miércoles, 29 de septiembre de 2010

Chimo Bayo



Polígonos de las afueras de las capitales. Ruta del bakalao. Pantalones ceñidos y cadenitas. Macarras empastillados y niñas con primeros piercings. Discotecas de carretera. Me gustan las pastillas, blancas, rojas y amarillas (qué buenas, qué ricas, están las pastillitas). Valencia pero no solo Valencia, también Costa Polvoranca antes de las peleas y el asesinato y el declinar de la cultura de hormigón. Bloques gigantescos de hormigón en medio de ningún lado donde la gente podía perderse un viernes por la tarde y aparecer a rastras el domingo por la noche, o el lunes por la mañana.

Jamón, Jamón. A mí, Jamón, Jamón me parece una película interesantísima más allá de Javier Bardem y Penélope Cruz. Me parece una película mediterránea, con olores y sabores, bestia, valenciana, muy valenciana. Una película con aroma a pólvora y a fiesta de pueblo y a odios ancestrales y a maneras de resolver las cosas y a cojones del toro de Osborne castrados a pedradas y dos chicos exhaustos tirados en la arena después de casi matarse a base de jamonazos.

Obviamente, yo nunca estuve ni en Polvoranca ni en Requena, cuestión de edad. Y de gustos, supongo, porque puede que edad sí tuviera, al menos, edad legal. Yo lo veía desde fuera y con desprecio, un desprecio absoluto como el que uno puede sentir ahora por Belén Esteban, por ejemplo. Un desprecio casi de clase. Los pijos éramos grunges, los bakaladeros eran más bien "working class". Nada que ver con nosotros. Lo mirábamos con superioridad pero también con miedo, ojo, como dice el chiste "una epidemia que mate a todos los ricos no alarmaría a ningún pobre pero una epidemia que matara a todos los pobres asustaría inmediatamente a los ricos". ¿Qué demonios estaba pasando, por qué necesitaban cargarse la música, mirarse las pupilas contrayéndose y dilatándose, poner esas caras, sufrir esos infartos, pelearse a navajazos en lo que nosotros suponíamos era arena porque yo siempre he imaginado estos polígonos con una capa de polvo y arena levantándose?

El gran líder era Chimo Bayo. El primer gran líder. Fíjense: canciones sobre drogas -"Bombas, bombas", "Exta sí... exta no..."-, DJ valenciano de nombre inconfundible y banda sonora original de "Jamón, jamón". Chimo Bayo era lo más lejos que queríamos estar de la música pero a la vez era lo único que tolerábamos de todo aquello, sería incapaz de nombrar a un solo músico de aquella época salvo quizás a Paco Pil si es que alguien se tomaba a Paco Pil en serio, que lo dudo, porque para mí Paco Pil era una chiste comparado con lo que yo veía y oía del bakalao.

No sé si fue 1990 o 1991 cuando salió el "Así me gusta a mí". Hay que reconocer que era un temazo incluso aunque fueras a base de Coca-Colas. Música laberíntica que te lleva por donde quiere, rimas pegadizas, estribillo concluyente y fuerza de voluntad por todos los poros. Así me gusta a mí. Así me gusta a mí. Así... me gusta a mí. Y la parte incomprensible que aun veinte años después todos recordamos: chiquidam-chiquidam-chiquididamdamdam- que tumbambam- que tumbam que tebebetamtamtam- que tumbamquetem... un poeta, Chimo Bayo. Se aprovechó del desconcierto. Chimo Bayo nos pilló relajados, por sorpresa y luego quiso entrar por ahí todo tipo de mierda pero cerramos a tiempo el esfínter.

Lo que no quiere decir que no tuviéramos recaídas -"Eins, zwei, polizei", "Short dick men", "Lick it" y la transición hacia un ritmo discotequero más pop del estilo "Dance cherokee", "Scatman" o "I like to move it, move it..."- y no gritáramos de vez en cuando "Química, química", pero con muy poca fe, créanme.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

José Antonio Botella, "Chapis"


El odio se sabe dónde empieza pero no dónde acaba. La primera versión del odio, de hecho, fue la risa. Hablo de Telecinco, claro. Las persecuciones en "Qué me dices" eran divertidas, novedosas, el tono, desenfadado, menos crispación que en "Tómbola", primer paradigma de la telebasura noventera. Los presentadores eran frescos y se llevaban bien entre ellos y Belinda Washington estaba buena pero no demasiado. Como contrapunto, Chapis, con sus orejas de soplillo, su naturalidad, un cierto macarrismo al hablar, voz cazallera, y guiones inteligentes.

