jueves, 31 de marzo de 2011

Suede


"Parecemos la portada de un disco de Suede", dije yo, los dos sentados sobre la cama, entrelazados y desnudos. Ella sabía quiénes eran Suede, aunque no tenía edad para ello. Era un riesgo que corría. Sonrió. Ahora que lo pienso yo entendí esa sonrisa como una aprobación pero puede que fuera cualquier otra cosa, un "no me vengas con estas horteradas a estas horas" o un "voy mas pedo que Alfredo", sin más. Amanecía y la guerra parecía no empezar nunca.

El disco se llamaba "Suede" pero yo lo llamaba "Nude" porque la discográfica se llamaba "Nude" y todo aparecía en la misma cubierta, así que es un error lógico. Fue el gran disco de 1993, casi más que el "Parklife" de Blur. Sería simplista quedarse con "Animal nitrate" por muy buena que sea esa canción. Había mucho más. Pasé todo el viaje de fin de curso en Atenas cantando exultante "because we´re young, because we´re gone... Let´s chase the dragon!" Había en Suede un lado oscuro a lo Manic Street Preachers pero también había un punto ñoño y generacional que me encantaba.

"Sleeping pills" formaría parte de lo primero: noches de insomnio y drogas, y su inquietante y noventero "The sweet FA to do today", poco más o menos, "la misma mierda de siempre para hoy", tal y como yo lo entendí o, como poco, "el mismo coñazo de siempre", la misma inactividad, la falta de esperanzas. Muy grunge, ya digo.

Con los años, mi canción favorita pasó a ser "Breakdown", que también tenía su punto triste e intimista, de rebelión contra el desamor, de chica pop a la que le gritas, en su enésimo desprecio, su enésima inseguridad, su enésimo "sí pero no", aquello de "Does your love only come in a Volvo?" porque a veces hace falta dejar de viajar en Volvos y montarte en un Ford Festiva mientras tarareas "Oh, if you were the one... Would I even notice now my mind is gone?" y recorres un país entero.

Brett Anderson compartió novia con Damon Albarn y era ni más ni menos que Justine Frischmann, la cantante de Elastica. Éramos tan felices, éramos tan felices... Recuerdo un concierto en Aqualung, probablemente 1995, no sé, pedí el tracklist a los técnicos de sonido y lo pegué en mi diario de entonces pero no voy a ponerme a buscarlo.

Suede después de "Suede": en 1996/1997 sacaron su mejor disco, probablemente, "Coming up". El single fue "The beautiful ones", que formaba parte del segundo grupo de canciones, es decir, las brit, entusiastas y generacionales con un puntito irónico, pero mis favoritas eran "Trash" y "Picnic by the motorway", dos canciones muy raras, muy agridulces, como todo el disco. Fueron cinco años de la hostia, la verdad, difíciles de mejorar.

Que casi diez años después aquella chica y yo -creo que aquella chica también, yo seguro- nos acordáramos de una portada creo que lo dice todo. La guerra tardó cinco años en estallar, pero Brett Anderson fue de los pocos que no tuvo nada que ver en eso.

jueves, 24 de marzo de 2011

El mundo de Sofía


Yo quería estudiar psicología o publicidad. Ya había descartado el periodismo, no sentí nunca que esa carrera fuera a aportarme algo que no supiera. Apenas leía pero ya me habí decidido a ser escritor. Un día, bajaba las escaleras del Palacio de los Deportes junto a Dani Pacios, mi mejor amigo. Él quería hacer matemáticas puras, quizá física. No nos decidíamos. Él estudiaba ciencias, yo letras. "¿Sabes lo que de verdad me gusta?", me dijo, casi como una confesión vergonzosa, "Filosofía".

A mí también me flipaba filosofía. La historia de la filosofía al menos. Teníamos la misma profesora de COU y seguro que eso tuvo algo que ver. Pero, ¿quién iba a estudiar filosofía? ¿De qué servía? ¿Qué salidas tenía? ¿Qué sentido se le podía dar a sacar matrícula de honor y más de un 8 en la Selectividad para acabar estudiando una carrera en la que no pedían más de un 5? Nadie se atrevería a algo así. Nadie se atrevería a hacerlo solo, me refiero. Pero los dos sí podíamos, claro. Le miré y se lo dije, sin más: "¿Con dos cojones?" y él dijo "Con dos cojones" y los siguientes cinco años fueron historia en Cantoblanco.

Recuerdo una asignatura del cuarto curso: "Historia del pensamiento español". Como Historia se quedaba cortísima porque todo era Ilustración y siglo XIX y un poco de Unamuno, pero, por ejemplo, a Ortega, ni mencionarlo y el "aquí y ahora" -la circunstancia- completamente de lado. El día anterior, Savater había aparecido en un capítulo de "Compañeros", hablando de civismo y ética. ¡Qué escándalo! El templo de la sabiduría clamaba contra el renegado populista. ¡Aparecer en televisión, en una serie para adolescentes! Hasta ahí podíamos llegar.

