miércoles, 26 de enero de 2011

Lo mejor de nuestra vida



Si a mí me preguntas: "¿Tuviste una adolescencia feliz?", mi respuesta sería "Sí". Y además, un "sí" entusiasta, sin matices. Por supuesto, luego llega la estética y acaba con todo y lo que quedan son los cánticos de Soundgarden en campamentos perdidos y todas las chicas que nunca tuve y la nota de suicidio de Kurt Cobain y todo ese rollo, pero, de verdad, yo fui bastante feliz: tuve buenos amigos, arrasé Malasaña, saqué buenas notas, no coqueteé con las drogas, vi al Estudiantes ganar alguna Copa del Rey e incluso yo mismo llegué a meter más de un triple en el Magariños.

Lo que pasa es que cuando tienes 15 años hay bajones, claro. Con 33 te puede fastidiar más o menos no conseguir lo que quieres, pero es que con 15 ni siquiera tienes la más remota idea de lo que quieres, y a veces tu objeto de deseo empieza por A. y a veces empieza por L. y acaba empezando por T. y tampoco intentes buscarle mucha lógica a tus hormonas.

El caso es que a veces me deprimía como se deprime un adolescente: tardes enteras sin hablar, meditabundo, alejado de la realidad, absorto en la injusticia del mundo... y mi banda sonora de por entonces era Antonio Vega, en concreto, aquel disco de resurrección que se llamaba "No me iré mañana" y que tenía ese punto triste e incomprensible de Antonio Vega con una mezcla de algo parecido a la esperanza. Un adolescente y un heroinómano tienen mucho en común, si se ponen a pensarlo.

Mi canción favorita era el single. No siempre me pasa pero no siempre lo evito. "Lo mejor de nuestra vida", se llamaba. Era muy buena canción porque era muy buen disco. En mi opinión, su mejor disco, aunque "El sitio de mi recreo" quizá fuera más celebrado por lo que tenía de -parecía entonces- obra agónica, casi póstuma. En "Lo mejor de nuestra vida" se hablaba de amor, desamor y lo que queda después. Era triste porque había perdido a la mujer de su vida y a ver si eso ahora va a haber que celebrarlo. Era bonito porque, bueno, los dos lo superaban, y como decía Rilke: "sobreponerse es todo".

Tanto rollo y al final seguro que la canción hablaba de alguna droga. Every artist is a liar, every poet is a thief, all kill their inspiration and sing about their grief, ¿les he contado cuando me paseaba por ese mismo chalet con unas gafas de sol enorme imitando el falsete de Bono?

En fin, yo me subía a la buhardilla de mi chalet de clase media en la sierra madrileña con el CD, el "loro", algún cuaderno, puede que algún juego de ordenador en el que entrenara a algún equipo de fútbol de una manera muy rudimentaria, y me pasaba ahí las horas, los días e incluso los meses. Fuera, había avispas y arañas. Un día vinieron A. y L. a comer y yo, como siempre, no supe decidirme.

miércoles, 19 de enero de 2011

La generación JASP



Un entrenador holandés de muy mala leche obligaba a Iván de la Peña a entrenar duro y recoger todos los balones del campo. El entrenador era Cruyff, por cierto, y el año, 1996, el primero del cántabro en el primer equipo del Barça. Por supuesto, De la Peña lo hacía todo bien y demostraba que estaba muy por encima de las expectativas. Después se iba con su Renault Clio tan contento: un coche modesto, pero con todas las prestaciones necesarias. Joven, becario, canterano... aunque sobradamente preparado.

Luego estaba el anuncio del empleado pasota pero tremendamente brillante. Podría ser Guti pero era un ejecutivo. Su jefe le echaba la bronca por inconsistente y poco aplicado. Él sonreía. El encargado se cabreaba aún más y acababa citando a Kant como gran autoridad. El jovencillo respondía el golpe con elegancia: "La cita es muy buena, pero no es de Kant, es de Séneca".

Aquellos éramos nosotros. Los nacidos en los 70.

La generación JASP venía a continuar de alguna manera a la generación X de Douglas Coupland y degeneró en lo que se ha venido a llamar Generación Ni-Ni. Éramos jóvenes, desde luego, De la Peña, por ejemplo, nació en 1976, y estábamos bastante preparados. No solo eso: íbamos de preparados. Los setenteros hemos sido siempre unos arrogantes tremendos y la vida nos lo ha devuelto a base de hostias: al chico de Séneca probablemente le echaron de su compañía o le hicieron un contrato por horas en una ETT -los setenteros descubrimos las ETTs, recuerden-, al canterano le condenaron al banquillo y tuvo que emigrar a Italia donde a su vez le echaron.

Nos doraban la píldora de nuestro talento y esperaban que con eso y un Renault nos comiéramos el mundo. Lo peor es que nos lo creímos.