Nos caía bien a todos, incluso a los filósofos adolescentes.

Chapis y Belinda Washington, ya digo, el origen de la desgracia. Después de ellos, el caos. Después de ellos, Salsa Rosa y Aquí hay Tomate. Es indudable que el formato de Aquí Hay Tomate era una copia del de Qué Me Dices, pero ahí estaba Jorge Javier Vázquez, el hombre que cuando era pequeño y le preguntaron qué quería ser de mayor dijo "miserable" y no ha dejado de intentarlo en toda su vida hasta acabar consiguiéndolo con creces. Si se piensa, Chapis era el anti-Vázquez. Chapis era de todo menos odio, y el QMD -empezaban las siglas, en Al Salir de Clase ya se hablaba del CBC- resultaba de una inocencia casi enternecedora.

El programa derivó en revista, algo muy de Telecinco, y en Telemadrid hicieron algo llamado "Macumba" y que pretendía ser parecido y en 1997 quitaron el programa, demasiado inocente ya incluso para esa época de odio declarado, escarnio de los famosos. "Ahí están, ríete de ellos, búrlate, no tienes su dinero ni su fama pero puedes humillarles. Podemos humillarles. Podemos odiarles y que lo sientan". Chapis tuvo una enfermedad o eso creo. No volvimos a saber nada de él.

María Teresa Campos se hizo con las mañanas, Terelu con las tardes. Corrillos y tertulias de mercado. La "claque" dejó de aplaudir.

jueves, 16 de septiembre de 2010

El Día Después


Aunque ahora parezca mentira, Michael Robinson no siempre presentó El Día Después. De hecho, comenzaron Nacho Lewin y Jorge Valdano, justo después de su retirada como futbolista -intentó llegar al Mundial de 1990 pero Bilardo lo descartó finalmente- y justo antes de fichar por el Tenerife y como diría el poeta, liarla parda. Lewin llevaba dos relojes. No recuerdo por qué, pero los llevaba y se preocupaba de recordárnoslo continuamente. Valdano era metódico y riguroso en el análisis. Fue el primer año de la era Cruyff, él sería clave en los dos siguientes.

El programa tenía encanto porque era en abierto. Nuestra oportunidad de ver la famosa "cámara super lenta" sin codificaciones y ya contaba con la pizarra cibernética para el análisis táctico -poco más o menos lo que luego sería el PC Fútbol- el famoso "Lo que el ojo no ve" con curiosidades de los distintos estadios y un resumen de la liga italiana, el otro gran reclamo de Canal Plus en los años del Milan de Capello y la Juve de Roberto Baggio.

Fue en 1991 cuando se incorporó Michael Robinson. Robinson ya había deslumbrado en el Mundial como comentarista. Nadie se lo esperaba. Hace casi veinte años ya era capaz de hablar ordenadamente mal y que se le entendiera con una claridad absoluta. De hecho, hace casi veinte años hablaba igual que ahora. Robinson había sido un delantero centro tanque durante los 80 en el Liverpool y el Osasuna y encontró su papel en la vida como carne de televisión. Era un presentador buenísimo y un analista de primera. Recuerdo que Antic se lo quiso llevar como segundo entrenador cuando llegó al Atleti en 1995. Robinson pasó de la oferta y Gil se llevó el doblete.

La pareja Lewin-Robinson funcionaba. Uno era acartonadamente simpático y el otro era espontáneamente serio. Como un señor de alta sociedad intentando no parecer demasiado arrugado y un tipo de pueblo inentando agradar a los burgueses. El Día Después se convirtió en una referencia del fútbol de calidad y el periodismo de calidad, con reportajes impresionantes, como aquel de Benito Floro en los vestuarios de Lleida -¡con el pito nos los follamos!-. Anda que no dio de sí esa frase en las aulas del Ramiro de Maeztu. A partir de El Día Después y su escuela se entienden todos los programas posteriores de PRISA: platós enormes y fríos, mesas de metacrilato y una sensatez a veces agotadora. El reverso de Punto Pelota.