Se montó un pequeño debate. Por entonces, en los debates, yo participaba. Ahora, me da mucha pereza significarme, que diría Jorge Díaz. Dije lo que pensaba, que había que acercar la filosofía a la gente, que creía firmemente en la divulgación y que sin la divulgación cada vez menos gente se acercaría a aprender lo que de verdad se enseñaba en las facultades y sí, nosotros seríamos muy listos y muy profundos, pero nadie sabría de qué estábamos hablando y eso nos convertiría en unos inadaptados.

Puse otro ejemplo, el ejemplo que nadie se atrevía a mencionar: "El mundo de Sofía", de Jostein Gaarder. Era un libro horroroso, pero explicaba bien las cosas. Un libro pedagógico. Incompleto, por supuesto,  pero pedagógico. En la facultad lo odiaban todos los profesores. Ellos malviviendo con sus sueldos y ese hombre haciéndose millonario recurriendo a su especialidad. El profesor me paró los pies: "Es un libro terrible, me da miedo pensar que los jóvenes aprenden filosofía leyendo eso". Tenía parte de razón, pero insistí: "De acuerdo, eso lo sé ahora que he estudiado la carrera, entonces no lo sabía, y si no hubiera sido por ese libro, probablemente no me hubiera matriculado".

Era cierto. Influyó COU e influyó Dani Pacios, por supuesto, pero sin Jostein Gaarder, con todos sus defectos, yo no habría estudiado filosofía. El libro se escribió en 1991 pero pegó el petardazo en España en 1995, el año en el que prácticamente toda la clase se había matriculado y poco a poco empezaron a levantarse manos para darme la razón, como en aquellos anuncios de preservativos: "Yo también me matriculé por ese libro", venían a decir, y es que la novela -o lo que fuera- estaba muy mal escrita y tenía un hilo narrativo pésimo pero aportaba lo que todo estudiante de filosofía necesita para dar el paso: entusiasmo.

Gaarder o Knox o como quieran hablaba de la filosofía y sus autores con verdadero entusiasmo y cariño. Creyéndoselo. Puede que fuera más o menos agudo y estuviera más o menos acertado, pero aquello le volvía loco y nosotros teníamos 18 años y necesitábamos que algo nos volviera locos. La portada era amarilla y el tono, pedante, pero era nuestro libro, le pesara a quien le pesara. Luego ya sí, "La fenomenología del espíritu" hasta en la sopa, "El mundo como voluntad y representación", "La fundamentación de la metafísica de las costumbres" y algunos pasajes del "Tractatus Logico-Philosophicus".

Pero al principio del todo, la semillita. Sin la semillita no hay flor. Ni capullo.

martes, 15 de marzo de 2011

Lola Baldrich


Lola Baldrich ya era inquietante a finales de los 80 cuando cantaba aquello de "Los amigos de mis amigas son mis amigos", un hermoso tratado de promiscuidad que nos llegaba incluso a los pre-adolescentes ya motivados enforma de remake de Objetivo Birmania. Una manera como cualquier otra de despedir la década. Llegó, vio, triunfó y se dedicó a lo suyo: la actuación. No tenía siquiera 20 años por entonces.

Baldrich llegó a mi vida con nombre y apellidos en aquella maravilla ya olvidada que se llamaba "Colegio Mayor". ¿No se acuerdan de esa serie? La protagonizaba Jorge Sanz, haciendo de eterno estudiante, y aparecían al menos Quique San Francisco, como refinado residente vitalicio, Antonio Resines, el díscolo Achero Mañas, Eva Isanta -qué guapa es Eva Isanta-, como novia despechada, Ángeles Martín y el entrañable Vicente Haro. Estoy hablando de memoria, pero Baldrich era la guapa a la que se quería ligar Jorge Sanz a veces con éxito y a veces sin él, porque, claro está, el protagonista era un caradura pero en el fondo un buen tipo.

Yo la vi en Telemadrid, es posible que luego la pasaran también por La 2. Es una auténtica referencia generacional, ya saben, "El Baroja siempre moja".

Asumo que no todos son tan frikis como yo, así que concedo que ustedes conozcan a Baldrich como la enfermera con mini-bata de "Médico de Familia", la asistente pibón de Emilio Aragón. ¡Qué piernas, señora! Allí que iba ella, poniendo malos al abuelo de Chechu y a sus amigos jubilados con aquel escote y aquella bata minúscula, por encima de las rodillas y sin pantalones ni medias ni nada. Luego iba uno a un ambulatorio y lo mismo no era, claro.

