas, y la chica esta pretendiendo ser tu mejor amiga mientras tu madre te compra su disco por Navidad. Los 90, esa década plagada de estupidez.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Nada es para siempre


Antena 3 ya tenía "Compañeros" pero le debió de saber a poco y dobló la apuesta con algo un poco más "light", más "petting", una cosa dulzona, incluso cutre por momentos, su rodaje en Coruña, su música de Cómplices. Era una serie ñoña y sin ninguna pretensión más que enseñar chicos monos y chicas monas que se enamoraban y se desenamoraban, sin grandes catástrofes ni dramatismos ni sanciones morales.

Quizá por eso me gustaba, porque se parecía a lo que yo había vivido. Un instituto sin Kimi ni Valle, sin Mariano Alameda ni Elsa Pataky.

Cuando se estrenó la serie yo tenía 22 años y estaba terminando la Universidad. Eso me debería descartar como público objetivo pero todo el mundo sabe que estas series tienen dos clases de espectador en mente: el niño o niña de 12 años que cree ver ahí un futuro prometedor, un futuro en el que eres especial, tienes amigos, ligas y desligas todo lo que quieres... y el universitario veinteañero que recuerda todo aquello que no vivió con la nostalgia propia del que sí hubiera estado ahí.

El último peldaño en la vida de Peter Pan.

Mirado desde la distancia, todo aquello tenía que ser horrible: las actuaciones dejaban que desear, las tramas apenas existían, puede incluso que las chicas no fueran tan guapas... pero había algo de pertenencia ahí. ¿Por qué uno elige pertenecer a "Nada es para siempre" y no a "Al salir de clase"? No puedo explicarlo, simplemente fue así. Lanzo una hipótesis: "Nada es para siempre" era una serie destinada a fracasar, era la pariente pobre de la familia de fenómenos de instituto.

Es normal que ahí me sintiera cómodo. Yo nunca fracasé en el instituto pero porque nunca me lo propuse. Siempre tuve una idea tierna de mí mismo, ahí, en el Ramiro de Maeztu, rodeado de Chicas Langosta. Todo me venía grande y necesitaba una serie a mi medida. Una serie que no esperara nada de mí y a la que no le importara que yo no esperase nada de ella. Una relación perfecta.

Creo que eran los tiempos del Club Megatrix y Desperado Social Club, probablemente el programa juvenil más infravalorado de la historia reciente de la televisión. Aquello era cercano, lo podías tocar. ¿Qué hay ahora en su lugar? Ídolos. Los ídolos lo llenan todo de sombra con su propio crepúsculo. Gritos histéricos y desmayos. Nada con lo que empatizar, nada de lo que sentir nostalgia. Histeria. El instituto del año 2011, el internado del año 2011 es un lugar sórdido y hasta las niñas de 12 años saben que es imposible que nunca llegue a pasarles algo parecido.

Quizá por eso anticipan la frustración llorando al paso de Mario Casas.