miércoles, 31 de marzo de 2010

Where is my mind?



Mi hermano y yo nos sentábamos en casa de mis padres y poníamos el CD de "Surfer Rosa". Lo poníamos una vez y no nos gustaba. Nos volvíamos a sentar, lo volvíamos a poner y seguía sin gustarnos. No pasaba nada. Tenía que ser problema nuestro. Tenían que gustarnos los Pixies, fuera como fuera. La música que nosotros escuchábamos giraba en torno a la influencia de ese grupo y no podía ser que les despreciáramos de esta manera.

Kurt Cobain dijo que compuso "Smells like teen spirit" intentando imitarlos. De ahí la importancia del bajo en toda la discografía posterior de Nirvana, entiendo.

El disco era raro. Empezaba por "Bone machine" y seguía con unas cuantas canciones eléctricas de dos minutos, frenéticas, casi punk que derivaban en el onírico "Where is my mind?" -"I was swimming in the Caribbean, animals were hiding behind the rock"- y seguían después su camino hasta la agresividad incontrolada del "Vamos", siete minutos de bajo y batería y gritos sin sentido de Black Francis: "Ay, puñeta, cabrona, maricona, cabrona!!!"

Acababa de volver de un intercambio en Puerto Rico y esa era su concepción del español.

En fin, mi hermano y yo decidimos darnos un tiempo y probar con otras parejas. Creo que él tiró hacia el Bossanova y yo me sumergí en el Doolittle. Ahí sí me reconocía en casa, más allá de la ñoña y comercial "Here comes your man", lo más parecido a un éxito que tuvieron los Pixies nunca. Camino del Puntal y de vuelta del Puntal, en Santander, acosado por el mar y el mareo, escuchaba la cinta: "Debaser", "Monkey gone to heaven" y sobre todo "Hey". Años más tarde, encontré esta deliciosa versión en vídeo:



Yo le cantaba a la chica, a todas las chicas, aquello de "Uh, said the man to the lady; uh, said the lady to the man she adored", esperando que, efectivamente, yo fuera ese hombre que ellas adoraban aunque ellas no se hubieran dado cuenta todavía.

Los Pixies ya se habían separado y Kurt Cobain había muerto. "Trompe le monde", último disco de la banda, incluía varias canciones sobre abducciones y extraterrestres y un rock nostálgico llamado "U-Mass" y dedicado a la Universidad de Massachussets. Por supuesto, ya eran mi grupo favorito. La educación siempre acaba dando sus frutos. Cotilleé el primer disco de Kim Deal por su cuenta, con las Breeders. "Cannonball" fue, para mí, la mejor canción de 1993. Las Amps me gustaron menos.

Black Francis se cambió de nombre, pasó a llamarse Frank Black y publicó unos cuantos discos brillantes pero desconcertantes. Algo parecido a surf de los 50-60 con tintes muy pop. Versiones de los Beach Boys. Hang on to your ego. Muchos años después se reunieron para hacer dinero y la Chica Estrella del Pop y yo los vimos en el Festimad de 2004. Otra década y otros recuerdos. Estaban gordos, viejos y tenían mucha prisa. Ni hablaron con el público ni hablaron entre ellos.

Pero fue como ver a los Beatles otra vez en Las Ventas o algo parecido. De esas cosas que piensas que jamás te volverán a suceder. Ni siquiera cuando intuías algo, cuando veías que los edificios se derrumbaban ante Edward Norton y Helena Bonham-Carter y sonaba aquella música que tú te aprendiste de memoria casi como una traducción de latín.

sábado, 27 de marzo de 2010

Zoo TV Tour



Me compré unas gafas de "La Mosca" y me dediqué a cantar "Lemon" en falsete y "Salome" durante meses. La versión con Frank Sinatra del "I´ve got you under my skin" -"don´t you know, blue eyes, you never can win?"-. En invierno, en la casa de la madre de A. escuchábamos vinilos antiguos: "War", "Under a blood red sky". Tarareábamos "Sunday bloody Sunday" o "New Year´s Day" mientras terminábamos trabajos de biología o latín. Cada uno en lo suyo.

El día del concierto quedamos con todo el mundo en la puerta equivocada. La puerta que no existía. Yo no digo que eso fuera un plan porque no lo era. Yo no sabía que esa puerta no existía, pero sí sabía que una vez en esa situación tampoco iba a hacer nada para solucionarlo: prefería acaparar a A. toda la noche a tener que compartirla con el resto de amigos y enemigos. Ella lo sabía, digamos que tuvo miedo un rato y luego sencillamente lo asumió con esa facilidad pasmosa que tenía para asumir cualquier tipo de cosa.