Gertru pasó a ser un icono sexual pero de una manera muy natural, nada explosiva. Un rollo emilioaragonesco, de insinuación y coquetería incluso a veces ñoña más que de chica chin-chin. El éxito estaba en su rollo "vecinita de al lado", su función de "pibón en la sombra" y su encanto combinado con sus curvas.

Luego su carrera languideció. Es lógico: "Médico de familia" fue, junto a "Farmacia de guardia", la gran serie de los 90 y ella era casi co-protagonista con Lydia Bosch y la inefable Ana Duato. De ahí solo se baja, pero incluso eso lo hizo con elegancia: en 2000 se pasó a "Compañeros", participó en "7 vidas" y por lo que dicen ahora tiene un papel en "El internado", no sabría decir si relevante o no, porque ya no veo series de chicas guapas. Lo paso muy mal.

Al menos, creo que le ha servido para una portada de Interviu a sus 39 años, que muchos lo firmaríamos.

En cualquier caso, para mí siempre será la chica de trajes chillones de aquel vídeo de voces chillonas y la coqueteadora oficial del Colegio Mayor Baroja. A ver cuando algún canal de TDT se anima a reponer esa serie. Y una suiza o belga o francesa que se llamaba "Besos robados". Telemadrid era muy casposa pero cumplió su función, créanme.

martes, 8 de marzo de 2011

Red Hot Chili Peppers



Me metí en un taller de teatro cuando estaba en el instituto. Fue muy de película americana de adolescentes, les explico: una tipa entró en clase y nos explicó que estaba organizando unas representaciones en inglés y que necesitaba chicos y chicas interesados en la actuación y que hablaran razonablemente bien el idioma con la idea de interpretar "Macbeth", de Shakespeare. Los voluntarios solo tenían que levantar la mano y pasarse después de las clases, a eso de las 5, por un aula determinada.

A mí la interpretación no me interesaba nada, por supuesto, ni el inglés, ni mucho menos Shakespeare. Pero la Chica Langosta me encantaba, y ahí estaba ella, tímida e indecisa, levantando su manita de quinceañera junto a la de su mejor amiga, las dos entusiasmadas ante la idea, así que convencí rápidamente a mi propio mejor amigo y los dos levantamos a su vez la mano, junto a otros dos o tres compañeros que no recuerdo siquiera y a la lista que fuimos.

Cuando llegamos, a las cinco, mi amigo autoconvencido de que aquello podía estar bien y yo ansioso por encontrarme a la Chica Langosta y protagonizar con ella la escena del sofá, resultó que no estaban ninguna de las dos. Se lo habían pensado y no, mejor no iban. ¡Mujeres! Y, claro, ya no era momento de andar rindiéndose y aceptando la derrota, así que tiramos para adelante. Mi amigo hizo de Ross y yo hice de Angus, éramos lores ingleses y se nos daba la mar de bien. Nos enamoramos de la apuntadora, lo mejor con diferencia de la obra, y ensayamos en un teatro enorme, verdaderamente enorme, vestidos de siglo XII y con los altibajos de entusiasmo y depresión típicos de todo actor y más del actor adolescente.

Los ensayos se hacían eternos. No es fácil mantener la concentración con 15 años un sábado por la mañana o un jueves a las 8 de la tarde. Seguíamos por un vago sentido del deber, pero nos costaba. Al menos teníamos texto y eso era algo. Creo que Angus un poco más que Ross. Éramos unos culos inquietos. Nos dedicábamos a saltar por el escenario de madera y a molestar a la gente. Imitábamos todo el rato nuestro vídeo favorito: "Give it away" de los Red Hot Chili Peppers, que básicamente consistía en los cuatro o cinco miembros de la banda haciendo el cabra sin sentido aparente.

El vídeo lo habíamos visto en casa de Christian y nos entusiasmó. Yo lo llegué a grabar de la MTV y me aprendí la letra de memoria. Aún hoy, cuando suena en algún bar -no es lo habitual, pero a veces sucede- puedo recitar de la primera palabra a la última, como me pasa con el "Ice ice baby" de Vanilla Ice. Mis parecidos con Rain Man, si se fijan, a veces son sorprendentes.

Éramos fans de la canción pero no del grupo, es decir, no teníamos ningún disco del grupo ni ganas de tenerlo, la verdad. Había una canción ñoña, que se llamaba "Under the bridge" y no estaba mal y una referencia vaga en el libro "Héroes", de Ray Loriga, solo que, al menos en la edición de Plaza y Janés, Ray hablaba de los "Red Hot AND Chili Peppers", que quedaba fatal, porque si vas a citar en plan guay, pues cita correctamente.