Hubo una temporada que se fue Lewin y ficharon al Lobo Carrasco, recién retirado tras una aventura en el Sochaux francés. Aquello fue un desastre. Carrasco es un correcto comentarista pero un nulo presentador. Ramos Marcos se convirtió en mucho más de lo que jamás habría soñado y llegó a creer que sabía de fútbol. En ocasiones, aún lo cree. A todos ellos se les sumó Raúl, un jugador del Numancia, aquel Numancia que llegó a cuartos de final de Copa en 1996 y se la jugó en el Camp Nou a todo un Barcelona.

Después llegó Pedrerol, justamente Pedrerol, y entendió perfectamente de qué iba la historia. Un tipo inteligente, Pedrerol.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Roxette


Mi primer concierto fue de Roxette. Miento. Mi primer gran concierto fue de Michael Jackson en 1986 ó 1987, en el Vicente Calderón, pero los conciertos con "mayores" no cuentan así que tenemos que darle al flash forward y llegar al invierno de 1991 en el Pabellón de Deportes del Real Madrid, metro de Begoña. Yo era fanático de Roxette. No me culpen, era un niño, casi, y su pop era tan fácil y sus baladas tan románticas -ese "It must have been love" o "Fading like a flower" o incluso "Spending my time". Lo combinaban con un cierto buen rollo estilo "Joyride" o "The look".

De hecho, todo empezó con "The look" pero me temo que eso sería deslizarse peligrosamente a los 80, a 1989, en concreto, puede que me equivoque. A mí me gustaba una chica de ojos marrones. Una chica de 12 años, por supuesto, era lo suyo y me preguntaba walkman en mano: "What in the world can make a brown-eyed girl turn blue, when everything I´ll ever do, I´ll do it for you". Eran tiempos del pesado de Bryan Adams. El caso es que a la chica también le acabó gustando Roxette. En este blog se ha hablado ya de ella, pero saben que me niego a poner nombres ni apellidos. La combinación Roxette-Chica se hizo irresistible, por mucho que yo por entonces ya fuera antimadridista y tuviera que volverme solo, principal y lógico motivo de preocupación de mi familia.

Los recuerdos fugaces que tengo de entonces tienen que ver con "Dressed for success" y lo que empezaba a ser "Tourism" el siguiente disco y por supuesto "Join the joyride" a todo volumen. Mi primer pitido en los oídos al salir del recinto. Pedir coca-colas con ella en un bar masificado, también, esas cosas.

En realidad, Roxette era un grupo ochentero, nos pongamos como nos pongamos. Un grupo con laca y hombreras y puro pop. Pero triunfó a principios de los noventa, cosa de los calendarios. Por mucho que pasen los años y uno vaya a festivales indie y hable sobre las diferencias entre Love of Lesbian y Vetusta Morla nadie me podrá convencer de que "Look sharp", "Joyride" y "Tourism" son tres pedazos de discos. Este último más íntimo, reflexivo, de "¿qué demonios estoy haciendo con mi vida?", canciones tipo "Here comes the weekend" o "Never is a long time". Era un disco que pretendía ser íntimo y comercial y creo que consiguió las dos cosas a pesar de lo esquizofrénico de la expectativa. Al  menos a mí me resultaba entrañable y tristón. Quinceañero.

Marie Friedriksson pasó por varios cánceres y se recuperó, pero el grupo paró por completo su carrera. Per Gessle, el verdadero alma del grupo, lo intentó en solitario sin ningún éxito. En 2001 tuvieron una breve "re-entrée" con una canción que a mí me encantaba y se llamaba "The center of the heart". Por supuesto, y con su horrible sentido del timing, la canción era noventera a más no poder. En 2004 la chica se casó. No fue conmigo, por supuesto, si no imagínense que ñoñería de post.