viernes, 26 de febrero de 2010

Self-esteem



Y entonces llegó el power pop con sus melodías alegres, sus sonidos adolescentes de California, sus patines, sus tablas de surf y un sugerente canto a la vida y el amor. Todo precioso, ¿verdad?

Pues no.

Green Day cantaba "I went to a whore, who said my life´s a bore" y Offspring repetía "I may be dumb but I´m not a dweeb, I´m just a sucker with no self-esteem". La alegría de la huerta, vamos. A mí no me gustaba Green Day y lo tomaba como algo personal, quiero decir, puede que no existiera en ningún momento una guerra declarada entre fans de Green Day y fans de Offspring pero, para mí -y eso bastaba- la guerra estaba ahí, latente, cada vez que los nuevos amigos de la Chica Langosta hablaban de "Dookie" o "Insomniac".

Al final, este blog va a limitarse a ser una nota al pie de la vida de la Chica Langosta.

Offspring era un grupo muy “Clerks”, ahora que lo pienso. Más que Green Day, desde luego, que eran decididamente tristes y con esto no quiero decir que "Clerks" no tuviera un punto triste, pero al menos esa tristeza se reconocía y hasta cierto punto se celebraba. ¿Sabes dónde bailaba yo Offspring? En Pachá. Sí, en Pachá, calle Larra con Barceló. Paseábamos nuestra falta de autoestima y nuestras gafas de bakaladero -eins, zwei, polizei-, por Pachá, por Ku, por Archie´s, por Green, por Joy... dondequiera que nos dejaran entrar y desahogarnos. Necesitábamos desahogarnos y luego volver a Malasaña. Un juego de excentricidades: nosotros les mirábamos raro a ellos y sus polos de Ralph Lauren y ellos nos miraban raro a nosotros cuando sonaba la media hora final de Rage Against the Machine, "In bloom", Offspring, Green Day, Radiohead y finalmente Sheryl Crow. All I wanna do is have some fun.

Sí, eso era todo. Nuestra vida era un aburrimiento sin putas y éramos capaces de arrastrarnos por cualquier chica que nos dedicara dos sonrisas, pero el fin de semana había que divertirse y botar y saltar y si hacía falta Scatman pues Scatman y si hacía falta Pearl Jam pues Pearl Jam. Arriba y abajo es siempre mejor que la tristeza, recuerda. La canción con la que nos recibían, a eso de las 9, pase de tarde-noche, era siempre, todos los días, "Loser", de Beck. No creo que a ninguno se nos haya olvidado.

Condicionamientos.

Después, ya sin adrenalina, torcíamos en la calle Madera y nos metíamos en el Arpa a oír a cuatro músicos bajo el ingenioso nombre de "El cuarto inglés". Hacían versiones, siempre las mismas. Daba igual. Si las canciones de Pachá o de Joy o de Ku eran las mismas, ¿por qué no íbamos a poder aceptar la sucesión acústica de Creedence Clearwater Revivals y UB40s?

Los acampados psicodepresivos, ese era nuestro apodo. Y nos lo pusimos nosotros mismos, no te lo pierdas. Échale la culpa a Beck, si quieres.

Éramos listos y guapos y terriblemente simpáticos pero nadie nos lo había explicado. Al revés. Cuando nos mirábamos reflejados en los espejos del cuarto de baño, cuando los chicos alegres -siempre los ha habido- comprobaban la dilatación de sus pupilas y reían sin ningún sentido ni freno, nosotros sólo veíamos una panda de mamones.

Sin ninguna autoestima.

A veces pienso si, en el fondo, el resto de nuestra vida no se habrá convertido en una venganza. The more you suffer, the more it shows you really care.

martes, 23 de febrero de 2010

Lo peor de todo


Yo no leía mucho. Leer era un incordio porque equivalía a reconocer que había otra gente que sabía más que yo y no estaba dispuesto a tolerar que nadie me sacara de mi arrogante burbuja adolescente. Si leí "El guardián entre el centeno" fue por el empeño de la Chica Langosta. No recuerdo mucho más en aquellos años, algunas imágenes de Pedro Páramo, quizás. Poemas de Pablo Neruda. Lo típico, qué voy a contarles.