Una Chica Camaleón, el complemento perfecto de la Chica Langosta.

En fin, la Chica Camaleón y yo dábamos vueltas por el Calderón intentando encontrar a alguien. Recuerden que hablo de tiempos sin móvil. Mayo de 1993. Yo tenía dos entradas regaladas por mis padres, que andaban por entonces de luna de miel. Una la vendí y la otra se la regalé a su vez a la Chica Camaleón. Tampoco lo agradeció muy efusivamente. El caso es que acabamos ahí en una de las gradas, con ese empeño adolescente en hablar todo el rato sin medir las consecuencias.

Y es que uno no puede intentar hablar por encima de The Ramones y que no haya consecuencias muy evidentes: un punzante dolor de garganta y cabeza. Ahí estaba yo, con una chica imantada, a punto de ver el mayor espectáculo del mundo de mi grupo favorito y un dolor de cabeza insoportable. Si les soy sincero, recuerdo dos canciones: "Zoo Station" y "The fly". Recuerdo el bombardeo de imágenes y proclamas mientras Bono cantaba "Men will rise, men will fall, from the sheer face of love, like a fly on a wall... It´s no secret at all".

Siempre he pensado que Bono es un compositor genial. Pesadísimo, desde luego, pero genial.

Hubo algo más. Algo de un confesionario. Una parte acústica. Una versión con Lou Reed del "Satellite of love". Lo que pasa es que confundo casi todo eso con la versión televisada. Sucede a menudo y lo saben. En octubre, o noviembre -"October, and the streets are stripped bear of all they wear, do I care? October, and kingdoms rise, and kingdoms fall, but you still go on... and on"- pasaron en Canal Plus el concierto en directo desde Sidney. Fue mucho mejor porque a mí no me dolía la cabeza y porque incluían las canciones del "Zooropa". Si no fuera por el "Achtung Baby" yo tendría bien claro que "Zooropa" es el mejor disco de U2, aunque dudo que nadie se acuerde de aquella locura con Brian Eno.

Lo vimos en casa de la madre de la Chica Camaleón o Chica Inmantada o A. o como quieran llamarla. Como quiera llamarla yo, quiero decir. Era una casa muy divertida, en la Plaza de Santa Bárbara. Había que bajar una llave con un cordel para abrir el portal. No había porteros automáticos ni físicos. Fue una realización prodigiosa, el concepto de Zoo TV llevado al máximo. Vale, eran pretenciosos y excesivos, pero nosotros también lo éramos, así que nos entendíamos. Bono tiene esa extraña capacidad de empatía, sin importar si al otro lado está Patrick Bateman o Guille Ortiz o la chica del portal gigante.

La chica a la que le cantaba aquello de "You can´t even remember what I´m trying to forget", y desde luego era algo muy adolescente pero también era una verdad como un templo.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Tesis y Tierra


El cartel con la cara angustiada de Ana Torrent reflejada en una pantalla de tonos azul y blanco estuvo en el Metro durante meses. Era la primavera de 1996 y a mí eso de "Tesis" no podía sonarme más que a dialéctica hegeliana. Por supuesto, ni conocía al director ni había oído hablar de la película. Eso hasta los carteles y el llamado "boca a boca". Creo que ya he dicho antes que, con 19 años, nuestro gusto por el cine español era escaso. Donde estuviera una buena película serbocroata o algún ciclo de la filmoteca...

T. y yo fuimos a ver la película con ese punto irritante de superioridad moral adolescente, en plan "a nosotros no nos la dan con esto". No sabíamos ni de qué iba, pero, bueno, si el Fotogramas se empeñaba... Y vaya si nos la dieron. Nos la dieron en toda la cara. Al instante, como pasó con "El día de la bestia", nos dimos cuenta de que algo serio estaba cambiando. Algo que cambiaba a su vez nuestros propios esquemas, es decir, a nosotros. Una película española de suspense, aquel plano-contraplano maravilloso en el que Ana Torrent y Fele Martínez están escuchando cada uno una canción distinta mientras se miran, las apariciones de Eduardo Noriega cámara en mano en la habitación de la chica, esa pelea final en la que no sabes exactamente quién es el malo y quién no. Por último, el eslogan, magnífico: "Me llamo Ángela. Me van a matar", y la clásica parsimonia de los perversos en los momentos clave. En este caso la de Xavier Elorriaga, rescatado y luego de nuevo desaparecido.