Los JASP somos una generación perdida, por completo. Perdida entre las expectativas y la realidad: somos los becarios precarios, los tiempoparciales, los que se quedaron sin ayuda de alquiler, los que se han quedado sin subsidio de desempleo. Desde siempre hemos percibido esa sensación de "estos chicos ya se apañarán, son muy listos". Crecimos en democracia y libertad, con un acceso a la cultura sin precedentes. Ni siquiera tuvimos que sufrir la LOGSE ni pelearnos por la LODE. Fuimos los niños mimados del sistema hasta que cumplimos los 30 y entonces nos empezaron a tratar a patadas.

No quiero resultar demasiado autocomplaciente. Probablemente, no estemos tan bien preparados. Sabemos colocar las comas y los acentos, pero eso no quiere decir nada. Nos defendemos bien en el Trivial. Creíamos que esto iba a ser un paseo triunfal con chicas tirándonos rosas desde los portales. Obviamente, no ha sido así. Del trabajo precario hemos pasado al paro absoluto. Quien no ha sido teleoperador ha sido camarero. O lo sigue siendo.

No es tan grave. Si no nos hubieran dicho en nuestra edad más influenciable que éramos la leche ahora no nos sentiríamos menospreciados. Nos lo dijeron e, insisto, nos lo creímos como tontos. Vaya preparación de mierda. Generación de psicoterapias y reducción de becas. Esos somos nosotros. No quiero decir que los que vengan detrás lo vayan a tener más fácil, simplemente quiero decir que los que vienen detrás son más jóvenes y todavía pueden mantener la esperanza.

Y además desde que se matricularon en la ESO les dijeron que eran tontos, así, sin más. Ellos al menos pueden dar la sorpresa. Nosotros tendremos la palabra "fracaso" marcada siempre a fuego en la frente.

Nuestro himno generacional lo compuso Australian Blonde, a quién intentábamos engañar.

miércoles, 12 de enero de 2011

Emir Kusturica- Underground



Tuve dos años especialmente pedantes: 1997 y 1998. Una amiga de mi madre, filósofa ella también, nos juntó a un grupo de presuntos jóvenes talentos para formar un "grupo de discusión". La dinámica parecía sencilla: teníamos un libro de referencia, en este caso, "El tema de nuestro tiempo", de Ortega y Gasset, y cada dos semanas leíamos unas páginas en casa y las comentábamos, concepto a concepto. Por supuesto, al principio aquello era un barullo. Imagínense: yo tenía 20 años y el resto de mis compañeros no pasaban de los 21. Nuestra idea de un debate era lo que habíamos visto en las tertulias de Jesús Hermida. Todos queríamos tener razón como el que tiene un culo, cada uno el suyo.

Mabel nos ayudó a pensar. Yo creo que nadie me ha ayudado tanto a pensar nunca. Me ayudó a plantearme que igual no tenía razón siempre, incluso que era posible que, en algunas circunstancias, los demás también pudieran enseñarme cosas de valor y que había gente más lista que yo, con más experiencia que yo y que argumentaba sin tanta vehemencia pero con más sentido común. Creo que fue un año clave para muchos, aunque claramente a unos les cundió más que a otros, eso es inevitable: cada uno elige sus maestros.

El caso es que, aparte de Ortega, al que prácticamente no se estudiaba en toda la carrera, Mabel nos descubrió a Marcuse y a Kusturica. En concreto, "Underground". Estábamos en pleno conflicto de Kosovo, recuerden. Serbia y Bosnia habían firmado los acuerdos de paz pero seguían peleándose por la provincia musulmana, que si para ti, que si para mí. "Underground" hablaba de todo eso y de mucho más, remontándose a la II Guerra Mundial y la gestación de la Gran Yugoslavia del croata Tito. Se le acusó mucho a Kusturica de ser "pro-serbio" pero si lo fue en esa película yo no me enteré, una prueba más de que efectivamente hay gente mucho más lista que yo.

Yo lo que vi fueron envidias, engaños, complacencias salvajes, la voluntad desatada en forma de disparos al cielo, billetes lanzados al aire, cíngaros acompañando a los caciques en cada visita. "Underground" era de una decadencia brutal. Esa mezcla tan improbable, tan yugoslava, del campo y la ciudad, de oriente y occidente. Me enamoré de la banda sonora original, de Goran Bregovic. Kalashnikov, Mesejcina, Ringe, ringe Raja... Años después incluí todas esas canciones en una fiesta salvaje de un productor de televisión que describí en mi novela.

Me parecía que había algo en los grandes productores de televisión de los 2000 que les asemejaba a los señores de la guerra serbio-bosnios de los 90. No me pregunten por qué, mis asociaciones de ideas son de lo más absurdas en ocasiones.

Una madrugada, plan de novios, fuimos a ver "Gato negro, gato blanco". No nos gustó tanto por lo que tenía de redundante: drogas, bodas, cíngaros, disparos, perros salvajes. Después le perdí la vista. Creo que hizo algo sobre Maradona. Procuro mantener una distancia estética lo más amplia posible con respecto a Maradona. Llámenlo desconfianza o cualquier otra cosa peor. Algún día volveré, supongo. Si tienen recomendaciones, utilicen los comentarios.