Un día, poco antes de unas vacaciones de verano -probablemente, las de 1995-, A. me regaló un libro que se llamaba "Lo peor de todo". "El protagonista me recuerda a ti", dijo, y sonrió. A mí me alegró muchísimo porque al fin y al cabo era un regalo y nada me hacía más ilusión en el mundo que imaginar a A. recordándome, pensando en mí durante casi doscientas páginas, pongamos tres tardes. Cuatro, si hacía mucho calor. El protagonista resultó ser un inmaduro psicópata capaz de arruinarle la vida a todo el mundo y encerrado en su mundo de recuerdos absurdos. Algo parecido a un autista, pero encima un autista llorón.

En la contraportada decía "Por fin, una novela sobre una juventud que no es la del 68". Obviamente, el libro se había publicado antes que "Historias del Kronen" y he de reconocer aquí una primera imprecisión: aparte de sudamericanos más o menos románticos y misteriosos, también había leído a Mañas. No sólo eso, me había gustado. ¿Cómo que "me había gustado"? Me encantó. A mí y a mi grupo de amigos no cocainómanos, no conductores suicidas, no follarines compulsivos. Nosotros, los moralistas, los que nos reuníamos en la parte de abajo del Jazz Madrid y compartíamos penumbra, humo y lo que nosotros llamábamos "existencialismo", algo que en realidad era poco más que aburrimiento.

Poco antes de acabar COU, mi mejor amigo y yo nos reunimos para escribir el guión de una película. Sí, éramos entrañables. Como no sabíamos dónde se escribían esas cosas, eligimos un Wendy en la calle Francisco Silvela, justo al salir del metro de Diego de León. Planificamos la primera escena y la última. El resto tendría que ser una especie de improvisación constante sobre nuestros problemas y nuestros dramas pijo-grunges.

Volvamos al libro: "Lo peor de todo" no tenía nada que ver con "Historias del Kronen", desde luego. Una juventud que no era la del 68 y tampoco era la de Alameda de Osuna. Sin banda sonora de Australian Blonde y con esas maravillosas llamadas de "VÁYASE USTED A TOMAR POR CULO". Una cosa distinta y rara. Luego Benjamín Prado intentó hacer lo mismo pero no lo consiguió. Le pasa a menudo.

Lo que no recuerdo es si me gustó o no. Creo que no. No solo por el hecho de que A. me estuviera llamando psicópata niñato egomaniaco, que tampoco ayudó en absoluto, sino porque demasiadas cosas se me escapaban. Me sentía más cómodo en la literatura de GPS: "Cogo la M-30, me salgo en la tercera desviación, paso por Pío XII, en trescientos metros tuerzo a la derecha...". Sí recuerdo que me encantó "Héroes", solo un año después. No sé qué me llamó a leer "Héroes" si no me había gustado "Lo peor de todo", probablemente la exagerada campaña de promoción que Plaza y Janés hizo de "Caídos del cielo". Loriga iba por delante, como siempre, y yo intentaba ponerme al día en Santander y Malpica.

Me quedé fascinado. Leía diez páginas y tenía que volver atrás. ¿Qué demonios era eso? ¿Traducciones de letras de rock? ¿Cuentos? ¿Un amago de novela? Me daba igual: me encantaba. Toda aquella estética. Por las tardes recitaba: "Arriba y abajo es mejor que la tristeza" y por las noches, en el Desert, me emborrachaba e imitaba a Michi Panero en "El desencanto". Siempre digo que entonces decidí ser escritor pero puede que eso también sea estética y lo diga porque queda bien decir esas cosas. "Héroes" era un poco de todo, pero solo años más tarde nos dimos cuenta de que era un blog. Un blog precioso y sin sentido, como todo blog que se precie.

Todos aquellos pobres chicos -Maestre, Etxebarría, Mañas, Prado...- esforzándose por ser brillantes y Loriga con esa suficiencia irritante. Tuvo que ser desolador para él entrar en todas esas comparaciones. Mis propias comparaciones, claro: Loriga y Bret Easton Ellis, por ejemplo. El Kronen y "Menos que cero". La literatura en dos dimensiones, todo en el mismo plano. Desde el punto de vista del adolescente, la única frase válida era: "La literatura soy yo".

viernes, 19 de febrero de 2010

El día de la bestia



No sólo Kieslowski. Al principio, Kieslowski, claro, pero porque al principio no tienes ni puta idea y te pasas las tardes en el Alphaville o el Renoir viendo películas bosnias y las noches intentando apoyar la cabeza en el hombro de la Chica Langosta mientras veis "Maridos y mujeres" en la fila tres, con la cámara moviéndose todo el rato.