A mí lo que más me sorprendió, he de reconocerlo, es la pelea final que comentaba antes. Yo era muy listo. Yo iba de listo. Y me impresionó que "el niño Amenábar" fuera más listo que yo. Que no tuviera ni idea de por dónde iba a ir el giro: si el chico del buen rollo en realidad sería un asesino en serie o si el chulito guaperas en realidad sería un galán salvador. A partir de ese momento, la fiebre: "Himenóptero" y demás cutreces de la Complutense. El resto es historia.

Un par de meses después, si llegó, vimos "Tierra", de Julio Medem. Es complicado que dos de las mejores películas del cine español se estrenen con meses de diferencia. "Tierra" era otra cosa, pero ya lo sabíamos porque habíamos visto "La ardilla roja" y "Vacas". "Tierra" era un derroche de complicidad y sutilezas. Pedantería, en ocasiones, pero una pedantería tan talentosa. Era Carmelo Gómez en cada plano y es complicado que alguien me convenza de que hay una actuación mejor, en cualquier película de cualquier nacionalidad, mejor que la de Carmelo Gómez en "Tierra". Quizás alguna cosa de Al Pacino o de Eduard Fernández.

"Tierra" tenía un final parecido: no había manera de saber con qué chica se quedaría al final. Yo creo que todos esperábamos que fuera Silke. Si lo piensas bien, Emma Suárez no dejaba de ser una pobre viuda con un niño y un abuelo a su cargo, así que igual le venía mejor un Carmelo Gómez. Pero nosotros nos enamoramos de Silke y de aquella fabulosa y torridísima escena de sexo donde ambos juegan a correrse sin tocarse.

Una vez una chica me dijo que eso era posible, pero esa chica decía unas chorradas enormes.

Silke. Esto me recuerda a que tendría que haber hablado de "Hola, ¿estás sola?" 1996, también, si no me equivoco. No voy a abrir otra ventana para mirarlo. Debería haber hablado de Álex Angulo y Candela Peña y de "Airbag", aunque fuera un año posterior, con su "tortilla rusa" y su Albert Pla haciendo de sacerdote con móvil -por entonces, entiéndalo, una excentricidad-, pero si me pusiera a eso, ¿dónde acabaría? En Alberto San Juan, en Paz Vega, en Maribel Verdú y Antonio Resines rescatados para "La buena estrella" o incluso, retrocediendo, en "Jamón, jamón" y ahí ya nos dan los Oscars y les aburro a todos ustedes.

No es plan.

viernes, 19 de marzo de 2010

Pedro Guerra- Peter Pan

Detestaba "Contamíname" con todas mis fuerzas, pero escuchaba una y otra vez "El marido de la peluquera" y "Peter Pan". Esta última canción me parecía claramente generacional, todos esos niños negándose a crecer y llenos de rabia y melancolía. Luego descubrí que era, sin más, un retrato de algo que podría ser Libertad, 8, lo supiera Pedro Guerra o no.

Eran tiempos de cantautores, después de muchos años. Cantautores comprometidos como Ismael Serrano, románticos como el propio Guerra, extraños como Javier Álvarez y una mezcla de todo al estilo Tontxu. Supongo que el éxito de Rosana y Manolo Tena, pocos años antes, tuvo que ver en todo esto. La industria funciona por empujones y muchas veces es complicado determinar la fuerza de partida.

En cualquier caso, a mí los cantautores no me gustaban nada. Ni me emocionaban las historias de grises y persecuciones antifranquistas ni el Risk me pareció nunca un motivo de nostalgia ni entendí nada de lo que hacía Javier Álvarez, salvo la evidencia de que no quería estar ahí bajo ningún concepto. Posiblemente, fuera el que mejor me caía de todos.

Musicalmente, ya digo, me quedaba con Pedro Guerra. Escuché "Golosinas" unas cuantas veces, la mayoría en Moralzarzal. Debutar con un disco en directo me pareció una idea prodigiosa. El chico cantaba bien y era feo y yo siempre he tenido un extraño sentimiento de pertenencia con la fealdad, aunque solo sea porque dentro de la fealdad uno se siente cómodo: nadie espera nada de un feo. Me tranquilizaba. Algo parecido a lo que me pasó con Antonio Vega años antes. Tenían un punto tristón, pero no agobiaban, se limitaban a hacer compañía.

El segundo disco tenía una canción prodigiosa: "Debajo del puente". El resto me aburrió solemnemente o quizás el aburrido e inapetente era yo. Pedro Guerra paseaba por la Feria del Libro y hacía campaña por IU, que no dejaba de ser mi partido. Había afinidades estéticas muy obvias. Yo, por entonces, no sabía nada de Libertades ni de Búhos Reales ni de Zanzíbares. Mi primer concierto de ese tipo fue en 2001, que una amiga me llevó a ver a Bebe antes de ser Bebe.