Para mí, todo ese rollo rock-metalero era un poco lo mismo. Luego ya he descubierto que no, así que no me frían a comentarios, pero ahora hablamos del quinceañero con capa de tuno que hacía de lord inglés en sus tardes libres mientras le ponía ojos a la apuntadora -probablemente piscis o como mínimo géminis-. Ese quinceañero veía en dos dimensiones a AC/DC, Metallica, Alice Cooper, Aerosmith, Motley Crue o los Red Hot Chili Peppers. Odiaba a Guns N´Roses, pero por una cuestión estética. Apenas conocía a Nirvana todavía y desde luego no sabía nada de Pearl Jam ni de Stone Temple Pilots ni Soundgarden.

En vacaciones, mi amigo y yo nos fuimos a Cuenca. Conseguí que le gustara una canción de U2, en concreto "Numb", y en un bar con video-juke box poníamos el clip de una chica llamada Vanessa que le decía a Valentín que le gustaría comérselo a besos. Casi quince años después, entrevisté a la chica en Subterfuge, había cambiado las dos eses por dos equis y el pop blandenguísimo por el hip hop. Yo, en lo esencial, seguía siendo el mismo.

martes, 1 de marzo de 2011

Las noches de tal y tal



Jesús Gil apareció estruendoso y ostentóreo a finales de los 80 cogido del brazo de Paolo Futre, como si temiera que en cualquier momento se le escapara. No era cualquier cosa: Futre apenas contaba con más de 20 años y era con diferencia el jugador joven más prometedor del continente, recién campeón de Europa con el Oporto. Fue su reclamo electoral y le valió: consiguió la presidencia del Atlético de Madrid, destituyó a unos cuantos entrenadores, encadenó proyectos gloriosos, pasó más tiempo en los tribunales que en los despachos y todo ello le llevó como no podía ser de otra manera al éxito en la política.

Gil fue un gran personaje noventero aunque hubiera nacido en la década de los 30. Se ajustó al tiempo como un calcetín: gran sentido del espectáculo, gusto por la prensa sensacionalista, empresario de éxito abonado al chanchullo... El Atleti fue su plataforma y Marbella su piscina. Su jacuzzi, más bien. Le adoraban en aquella ciudad. Tomó una serie de medidas dudosas y mil veces cuestionadas por la Junta de Andalucía, consolidó una reputación de machista y maleducado por fuera pero tierno y decidido por dentro y lo juntó todo en aquel engendro que Telecinco, siempre al quite, puso a su disposición: "Las noches del tal y tal".

Fue en 1991, recién llegado a la alcaldía marbellí con el GIL, ingeniosas siglas del llamado Grupo Independiente Liberal, un verano tórrido como otro cualquiera con Luis Ortiz y Gunila Von Bismarck divorciándose entre arrumacos y Espartaco Santoni abriendo un nuevo bar. Era un programa ejemplar: había invitados, a los que Gil trataba con su chabacanería habitual de dueño de restaurante, había chicas, muy guapas, en bikini y alrededor de sus inmensas grasas. Había política, claro, porque al fin y al cabo Gil era un político. Un político ganador. Ríanse de Mourinho, Gil consiguió ganar incluso con Julián Muñoz de candidato.

Las niñas italianas estaban ahí, sonriendo desmesuradamente, y en medio de sus encantos ese hombre de pelo en pecho y barriga decía cómo iba a cambiar el país. Se avecinaba una crisis pero pocos lo sabían. Eran los tiempos de Juan Guerra. Él y Berlusconi iban a salvarnos a todos. Mentalidad empresarial. Ahí estaba el Gil duro y triunfador, el de puertas para afuera. El tierno y "amigo de sus amigos" se entreveía en sus charlas con Imperioso, su caballo, al que quería como si fuera uno más de sus hijos. Qué noble. Qué corazón.

Lo dicho, Telecinco le rió las gracias un tiempo, no demasiado, es decir, "demasiado" para que se recuerde como uno de los momentos más deplorables de la historia de la televisión pero no "demasiado" si se compara con "Gran Hermano". El pueblo de Marbella fue mucho más fiel, pese a sus nuevos juicios, sus nuevos pelotazos, sus condenas, sus peleas a puñetazos, sus comentarios racistas... Gil no se fue, lo tuvieron que echar y cuando le echaron, ya digo, llegó el delfín Muñoz a hacerse cargo de las cuentas.

Vaya cuentas.

No puedo evitar hablar de Jesús Gil con cierta ironía y perplejidad, pero tampoco me sale hablar de él con odio. Era un vividor y un pícaro. A costa de quien fuera. Es un personaje tan español y tan de principios de esa década que solo queda comprenderle con una medio sonrisa y esperar que al menos hayamos aprendido una lección: los políticos que nos roben a partir de ahora que por lo menos vayan con traje de Milano y no bañador de Torremolinos.