La Chica Langosta y mi torpeza de aspirante a cultureta, mi tendencia ya adolescente a hablar antes de moverme.

- ¿Te importa si apoyo la cabeza...?
- No, mejor no la apoyes.

Recuerdos de un underachiever.

En fin, que por un momento, "Azul", "Blanco" y "Rojo" y lo que hiciera falta. Argentinos: Darío Grandinetti recitando a Benedetti y Federico Luppi, enfadado, como siempre. Fotogramas y Dirigido Por. Luego eso cambió. Yo diría que de repente, porque las fechas casi coinciden. Cambió y empezamos a ir al cine para divertirnos y no para presumir. Recuerdo "Pulp Fiction" en varios cines, versión original y doblada, la música del principio envolviéndote por completo mientras las letras se agrandaban en un naranja amarillento -¿o era un amarillo anaranjado?-. Tarantino. De repente, nos hicimos de Tarantino como nos habíamos hecho del Estudiantes o habíamos decidido odiar al Madrid o soñábamos con votar a Izquierda Unida. Con las vísceras.

Tarantino y sus bandas sonoras. Eran tiempos de bandas sonoras, claro. La voz inquietante del locutor de "Reservoir dogs", la promesa de Neil Diamond pasada por el balbuceo de Urge Overkil, "Girl, you´ll be a woman, soon. Soon, you´ll need a man" (y, al respecto, esto). El gamberrismo pre-power pop de "Clerks", y podríamos hablar mucho de "Clerks" y de "Mallrats" y de peinados noventeros y más camisas de leñador, claro. Blanco y negro y Cines Princesa, justo cuando abrieron los Cines Princesa.

Los primeros chistes sobre Bob el Silencioso, los únicos que realmente merecieron la pena, probablemente.

Pero todo esto nos lleva a otro lado. Nos lleva a una madrugada alcoholizada viendo "Acción mutante" en VHS y a varias tardes de primavera repasando casi plano por plano "El día de la bestia". No habíamos visto nunca una película española así. Nunca. Santiago Segura antes de convertirse en Santiago Segura. Las torres KIO convertidas en templo del demonio. Ahora nos hemos acostumbrado tanto a las torres KIO que trasladamos el debate a los cuatro monstruos de la Ciudad Deportiva, pero hay que recordar que a principios de los 90, las torres KIO no le gustaban a nadie. Eran feas y estaban torcidas y siempre nos quedó la sensación de que se habían quedado sin terminar.

"El día de la bestia", estéticamente, salvó a las Torres KIO y yo me puse a pensar en novelas donde apareciera el luminoso de Schweppes en lo alto del Hotel Capitol. Aquello era otro Madrid. Nuestro Madrid. Nuestro cine. ¡Si hasta empezamos a ver los Goya! Luego, Amenábar y Medem. O a la vez, no lo recuerdo. Diferencias mínimas, en cualquier caso. No abusemos, de momento: "Tesis" y "Tierra" tendrán que aparecer aquí, pero aparecerán más tarde.

Informer


Y luego pasaron unos años muy raros, bastante indefinibles. Años de películas de Hollywood. "Singles". El empeño de la industria en llegar tarde siempre. 1993, 1994, 1995... los años posteriores al "Nevermind". Cualquier grupo cuyo cantante tuviera pinta de vagabundo en la estación de autobuses de Portland o Seattle tenía su opción. En Cuenca pasábamos todo el rato el vídeo de 4 Non Blondes, cuando iba a casa de A. murmuraba "Two princes", de Spin Doctors.

Todo era muy de palo. Terriblemente de palo, fingido, hueco. Vídeos con pantalones rotos y sonrisas. Si te vas a poner una camisa a cuadros por lo menos hazme el favor de no sonreir. Un producto para adolescentes pijos.

Lo que pasa es que yo era un adolescente pijo y lo compraba todo. Compraba Soundgarden y Manic Street Preachers pero también mediaba entre Gallagher y Albarn e incluso coqueteaba con el rap, con la idea del rap que había en España: Will Smith, Vanilla Ice, MC Hammer y Snow. Madre mía, vaya cuarteto de madres. ¡Y qué trajes! Pantalones holgados, camisas holgadas, colgantes y pendientes, la sensación de que el armario se les ha caído encima y les ha dejado así.