Hay que entenderme: los chicos de la guitarrita se llevaban a las chicas con las que yo soñaba en el instituto y en la universidad, ¿tenía además que comprar sus discos? Hice un par de intentos muy baldíos: mi hermano lo intentó pero los dos nos desesperábamos. No tengo dedos para cejillas. Aprendí "Line up", de Elástica, "Father to a sister in thought", de Pavement y el principio del bajo de "Come as you are", de Nirvana. Ni Pablo Milanés, ni Silvio Rodríguez ni Joan Manuel Serrat. Así era imposible.

Si las chicas acababan por irse conmigo, desde luego no sería por la música, así que me dediqué a otras cosas. A muchas otras cosas. Un francotirador apuntando en todas las direcciones.

miércoles, 17 de marzo de 2010

El fichaje de Alberto Herreros


Por supuesto, sabíamos que el dinero existía pero también algo parecido a "ideales" o "valores" o como lo quieran llamar. Éramos adolescentes y nos arrogábamos la exclusiva, además: lo que nosotros defendíamos, aquello en lo que nosotros creíamos era lo único que realmente era defendible. Fuera de nosotros solo había dioses y bárbaros.

Por ejemplo, éramos del Estudiantes, y aquí el verbo "ser" adquiere todo su protagonismo. No es que nos gustara que ganase el Estudiantes sino que vivíamos dentro del club: los fines de semana no quedábamos ni en la Avenida de Brasil ni en Green, ni en Moncloa ni en Argüelles ni en Malasaña. Quedábamos en el Palacio de Deportes y luego ya veríamos. Normalmente la procesión era Palacio-Malasaña, pero podía variar. Los partidos del Estudiantes se convirtieron en mucho más que partidos de baloncesto. Eran actos sociales. Éramos los mismos chicos del instituto justo antes de ser los chicos tristes de pantalones rotos y voz rasgada en bares oscuros con música de Stone Temple Pilots.

Los ritos de apareamiento empezaban ahí, mientras Alberto Herreros metía un triple tras otro en el entrenamiento y nosotros le cantábamos: "Alberto, un templo, para seguir tu ejemplo" o "Al-ber-to, uno-due-tre". Es lo más parecido que he tenido nunca a un ídolo deportivo. Y lo bueno es que le veías pasear al lado de las canchas de la Nevera, rumbo al gimnasio o al entrenamiento y se te quedaba mirando un rato, a ver qué tal los chavales.

Herreros formaba parte de nuestra escala de valores. En lo más alto. Era uno de los nuestros, un rebelde, un tipo capaz de irse a ver al Atleti a Zaragoza en aquella final de Copa con gol de Pantic en la prórroga. Herreros era la barrera frente al mal y el mal, como todo el mundo sabe, es el Real Madrid.

El Real Madrid de los miles de millones de pesetas y las peleas antes y después de los partidos. Los ultras y los Ojos del Tigre. Clifford Luyck y Sabonis y nosécuántas Copas de Europa. Nosotros rozamos la gloria en 1992, que nos fuimos a Estambul Chim-Pum y ganamos una Copa del Rey con John Pinone como MVP. Al día siguiente se suspendieron las clases. Fuimos todos al Magariños a recibir al equipo y celebrar con ellos. Todo por una Copa del Rey, así éramos nosotros.

Nosécuántas Copas de Europa frente a una Copa del Rey, esa era la comparación odiosa.

Pero nosotros éramos más felices. Como las familias a las que no les toca la lotería. Teníamos salud, juventud, alegría... y Alberto Herreros. El capitán. Eso hasta que el capitán se cansó. Los rumores fueron en dos direcciones: 1) no le pagan lo que le deben, 2) Azofra le ha levantado la novia. Este último rumor, como ven, es muy de instituto pero no saben hasta qué punto la Historia se puede mover por que alguien le ha quitado la novia a alguien. Desde Agamenón a nuestros días. ¿Para qué quiere uno el dinero, el poder, etcétera si no es para echarse una buena novia, al fin y al cabo?

En fin, que Herreros dijo que cruzaba al lado oscuro. No se lo pusimos fácil. Tuvo que venir la Federación, la ACB, toda la prensa madrileña y el ínclito Lorenzo Sanz con un cheque obsceno para poder llevárselo. El primer partido que jugó fue en el Palacio contra el Estudiantes. Sus triples no tocaban aro, salió derrotado y medio llorando. No fue una tendencia, desde luego, pero aquella fue nuestra última victoria. Poética, si quieren. Estética.

Pero victoria.

viernes, 12 de marzo de 2010

You only get what you give



Además de las canciones rencorosas, me gustaban las canciones entusiastas. Como decía en el anterior post, los finales de los 90 se llenaron de canciones entusiastas y presidentes de los Estados Unidos bailando en las gradas. Don´t give up, you´ve got the music in you cantaban los New Radicals, y yo, con mi tendencia a rendirme e inmediatamente decir "No, para adelante" me veía perfectamente reflejado y buscaba ese ritmo que estaba dentro de mí e imaginaba en qué podía consistir el cambio de edad, de situación.

Los post-adolescentes, ya universitarios, tiraban hacia Huertas o La Latina. A mí, sinceramente, no me gustaban esos sitios porque me hacían sentir demasiado mayor. Incluso con 21 años, uno se podía sentir demasiado mayor bailando pachanga en Huertas. Normalmente, me quedaba en casa con T. o íbamos a cenar y al cine. No era divertido. Para ninguno de los dos. Yo, por ejemplo, fantaseaba con noches de fiesta y baile y copas y nuevos amigos y universitarias y charlas sobre Hegel y el principio de identidad, y vagaba por Cantoblanco con Dani y Agustín, escribiendo pequeños relatos sobre chicas con ojos verdes.

Pero, luego, cena y cine, o ni siquiera eso. Queríamos pensar que nos valía.

El problema era la música, como siempre. Si lo piensan bien, se darán cuenta de que el problema siempre es la música. El infinito abanico de posibilidades de cuatro minutos que te abren las canciones y desbarata cualquier conformismo rutinario. Don´t give up, you´ve got the music in you. Esa era la promesa, entonces. Nosotros, con 16 años, ya cerrábamos bares en Malasaña, ¿qué nos quedaba ahora? Volver a ser los tipos que algún día fuimos.

La canción era contagiosa, rítmica, llena de energía. Por casa ya paseaban las cintas de Sebadoh y Guided by Voices. A mí me gustaban una que decía "Sometimes I get the feeling that you don´t want me around" y otra llamada "As we go up, we go down" y que, con una alegría casi McCartneyana, empezaba: I can terrorise, I see terror in your eyes. Para mí, todo eso era la voluntad de poder. Perdonen que me ponga pedante, pero yo por entonces estudiaba a Nietzsche y a Schopenhauer en largos seminarios de tarde. La posibilidad de aterrorizar, igual que la posibilidad de seguir adelante, no rendirse, sentir el ritmo, eran embriagadoras.

Eso y Ricky Martin. No sé por qué no he hablado aquí antes de Ricky Martin, sus vídeos eróticos y sus bailes de cadera, coros de fondo casi tribales y gritos de "Allez, allez, allez".

Si se fijan, todo es parecido: entusiasmo de fin de siglo. Llámenlo "vida loca" o como quieran. Cuando recuerdo esos años, aparte de sentir una profunda melancolía insatisfecha y seguramente injustificable, me viene a la mente la canción de The New Radicals. Un "one-hit wonder", sin duda. No he vuelto a saber nada de ellos.

Lo dijo Prince quince años antes: "Tonight we´re gonna party like it´s 1999". Y eso era, 1999. Solo quedaba saber si estaríamos a la altura.

martes, 9 de marzo de 2010

Laura no está



La Chica Langosta se llamaba Laura. Era divertido. Yo llamaba a su casa y su hermano me decía "Laura no está" y no advertía mi sonrisa. Recuerdo los últimos años de los 90 como una época divertida y hasta cierto punto vitalista. Tiempos buenrollistas, con su puntito Estopa, inicios del chill-out, Moby, Weezer, Supergrass, Mambo Number Five, algo menos de gravedad en las formas... Tampoco puedo darles demasiada información al respecto porque siempre he tenido la sensación de que a mí la segunda mitad de la década me pilló en otro lado, no sabría decir dónde.

I didn´t belong there.

Me hizo gracia lo de NEK, para qué engañar a nadie. Incluso me gustaba la canción porque era rencorosa y a mí me encantan las canciones rencorosas incluso las traducidas del italiano con peinado a lo Sting en los 70 y que son capaces de incluir frases tan maravillosas como "lo mucho que me duele este dolor". Que, puestos a ser cursis, y nadie se lo hubiera echado en cara, podrían haber traducido "lo mucho que me duele el corazón", por ejemplo.