Si no recuerdo mal, 1993 fue el año de "Informer" igual que 1990 había sido el año de "U Can´t touch this" y "Ice, ice baby". One-hit wonders. Puede que esas canciones se limitaran a llevar a cabo una especie de transición. No íbamos a pasar directamente a 2Pac Shakur o Notorious B.I.G., quiero decir, antes del original necesitábamos algo así como una copia endulcorada. Un "qué pasa, Jazzz" echando las manos y las cabezas para atrás. Raperos gafotas.

"Informer" hablaba de un chico blanco al que le meten en la cárcel porque un chivato le ha denunciado. El chico blanco intenta hacer de chico negro y habla de la injusticia, de que él nunca estuvo ahí y de que en realidad le han detenido por ser rapero. Bad boy, bad boy, what you gonna do? En un momento dado, dice "la gente cree que vengo de Jamaica". Venga, hombre, mírate la cara, la que está en la portada del disco: NADIE puede creer que vienes de Jamaica. Y si no vienes de Jamaica, ¿qué? Tú mantienes tu acento medio-reggae incomprensible y yo, madrileño, sigo bailándolo en las fiestas de San Mateo.

Después de "Saturday night". Antes de "Macarena".

Siempre podremos decir que no tuvimos la culpa, aunque en realidad tampoco hicimos nada por evitarlo. Salvo los pantalones, siempre nos negamos a ponernos esos pantalones.

Smells like teen spirit



Se subía a la cabeza, como la cerveza de Palito Ortega. Era inevitable. No sólo la tristeza sino la ironía. Es muy fácil quedarse con los posters de Kurt Cobain y con su cara de ángel derrotado y su innegable tendencia al victimismo, pero había algo irónico y juguetón en las chicas moviendo sus pompones en aquel gimnasio de instituto de Aberdeen, Seattle, Washington. Las reinas de la promoción. Todo adolescente en cualquier país quiere ser el rey o la reina de su promoción. Incluso Carrie, ¿por qué no yo?

Yo canturreaba “Here we are now, entertain us” en el patio mientras todos los pijos madrileños sacábamos nuestras camisas de leñador canadiense, rasgábamos los vaqueros y nos dejábamos barba -¡barba!- de tres días. “Aquí estamos”, les decía. “Aquí estamos”. De repente, el adolescente se da cuenta de que el mundo le pertenece, sin límites, sin matices. Noches de borrachera y llanto. De gloria y rabia.

El chico no llama. La chica se ha ido con el malote del barrio.

La adolescencia es un eterno “nosotros” frente a “ellos” y ese “nosotros” podía ser cualquier cosa. A mí me gustaría haber compartido toda esa mística de rabia e inconformismo y “oh, dios mío, no hay empatía, lo mejor que puedo hacer es buscar una buena escopeta”. A mí me hubiera encantado, en serio, me hubiera sentido completo y comprometido, pero sencillamente no fue posible. Mis sufrimientos eran sufrimientos de la calle Serrano. Mi adolescencia era la de un chico triste que gritaba entre pinos “My girl, my girl, don´t lie to me”. En mi vida no había coches pero sobraban chicas.

Y en medio de todo eso, Nirvana. O Soundgarden. O Sonic Youth. Nosotros, en definitiva. Todo el mundo sabe que en la vida, durante muchos años, uno no elige sino que le eligen. Lo sabe desde el primer día que baja al parque y dos capitanes deciden los equipos y le dejan para el final. A mí me hubiera gustado ser un perdedor social y revolucionario, pero solo pude ser un perdedor estético. La peor clase de perdedor.

“Smells like teen spirit” era nuestro himno porque no entendíamos nada pero ese tipo de la mirada desencajada se parecía a nosotros. Ese tipo se reía de las animadoras pero quería animadoras, podíamos verlo en su sonrisa. Ese tipo era una excusa perfecta para perderse en algo parecido a una marea. Para pertenecer. Aquí estamos, entretenednos. A mí, en la adolescencia, todo el mundo me dejó bien claro que el mundo estaba podrido y que no quedaban esperanzas. Desde Ray Loriga hasta Thom Yorke. ¡A ver si es que Kurt Cobain va a tener la culpa de todo, ahora!
A mí lo del “mundo podrido” me daba igual, podía soportar el olor. Lo de las esperanzas sí que me fastidió bastante. A nuestra generación se nos puede exigir muchas cosas, pero ser feliz no es una de ellas.

Encima ser feliz, sólo faltaría eso. Haberlo dicho antes.