Yo me aprendí la letra en italiano. Desubicado, puede, pero pedante, siempre. En italiano era más rencorosa y tenía todo sentido. Me enamoré de la última frase, ya dicha con un cabreo mayúsculo -yo le pido a un cantante que se cabree, se lo exijo, una canción rencorosa debe estar acompañada por un cabreo notorio, algo así como Alanis Morrissette en "You oughtta know"-, aquel "... mi dispiace, mà non posso... Laura c´è, Laura c´è". Comparen esa rotundidad del "Lo siento, pero no puedo, Laura está, Laura está" con la flojeza casi insoportable de "los besos que Laura me robó". ¡Cómo que te los robó si estabas encantado de dárselos, muchacho!

Yo siempre quise besar a una Laura y me pasé años hasta que lo conseguí. Un nombre que me estuvo persiguiendo como una plaga de langostas durante demasiado tiempo, arrasando con todo el pasado. Miraba hacia atrás un momento y no veía nada, no quedaba nada, sólo Laura. La chica del nombre langosta. La Chica Langosta. Si hay un hombre en este mundo que entiende a NEK, señores, ese hombre soy yo. Debe de ser como enamorarse de una Matilde y ser lector de Borges.

En fin, a lo que iba, yo llamaba y Laura no estaba y fantaseaba con vidas paralelas llenas de rencor y algo de esperanza. Siempre, en cualquier situación, se me puede reconocer porque soy el que está buscando una salida. Luego llegó Tiziano Ferro, pero dudo mucho que se tratara de la misma década. Tiziano Ferro era más guapo pero considerablemente más blando. Sí es posible que fueran los tiempos de Lunapop y "Qualcosa di grande". El pop italiano molaba. Macarrillas horteras con Vespas. Estaba bien. Ellos sabían, al menos, que componer consiste básicamente en ajustar cuentas.

viernes, 5 de marzo de 2010

Cuando Aznar encontró a González


Nos interesaba la política, claro que nos interesaba la política. Todo el mundo decía que no, que éramos una generación vaga y sin ideales y sin voluntad de lucha ni cambio, pero yo creo que era mentira. Lo que pasa es que quizá no nos la tomábamos tan en serio como debíamos o que llegó un momento en el que se inculcó -también en eso- la idea de que en realidad no podíamos cambiar nada o de que no sabíamos cómo demonios cambiarlo ni con quién.

Pero, vamos, nosotros secundábamos las huelgas generales, escuchábamos a Juan Diego Botto en el Ramiro de Maeztu hablar de exactamente lo mismo de lo que sigue hablando ahora -pero entonces el malo era Leguina- y si había que faltar a clase reivindicando una calefacción de calidad, ahí que faltábamos y nos íbamos a jugar al baloncesto. En la Autónoma, íbamos a las asambleas del Sindicato de Estudiantes y éramos de lo más educado: nunca les interrumpíamos. Tampoco es que dieran mucho margen para ello.

En fin, que éramos de izquierdas. No sólo eso: yo diría que muy de izquierdas. Entrañablemente. Recuerdo cuando la Cámara de los Lores decidió continuar con el proceso de extradición de Pinochet y mis lágrimas al teléfono con T. "Qué bonito es ser de izquierdas", repetía, "qué bonito". Compraba El Jueves y odiaba a EEUU, Israel, la banca y los empresarios. Es decir, en el fondo, igual podía haber sido Ricardo Sáenz de Ynestrillas, pero por aquella época los chicos de Ynestrillas no advertían muchos matices y cada fin de semana en Moncloa era una lucha por la supervivencia.

Aunque nosotros no íbamos mucho por Moncloa, la verdad.

Eran tiempos parecidos a estos: crisis económica brutal, falta de ideas por parte del PSOE, una oposición muy dura y escándalos de corrupción diarios hasta un punto ya casi cómico. No le tenía  ningún cariño a Felipe González, desde luego. Para parte de nuestra generación, Felipe González era el enemigo a batir. El jefe cansino y repetitivo. Siempre había sido nuestro presidente. Desde los 5 años hasta los 19. Toda una vida. Queríamos superarle por la izquierda al coste que fuera. Echarle de ahí y que llegara la revolución. ¡Acción directa!

No recuerdo ningún amigo que votara al PP, aunque estadísticamente tenía que haberlos. Los seguía habiendo muy PSOE pero la gran mayoría simpatizábamos con Anguita e IU. Era una época de agravios, como siempre: Anguita odiaba a González, González odiaba a Aznar, Aznar odiaba a González y despreciaba con cierta condescendencia a Anguita. Todos se reprochaban todo. En 1994, el PP ganaba sus primeras elecciones nacionales: las Europeas. ¡Y de qué manera! Aquello fue una sangría en plena era Roldán. En 1995, Gallardón logró mayoría absoluta en Madrid y Vázquez Montalbán preparaba un libro maravilloso titulado "Un polaco en la corte del rey Juan Carlos" y que consistía básicamente en analizar la retirada a los cuarteles de la élite socialista y la "llegada de los bárbaros".

Mis primeras elecciones fueron las de 1996. Por supuesto voté a IU. Por supuesto, estaba convencido de que el PP ganaría y Aznar sería presidente. Su campaña era "La nueva mayoría", la del PSOE puede que insistiera en lo del "cambio sobre el cambio" y esas metafísicas de político pasado de vueltas. Teníamos sentimientos ambiguos. Pasa en el fútbol y en la política: aquí tampoco sabíamos con quién ir, es decir, no queríamos a Aznar, pero tampoco queríamos a González. Por convicción, por estética, tendríamos que apostar por un presidente de izquierdas, pero para nosotros González era un peligroso fascista, igual que Ibarretxe lo es ahora para los jóvenes independentistas catalanes.

¡Ibarretxe!

No hubo debates pre-electorales y si los hubo yo no los recuerdo. Recuerdo los de 1993, cuando las cosas aún eran de otra manera. GAL, pero menos.

El recuento fue agónico. Por un momento pareció que el PSOE volvía a ganar, luego el PP consiguió una mínima ventaja y la mantuvo hasta el final. Menos de un punto, no voy a consultar ahora la diferencia exacta. Unos cien mil votos o algo así. Nos entusiasmó el resultado. En el fondo, no habían ganado ninguno de los dos. Nosotros tampoco, pero estábamos acostumbrados. Salimos a la calle al grito de "¿Dónde está la nueva mayoría?" y aquello de "Por consiguiente, Felipe presidente", un eslogan bastante logrado. Bajo los balcones de Génova, la gente gritaba "Tongo, tongo" y "Pujol, enano, aprende castellano".

Cuando a Rubalcaba -sí, Rubalcaba- le pidieron su valoración del resultado como ministro saliente sonrió unos segundos y preguntó con cierta sorna "¿Saliente? ¿Está seguro de eso?". A nosotros no nos entraba la idea de ver a Aznar de presidente. Era un chiste. Años después me pareció un chiste que lo fuera Zapatero, pero al final te acostumbras a todo.

Yo no creo en ninguna superioridad moral de la izquierda. Estoy muy lejos de creerlo. Sí creo que cuando era de izquierdas era más feliz, pero esa es otra historia y no conviene confundir ambas cosas.

martes, 2 de marzo de 2010

El Mundial de Julio Salinas


No sabíamos si ir con España o no. De verdad que era un problema porque nosotros siempre habíamos querido que ganara España, sin preguntarnos muy bien por qué, pero ahora éramos adolescentes rebeldes y nos parecía que nuestra posición estética debería ser la anti-españolista en todos los frentes: política y fútbol. Así que España fue pasando rondas de aquel Mundial ante nuestra indecisión y un entusiasmo reprimido.

Por ejemplo, el primer partido fue ante Corea del Sur una madrugada. España empezó ganando 2-0 y tenía el partido controlado. Hasta ahí, justo es reconocerlo, habíamos disfrutado; desde ese momento, empezamos a coquetear con el fracaso y decidimos apoyar a Corea como el que apoya a un boxeador mareado, es decir, sin sentir la amenaza. Quince minutos después, el partido acababa en empate y nos mirábamos con caras extrañas, como si hubiera sido culpa nuestra.

Fue el Mundial de las perillas. Para muchos de mis amigos, dejarse una perilla era simplemente un sueño imposible a los 16-17 años. Yo creo que podría haberlo hecho, pero por entonces me afeitaba cada mañana y me apretaba con un pañuelo los cortes en el Metro. Qué típico, todo. Nuestro héroe era Caminero. Más aún que Guardiola. En aquel momento no estaba claro si Guardiola servía para la selección o no. Demasiado flojo, decían, como dirían años después de Xavi. Clemente prefería colocar a Nadal y a Hierro organizando el juego y a Luis Enrique de media punta. Como extremos, jugaban dos laterales: Goicoechea y Sergi. A veces, el delantero era Salinas y a veces no había delantero.

Contra Alemania empatamos a uno. No recuerdo haber visto ese partido, envuelto en esa estética de desprecio a mis propias pasiones. Sí vi el de Bolivia (3-1), que nos clasificaba para octavos. Guardiola marcó de penalty y por las mañanas -ya estábamos de vacaciones- quedábamos en casa de C. a jugar a las chapas con garbanzos y porterías en forma de manos. Cuando repartimos selecciones, yo me quedé con Italia. Mi jugador favorito, con diferencia, era Roberto Baggio.

La eliminatoria contra Suiza fue un paseo. Tres a cero y euforia desmedida. A la Cibeles le robaron un brazo y luego se lo devolvieron. Desde entonces, decidieron vallarla. He de insistir en que, aunque esté utilizando el plural continuamente -"ganamos, empatamos, nos clasificaba..."- en realidad seguíamos sin tener muy claro a qué grupo pertenecíamos, si al de los entusiastas o al de los tacañones. Los aguafiestas.

Para que la cosa cambiara nos tuvimos que ir a Lisboa. Yo no quiero decir que mi adolescencia fuera un desastre porque no lo siento así. Otra cosa es que se juntaran una serie de coincidencias desgraciadas. Por ejemplo, que uno vaya de viaje de verano a Lisboa en busca de sol, chicas y atmósfera romántica y acabe en una pensión de putas del barrio de Intendente, bebiendo con marineros españoles y corriendo para no pagar en los bares de alterne del Barrio Alto. Yo sé que Lisboa es una ciudad preciosa y mágica igual que sé que en la frontera del Estado de Nueva York con Canadá hay unas cataratas. Pero yo no las he visto.

Ni siquiera vi a las putas si quieren que les sea sincero. Aquello no tenía nada de Holden Caulfield. Pasamos un par de días en Cascais, con intoxicación etílica incluida y cuando volvimos, sin vuelta a Madrid cerrada, decidimos quedarnos otra vez en la misma pensión de Intendente. Creo que costaba 1000 pesetas la noche y, sinceramente, no estaba nada mal. Ahí vimos a Bulgaria tumbar a Alemania y a Brasil ganarle a Holanda con gol agónico de Branco. El dueño de la pensión nos contaba historias: Iordanov, por ejemplo, jugaba en el Sporting de Lisboa en un puesto y en la selección búlgara en otro. Apasionante. Iba y venía por el salón, como si nos vigilara, pero en realidad todos pensábamos que se aburría, sin más.

Nosotros también, cómo culparle.

Fue en ese Brasil-Holanda, justo tras el 3-2, que el tipo se echó las manos en la cabeza y dijo en una especie de portuñol: "A ver quién aguanta ahora a las putas" y resultó no ser un eufemismo. Las putas, en el barrio de Intendente, eran brasileñas y vivían en el piso de arriba y desde el salón de la planta baja se las oía celebrar.

Justo después empezaba el España-Italia. "España y Portugal, hermanosh", nos decía el dueño con sus gafas torcidas y su aire de proxeneta venido a menos. Lo vivimos por todo lo grande, sin complejos. En España nos resultaba estéticamente complicado apoyar a la selección, pero en Portugal... ¿quién vigilaba en Portugal? Nadie.

En la primera parte marcó Dino Baggio. Tras el descanso empató Caminero, que, no sé por qué, empezó de suplente el partido. A cinco minutos más o menos del final, Julio Salinas se quedó solo ante Pagliuca y se la tiró al cuerpo. Dos jugadas después, Roberto Baggio sorteaba a Zubizarreta y Abelardo no podía evitar el 2-1.

Fue una catástrofe. Jugamos como nunca y perdimos como siempre. Esa, en general, era nuestra frase preferida.

Reaccionamos como pudimos. Recuerdo una tarde-noche lánguida buscando la Embajada de Italia para tirarle piedras igual que Tassotti había tirado codazos a Luis Enrique. Detestábamos a Luis Enrique pero era nuestro Luis Enrique. Vagamos por multitud de cuestas con raíles. Vimos un castillo a lo lejos. El agua que brillaba era la del Tajo. Mi hermano y yo decidimos irnos al día siguiente. Llevábamos demasiado tiempo esperando algo que no llegaba y no era una edad a la que uno perdiera los días con gusto.

En el tren de vuelta -un tren caro, no había autobuses ese día, nos dio igual, aquello era una fuga en toda regla- nos enamoramos de tres hermanas. Diría que se llamaban Bárbara, Carla y Paula. No las volvimos a ver. Baggio acabó fallando el último penalti de la final y Brasil se llevó el título.

Pero eso ya lo saben.